La intimidad de los perros

Al margen

Pierre Bonnard, El baño, óleo sobre tela, 1932.
Pierre Bonnard, El baño, óleo sobre tela, 1932.Fuente: Museum of Modern Art, New York
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Desde que tengo uso de razón han sido parte de mi vida y no imagino una casa sin ellos. Soy una persona de perros. Mis primeras memorias de infancia a menudo las protagonizan los dos airedale terriers que me acompañaban en mis excursiones al jardín o la king charles spaniel que llegó cuando su dueña no pudo seguirla cuidando. Desde entonces, esas dos razas llegarían de una u otra manera a mi vida, como si estuviera predestinada a su compañía. A pesar de provenir de un mismo pedigrí, aunque muy diluido a través de cruzas callejeras, cada una de ellas ha traído consigo sus propias gracias. Siempre he disfrutado observar las diferencias. No es de sorprender que, desde mis años como estudiante de Historia del Arte, también he dedicado muchas horas a buscarlos en murales y lienzos.

LOS PERROS HAN ESTADO presentes en el arte desde tiempos inmemoriales. La representación más antigua de la que se tiene registro fue creada hace más de ocho mil años y se encuentra en Shuwaymis, un sitio con arte rupestre en el noroeste de Arabia Saudita. Se trata de varias escenas de caza en las que vemos figuras humanas rodeadas de perros. Lo sorprendente es que muchos de ellos están atados, lo cual nos habla de que esta especie fue domesticada mucho antes de lo que hubiéramos imaginado. A partir de entonces, los perros han acompañado a los seres humanos y, por lo tanto, la historia del arte. En varias culturas se tornaron mitológicos, como la griega, para la cual el Hades era protegido por Cerbero, un perro de tres cabezas. El vínculo canino con el inframundo aparece también en la egipcia a través de Anubis, protector de los muertos, así como entre los pueblos prehispánicos, quienes creían que nuestros perros nos acompañaban en el tránsito al otro mundo. En estas tres concepciones de los atributos caninos encontramos las características que siempre acompañarán a este animal en la iconografía: vigilia y lealtad. Así aparecen, por ejemplo, en la simbología de la orden dominica e incluso en algunas de las obras más conocidas del arte occidental, como Las Meninas, de Velázquez o La Venus de Urbino, de Tiziano, donde los perros son también alegorías.

Ninguna de estas representaciones es, por supuesto, despreciable; al contrario, son imágenes cuya potencia estética y maestría las ha vuelto parte de nuestra cultura visual. Pero debo confesar que, para mí, no son los mejores retratos de los compañeros caninos. Cuando recorro las salas de un museo o las páginas de un libro de arte prefiero encontrarme con imágenes que los presentan en una actitud cotidiana. Me gusta, por ejemplo, la manera en la que Jan Steen captura su interacción con los humanos. En sus cuadros costumbristas aparecen observando a sus dueños hacer el ridículo en una cantina o aprovechan su estado indispuesto para robar algunas sobras de sus platos.

Pero si un pintor supo entender y representar la intimidad de los perros fue Pierre Bonnard, un artista difícil de definir y, por lo tanto, fácilmente pasado por alto. Su producción abarca las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, por lo que ha sido descrito como simbolista o postimpresionista. Fue miembro fundador de un místico grupo de pintores que se hacía llamar Los Nabis. Influidos por los ambientes oníricos del francés Paul Gauguin y las innovadoras composiciones de su compatriota Paul Cézanne, empezaron a experimentar con la abstracción y el color, convirtiéndose en precursores de los movimientos que surgirían al inicio del 1900. Su nombre, tomado de la palabra hebrea para profeta, los vinculaba también con el simbolismo, en tanto que se inspiraban en el mundo de lo esotérico y buscaban evocar la subjetividad.

Pierre Bonnard plasmó como nadie nuestra vida con los perros y por eso lo recuerdo esta semana que los conmemoramos

A PESAR DE HABER formado parte de este grupo, Bonnard se fue distanciando de él. Sus intereses, en realidad, estaban muy alejados de la teoría espiritual que apasionaba a sus amigos. Desde sus primeros acercamientos al arte, cuando aún estudiaba para abogado, se ocupó de retratar la vida cotidiana tanto en su entorno familiar como en las calles de París. Además de pintar, fue un prolífico artista gráfico: creó carteles, portadas de revista e ilustraciones para libros. En todos los medios y técnicas con los que experimentó hubo una constante: los perros. Plasmó sus años en los círculos intelectuales de París, corriendo en un automóvil en la portada de La 628-E8, de Octave Mirbeau o acompañando a la “Madame” del poemario de Paul Verlaine, Parallèlement.

Los perros son también personajes frecuentes en sus óleos. En 1891 apareció probablemente por primera vez un motivo al que recurriría casi de manera obsesiva: Mujer con perro. Se trata de un lienzo de composición vertiginosa, en el que un perro saluda de mano a una joven, hermana del artista.

Una vez superada la emoción por la bohemia parisina que lo inspiró a convertirse en artista, Bonnard se fue al sur de Francia con Marthe de Méligny; ahí se dedicaría a retratar su vida doméstica, la cual era protagonizada por su pareja y su querido dachshund, Pouncette. En realidad hubo varios, pues a lo largo de su vida Bonnard compró seis perros salchicha y los nombró a todos igual.

LOS RETRATOS DE POUNCETTE y Marthe son muy íntimos, no sólo porque los vemos sentados a la mesa o en la recámara, sino porque retratan perfectamente la cercanía entre perro y dueño. Cuando Pouncette está en el regazo de Marthe, se mimetiza con ella, su pelaje casi se fusiona con la ropa de ella. También es frecuente encontrarlo en los espacios más privados, como en Desnudo en la bañera con perro, donde vemos al dachshund cómodamente enroscado en el baño, esperando a su dueña. En todas estas imágenes hay también un profundo entendimiento de la naturaleza perruna: Pouncette no siempre voltea hacia donde quisiera el retratista, se distrae con algún olor proveniente de la mesa del desayuno e interrumpe lo que sería un bello bodegón o una escena interior asomándose curiosamente.

Pierre Bonnard plasmó como nadie nuestra vida con los perros y por eso lo recuerdo esta semana, que conmemoramos el Día Mundial del Perro.