Kid Chocolate: El arte de danzar sobre el ring

Kid Chocolate: El arte de danzar sobre el ring
Por:
  • Mary Carmen Sanchez Ambriz

En su infancia le decían Yiyi, luego pasó a ser Kid Chocolate, Chocolate, Chócolo o, simplemente, el Rey. Acaso con la misma contundencia que Flaubert decía que él era Madame Bovary, el campeón mundial de pesos pluma y monarca de los ligeros, aseguraba: “El boxeo soy yo”.

Cuenta Guillermo Cabrera Infante que el pugilista bailaba sobre el cuadrilátero, lo compara con Nijinski e incluso dice que su Toulouse-Lautrec fue ese fotógrafo anónimo que lo capturó al vuelo. Eligio Sardiñas Montalvo, mejor conocido como Kid Chocolate, una leyenda del boxeo en Cuba, se retiró en 1938 con un récord de 135 victorias, 9 derrotas y 6 decisiones nulas.

Muhammad Ali llevaba a la práctica su filosofía del boxeo que señala: “Flota como una mariposa y pica como una abeja”, mientras que Chocolate danzaba, era veloz con los pies.

Un día Chócolo, haciendo gala de su dosis de sinceridad extrema, le dijo a Sugar Ray Robinson, vencedor de Jake LaMota y verdugo de Gavilán: “Después de mí tú eres el mejor boxeador del mundo, libra por libra” —describe Eliseo Alberto que los dos intercambiaron risotadas como si fueran jabs.

 

La mulata de ojos verdes

Para Joyce Carol Oates no hay deporte más físico, más directo que el boxeo:

Gran parte del atractivo del boxeo deriva de su imitación de una especie de amor erótico en el que un hombre se impone al otro en una exhibición de fuerza y voluntad superiores —anota en su ensayo Del boxeo.

Muchas mujeres suspiraban por Kid Chocolate, su comitiva de admiradoras se refería al doble campeón mundial de peso pluma ligero como El Bombón Cubano e igualmente le decían El Dandy del Ring porque se demoraba más en elegir qué corbata iba a usar que al enfrentar a alguno de sus oponentes. Desconocía la premura al peinarse, en él todo debía estar impecable.

“Tus guantes / puestos en la punta de tu cuerpo de ardilla, / y el punch de tu sonrisa”, dicen unos versos que escribió Nicolás Guillén inspirado en Kid Chocolate, en su poema “Pequeña oda a un negro boxeador cubano”.

No sólo llevaba la cuenta de sus peleas, también de las mujeres a las que condujo al box spring —ciento once para ser exactos. Mas no siempre se entretuvo en romances que duraban menos de doce rounds: su verdadero amor fue su primera novia, una joven mulata de grandes ojos verdes que le advirtió que si seguía empecinado con dedicarse al boxeo, lo dejaría. Y lo cumplió. El abandono de la chica caló hondo en el corazón del combatiente, una verdadera derrota que debió sobrellevar durante años. La historia de ese fracaso se la narró a Eliseo Alberto y a Gerardo Chijona, durante la filmación del documental Kid Chocolate (1989). Unos años antes de su muerte, el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficas (ICAIC) aprobaron que se realizara ese proyecto dirigido por Chijona, con guión de Eliseo Alberto.

En la habitación del ex campeón había una fotografía de la joven que amó. Eliseo Alberto preguntó por su nombre, porque le llamó la atención que acercara sus labios a la foto y le estampara un beso. Se entera que se llama Caridad, a lo que Lichi responde: “Fe, Esperanza...” Es probable que todas esas virtudes haya tenido el gran peleador, menos a Caridad, la mulata de sus sueños. Su interlocutor desea saber si volvió a verla y le responde:

Hace poco nos encontramos, después de 55 años. En la guagua. La ruta 22, que llega a La Lisa. Estaba igualita. Un poco más gorda, pero linda cantidad. De tranca. La reconocí enseguida. Iba en el fondo. Atrás. Ella también me reconoció. Cruzamos miradas entre las nucas de los pasajeros, a pedazos: la nariz, la oreja, la clavícula, su risita. Avancé como pude. Permiso. Permiso. Gracias. Muy amable. Ya la tenía a tiro, cuando se bajó en la siguiente parada. Yo me quedé arriba, sujeto al tubo. Encaramado. Me miró desde la acera. Qué ojos. Verdes, verdes. El corazón me latía. La puerta se cerró. Seguí abordo. Por la puerta del fondo, la miré y miré y miré hasta que se puso chiquita al final de la calle, enanita. Al carajo y la vela. Lo que pasó, pasó —escribe Eliseo Alberto en su crónica “126 libras de Chocolate”, incluida en el libro Dos cubalibres.

