Ídolos del ring

Ídolos del ring
Por:
  • carlos_velazquez

Se le promociona como una novela, su autor dice que es un libro de cuentos, pero Titanes del coco (Random House, 2016) no es ni lo uno ni lo otro. Es un álbum de cromos.

El eje es Andrés Stella, un periodista de, en apariencia, poca monta, que se rodea de una colección de súperdotados mentales, estos titanes del coco que están stickeados a las páginas como los luchadores a un álbum de estampas.

Titanes del coco es un sacudidón mental. Escapa a la manera convencional en que nos aproximamos a una trama. Anécdotas, relatos, pequeños tratados, ensayos bonsáis (los que le dieron fama a Fabián Casas) se van desplegando conforme las historias se suceden. Es un libro engañoso, lo que no es negativo en lo absoluto. Engañoso porque mientras tú esperas la columna vertebral de la narración, el libro se va poblando de personajes que se encuentran entre el tremendismo del mundo y una filosofía personal (un lado B del boedismo zen de Casas) que le otorga a la realidad un brillo de heroísmo anónimo e incandescente.

Anclado en la popología que es sello de la casa, la figura de Astroboy como ese sol artificial que sostiene el pensamiento, estos cerebrotes luchan contra la vida periodística como si de personajes del cómic o ídolos del pancracio se tratara. Y aunque Casas comenzó a engordar este universo mitológico en Los Lemmings, Titanes del coco es una predicción hacia el futuro inédita. Con todo el pasado que esto significa. Su dosis de homenaje a Crónicas marcianas en “La obsesión del espacio”.

El futuro hacia el que avanza Titanes del coco no es con el que fantaseamos en términos de ciencia ficción, sino el cenit de un universo que la narración misma proyecta. Un final que se ve alimentado por estas mentes fisicoculturistas que pelea a la contra incansablemente. Y la contra no es otra cosa que la historia de un continente que nos rebasa y nos maltrata a cada minuto pero que también nos dota de una identidad y alegrías sin par.

Lo que te ofrece Fabián Casas a cambio es este montón de barajitas que te hacen seguir adelante.

Por supuesto que hay un villano. Robinson, alter ego de cada hijo de puta que habita en la vida real de una redacción. Que trata de aniquilar todo ideal humano y periodístico para

rendir tributo a la máquina. El malnacido que quiere pasar encima de todos al tratar de imponer el sistema que aniquila día a día a una clase en peligro de extinción. El animal de redacción. Ese ser mitad mitológico mitad canalla sentimental que fuma todo el tiempo y vive por el diario y para el diario y en el diario.

Y también están presentes las heroínas. Son el pegamento entre las soledades de estos titanes que son unos genios, que son unos locos, pero que están desamparados. Amarrados de amor al mastín de su oficio. Y mientras esperan esa columna vertebral que una todo en un túnel que al final revele la olla del tesoro, cada historia que se aparece es más desbocada, más delirante y más profunda. Llegado a un punto comprendes que esa columna vertebral no va a aparecer, y lo agradeces. Y acaso te importa poco. Porque lo que te ofrece Casas a cambio es este montón de barajitas que te hacen seguir adelante, hasta llenar el álbum.

Pero no se piense que esto es un ring de juguete con luchadores de plástico. Estos titanes son de carne y hueso. Y sus preocupaciones reflejan la condición humana con la seriedad de un Flaubert de Boedo. Y mientras el barco se hunde pulsa el recordatorio del trasfondo que sostiene a este artefacto narrativo. Meta en una licuadora a Fogwill, Kiss, la telebasura de los años ochenta, Cortázar (imposible no recordar el capítulo en que Talita y Traveler se arrojan clavos de un edificio a otro en el cuento sobre el trippin’), globalifóbicos, Pink Floyd, zen, agregue agua y licúe y tendrá al Casas de Titanes del coco.

Hacía más de una década que Casas no publicaba ficción. Los Lemmings datan de 2002. Titanes del coco marcó su regreso con el que quizá sea su mejor libro como narrador. La narrativa latinoamericana está marcada a hierro por el estrato iniciático. Y aunque Titanes del coco algo posee de literatura de iniciación, huye de esta condición con una soltura que no posee otro narrador en la actualidad. Rehuir el cliché no es la solución, dice Casas con este libro. Más bien de lo que se trata es de darle la vuelta. Y como dice: no poner la fe en el horizonte. “Aunque el futuro no exista y sea algo en lo que nadie debería confiar, el periodismo vive solo para él”.

Aún se puede hacer gran literatura de las causas perdidas.