 

Los primeros jabs

La vida de este gran peleador de Cuba tal vez podría relatarse como si fuera un corrido. Luchó con perseverancia por su gloria, la fama no le llegó por azar. Eligio Sardiñas Montalvo nació el 28 de octubre de 1910 en el popular barrio del Cerro, ubicado en La Habana Vieja, en la calle Santa Catalina número 6, entre Piñera y Lombillo. En algunas enciclopedias del boxeo se menciona que nació el 6 de enero de 1917, pero se trata de la fecha en que se registró su nacimiento en el juzgado municipal de San Isidro.

Tuvo cuatro hermanos, dos varones y dos mujeres. Su padre era albañil, se llamaba Salomé Sardiñas. De niño le gustaba jugar béisbol y a la pelota vasca. Casi no tuvo oportunidad de asistir a la escuela, apenas aprendió a leer y escribir. Su padre murió cuando él tenía cinco años, entonces su madre, junto con dos de sus hermanas, tuvo que dedicarse a lavar y planchar ajeno.

 

"A diferencia de otros peleadores que suelen cambiar de mánager por problemas de compatibilidad o intereses monetarios, Eligio y Pincho lograron forjar una dupla inseparable, en donde prevaleció la disciplina, la entrega y la confianza.”

 

A sus escasos siete años entró a trabajar como voceador del periódico La Noche, el diario de mayor circulación en aquel entonces; además se ganaba un dinero extra como lustrador de calzado.

A Yiyi le llamaba la atención el boxeo. Veía los carteles de la Arena Colón, ubicada en Zulueta casi esquina con Dragones. Tuvo mucho influencia en él la pelea entre Johnson vs. Willard por el título mundial de los pesos completos. De dicho enfrentamiento se ha mencionado con insistencia que en realidad fue una gran farsa, ocurrida el 5 de octubre de 1915 en el hipódromo Oriental Park, en Marianao, donde el negro Johnson se vio obligado a tirarse a la lona por 35 mil dólares. Debido a que “los racistas del norte no le perdonaban a Jack la grandeza entre las cuerdas ni los amores con mujeres blancas”, anotan Elio Menéndez y Víctor Joaquín en El boxeo soy yo. Kid Chocolate, publicado en La Habana en 1981 por la editorial Orbe, la más completa biografía del campeón.

Una vez el hijo del dueño del periódico, Miguel Hernández, organizó una competencia de boxeo entre los vendedores de periódico. Yiyi se entusiasmó en participar, pero como no se lo permitieron por su corta edad, se enojó muchísimo y empezó a aventarles piedras y a externar su rabia lanzando improperios a los organizadores del evento. No obstante, al cronista deportivo de La Noche, Luis Felipe Gutiérrez, a quien le decían Pincho Gutiérrez, le llamó la atención su actitud y aceptó que ingresara al día siguiente porque había un chico que, con sus escasos treinta kilos, también quería medirse en el cuadrilátero. Yiyi demostró que poseía habilidad para boxear y derrotó a su primer contrincante, Kid Wititio. Luego venció también a Kid Viejita, un pequeño de tez blanca.

A causa de su edad, Eligio se vio obligado a hacer una pausa en los inicios de su carrera. Esto también se debió a que un diario matutino, que era la competencia de La Noche, publicó por esa época un reportaje sobre los peligros que se corren si se permite que niños menores de doce años practiquen el boxeo. De los once a los catorce años, Yiyi comenzó a ir a gimnasios y a veces dormía abajo del ring en la Arena Colón.

 

Nace una leyenda

El 22 de octubre de 1921, en el Nuevo Frontón de La Habana, Kid Chocolate se enfrentó a Johnny Cruz, en ese entonces un peso mosca en su apogeo, que acababa de ganar el campeonato metropolitano de Nueva York. Pincho Gutiérrez nunca se imaginó que Chócolo derrotaría a su otro pupilo. Dicen que la madre que Yiyi no dejaba de llorar al ver cómo le entregaban a su hijo, dólar a dólar, todo el dinero que se llevó esa noche, suma que ella jamás hubiera podido reunir.

Así comenzó a forjarse la leyenda del hombre que analizaba meticulosamente los movimientos de sus oponentes y danzaba sobre el ring.

Tras derrotar a Cruz, Pincho Gutiérrez, el hombre que confió en Kid Chocolate y le dio la oportunidad de subirse a un cuadrilátero, se convirtió en su mánager, y no se separó de él hasta el último de sus combates. A diferencia de otros peleadores que suelen cambiar de mánager por problemas de compatibilidad o intereses monetarios, Eligio y Pincho lograron forjar una dupla inseparable, en donde prevaleció la disciplina, la entrega y la confianza.

El nombre de Chocolate se le ocurrió a Pincho. En un combate lo anunciaron como Eligio Sardiñas, el campeón de los voceadores de periódico en La Habana. Y ese epíteto, pasado el tiempo, ya no le venía bien. Necesitaba otro apelativo: “Te anunciaré con un buen nombre muchacho, a partir de ahora serás Kid Chocolate”, exclamó entusiasta su apoderado.

 

"A Singer lo apoyaban sus hermanos de raza, una parte muy importante de la población en Nueva York. Los banqueros financiaron su vida boxística.”

 

¿Qué era lo que llamaba la atención de esta joven promesa del boxeo cubano? ¿Por qué muchos lo veían como una revelación en el cuadrilátero? Contaba con varios elementos a su favor que lo hacían sobresalir: aprendía de los grandes boxeadores, era muy rápido, dominaba un extraordinario juego de piernas y, sobre todo, poseía un certero golpe de izquierda. Este último atributo en realidad era consecuencia de un defecto físico que supo manejar a su favor: su brazo izquierdo era más corto que el derecho, “por eso mis contrincantes nunca supieron medirme”, le confesó a Eliseo Alberto.

Pocos sabían que tenía un brazo más corto que otro, excepto Pincho Gutiérrez, Jess Losada —su entrenador—, un comentarista deportivo y, por supuesto, el sastre que le confeccionaba los trajes, a quien Pincho le hizo jurar que nunca revelaría el secreto. Otra de sus características que nunca se divulgó en la prensa es que era hipocondriaco, no podía viajar sin una maleta en la que portaba los medicamentos necesarios para todas las enfermedades reales y las que ni el personaje de Molière imaginó.

 

Venció sin susto

La mayor parte de la carrera de Chocolate se desarrolló en Estados Unidos. Se convirtió en una figura de fama mundial. Sin duda, uno de los combates más memorables fue cuando peleó contra Al Singer, el llamado Rey de los Judíos, el 29 de agosto de 1929, en el Polo Grounds de Nueva York.

Justo al año de su debut en Estados Unidos, la presencia de Chócolo batió un récord de taquilla, más de 66 mil personas asistieron.

¿Quién es? ¿De dónde ha salido este negro esbelto, simpático, de rostro agradable, mirada pícara y frases ocurrentes, tan certeras como sus golpes, púgil que en poco tiempo ha conquistado al público neoyorquino? —dan cuenta Menéndez y Ortega en la biografía sobre Kid Chocolate.

A Singer lo apoyaban sus hermanos de raza, una parte muy importante de la población en Nueva York. Los banqueros financiaron su vida boxística y hubo un comerciante que se jugaba su negocio cada vez que boxeaba.

En esa pelea contra el cubano había mucha tensión. Conviene recordar que el racismo estaba latente en estos encuentros deportivos: en ese entonces, si un boxeador de tez blanca perdía contra un negro, parecía como si lo hubieran derrotado por partida doble.

Se encontraban reunidos periodistas, mujeres hermosas y gente de Hollywood. Desde el primer round, Chócolo empezó a bailar alrededor de su oponente y conectó un ligero uno-dos. Singer intentó responder, pero Kid Chocolate evadió el golpe y pudo colocar un fuerte golpe de izquierda directa casi en la cara de Singer. La estrategia del cubano en apariencia no cambiaba; no obstante, con la manera que tenía de moverse arriba del ring resultaba impredecible no sólo para Singer sino para cualquiera de sus contrincantes. En el sexto round, tras uno, dos, tres golpes que logró conectar Singer, Chocolate atacó el ojo herido de Singer y empezó a sangrar. Durante el noveno round la pelea continuó reñida, destacó la habilidad del cubano para escapar de la derecha o izquierda del judío. En el doceavo round, Singer intentó dar un golpe definitorio en Chócolo y éste último hizo que el rostro de su rival volviera a sangrar.

La campana sonó y ambos regresaron a sus respectivas esquinas con las manos arriba en señal de triunfo. En el Polo Grounds, invadido por una densa nube de humo de cigarrillos, se escuchaban gritos en español, en inglés y el ruido de las máquinas de escribir de los reporteros. Chocolate ganó por decisión.

Al día siguiente los titulares en la prensa cubana destacaron el triunfo de su peleador: “Nos llena de legítimo orgullo”. “Chocolate venció sin susto”. El director de la revista Ring, Nat Fleischer, escribió:

He visto boxear a Chocolate, es un boxeador excepcionalmente maravilloso, que supera al famoso George Dixon, pega duro con ambas manos, es rápido y posee un gran juego de piernas.

Kid Chocolate se llevó una bolsa de 50 mil dólares, en ese entonces la mayor cantidad ganada por un peso pluma en la historia.

 

El suicidio de Black Bill

Eladio Valdés, Black Bill, era un boxeador cubano que también manejaba Pincho, campeón mundial peso mosca. Kid Chocolate lo respetaba, lo veía como a su maestro, con el tiempo se volvieron amigos. Por otra parte, Bill era un virtuoso para bailar Charleston y es probable que Chocolate también sintiera admiración por esa faceta.

Chócolo le narró a Eliseo Alberto un pacto que no pudo cumplir con Black Bill. Eso ocurrió horas antes de un enfrentamiento de Bill con Midgest Wolgast. Kid Chocolate acompañó a su camarada a la peluquería y ahí se dio cuenta que sólo veía con el ojo izquierdo. Bill le pidió que no lo delatara para que el combate no se cancelara de último momento y así él pudiera pagar una serie de deudas y gastos, y además porque su esposa esperaba a su primogénito.

Pero en la noche, durante la pelea, Chocolate fue testigo de cómo su amigo sucumbía ante las embestidas de su rival. Fueron instantes de angustia, pues con el ojo sano tampoco podía ayudarse, dado que le goteaba sangre del párpado y estaba, prácticamente, a ciegas. Los golpes de Wolgast castigaban severamente a su amigo, cuando Chocolate no aguantó más y se atrevió a gritarle a su mánager: “¡Carajo, Pincho, el viejo está tuerto!” Aquella revelación llegó tarde: para ese momento Black Bill estaba hecho polvo. Y Wolgast ya lo había derrumbado con un golpe de izquierda.

Esa noche ocurrió una doble tragedia: la mujer de Bill perdió al hijo que llevaba en el vientre y quedó viuda. El cubano no soportó el dolor de la derrota y decidió darse un balazo en la entrepierna. “Pobre Black. Tuvo cojones para volárselos. De cuajo”, rememoraba Chocolate en una de varias conversaciones que sostuvo con Eliseo Alberto.

 

En París con Gardel

Después de que Kid Chocolate y su mánager elevaron el monto de los ingresos que cobraban se aficionaron a los juguetes caros, como el Cadillac descapotable color platino de 16 cilindros que adquirió el campeón y del que, como si se tratara de un trofeo de sus mejores días en el cuadrilátero, nunca se deshizo. En esos días de gloria conoció a muchas celebridades de Hollywood y de América Latina. Por aquellos años, acostumbraba vestir de blanco y con un sombrero Panamá, sabía mover la cintura como un buen bailarín de rumba, era carismático, seductor.

A Carlos Gardel lo vio por primera vez en París. Ramón Castillo, boxeador y aventurero, los presentó. Chócolo recuerda al argentino como un hombre sencillo, enamorado, gracioso, sentimental a más no poder y generoso. A ambos los hermanaba que habían conocido la pobreza en su niñez: Gardel en el mercado de abasto y Chocolate como vendedor de periódicos.

Coincidió que a Gardel le gustaba el boxeo, por eso se hizo amigo de él y porque resultó ser un excelente guía en los bajos fondos. Los dos recorrieron casas de citas, aunque las prostitutas francesas no eran totalmente del agrado de Chocolate. En 1934 volvieron a reunirse, esta vez en NuevaYork; ahí Chócolo fue el anfitrión del Zorzal Criollo en su paso por los prostíbulos de Harlem. Quería que el argentino lo visitara en La Habana para poder llevarlo a la casa de Marina, uno de sus sitios predilectos, localizado en el barrio Colón. Chocolate sembró en Gardel la inquietud de ir a Cuba y la posibilidad se le presentó en una gira que iba a realizar por el Caribe y Sudamérica. No obstante, la agenda cambió y el recorrido que debió comenzar en Cuba inició en Puerto Rico, luego continuó por Venezuela y Colombia.

 

"Era hipocondriaco, no podía viajar sin una maleta en la que portaba los medicamentos necesarios para todas las enfermedades reales y las que ni el personaje de Molière imaginó.”

 

Nadie imaginó que Colombia sería el último país que visitaría Gardel y que ese viaje a Cuba sólo quedaría en una promesa. El 24 de junio de 1935, en Medellín, tuvo lugar el accidente aéreo donde perdió la vida junto con Alfredo Le Pera —su guitarrista— y Guillermo Barbieri —su secretario—. El avión en el que iban se desvió y chocó con otro en la pista del aeropuerto, ambas naves se incendiaron.

El origen del accidente no se aclaró, tanto la empresa aeronáutica colombiana como la alemana se atribuían la responsabilidad una a la otra. Aunque el entonces presidente de Colombia, Alfonso López Pumarejo, culpaba a la compañía alemana, la causa del accidente se atribuyó a las características de la pista y a un fuerte viento que provino del sudeste.

 

La derrota contra Canzoneri

Los días de esplendor que vivió Chocolate lo señalan como el cubano más taquillero. En trece enfrentamientos obtuvo una bolsa de 243 mil 800 dólares. Sostuvo 297 peleas, de las cuales perdió diez. Una de esas derrotas tuvo lugar durante un desastroso viaje a Europa, donde por primera vez fue noqueado. Esto ocurrió en noviembre de 1933 frente a Tony, su némesis.

Canzoneri y Chocolate tenían 23 años; el primero pesaba 134 libras, mientras que el segundo pesaba 128. Canzoneri medía cinco pies y cinco pulgadas, el cubano cinco pies y seis y media pulgadas. En general, las medidas eran muy similares, con excepción de los bíceps. El de Canzoneri medía trece y media pulgadas, y el de Kid Chocolate once y tres cuartos.

El cubano había sostenido un primer duelo con el italoamericano, un combate cerrado que le dejó una huella de inconformidad en el momento que declararon ganador a Canzoneri. Desde ese instante, el cubano le dijo a Pincho que pidiera la revancha, pues Kid Chocolate siempre tuvo la idea de que en realidad él había triunfado en ese primer encuentro. Pronto se verían las caras de nueva cuenta.

Para sorpresa de sus seguidores, en el segundo enfrentamiento, a los pocos minutos del arranque, con una manera descomunal de golpear, Canzoneri mandó a la lona a Chócolo.

Luego de ese combate, la salud del peleador cubano comenzó a debilitarse. Estaba enfermo de sífilis. Ya no volvió a ser el de antes, aun así propició una recaudación de diez mil pesos en el estadio de La Tropical, en La Habana, cuando derrotó a Fillo Echeverría, en 1938.

 

El último round

Cortázar no veía al boxeo como una disciplina de violencia, sino como dos destinos que se juegan el uno contra el otro. Estéticamente lo hipnotizaba, sobre todo por los movimientos de Sugar Ray Robinson, del que aprendió a catar a los boxeadores con talento. Para el cronopio mayor, un buen agarrón de boxeo podía ser tan hermoso como la metáfora más noble.

La última pelea de Chocolate fue el 17 de diciembre de 1938 con Nicky Jerone. Resultó una confrontación patética entre un pobre Jerone, que pretendió dar el máximo sin tener con qué hacerlo, y un gran estilista que intentaba hacer un esfuerzo pidiéndole al cuerpo lo imposible. Chocolate ya no era el mismo.

El rostro de Chocolate mostraba una expresión sombría. Luego de su mal desempeño frente a Jerone, Pincho Gutiérrez fue muy enfático y le dijo:

Tú sabes Chocolate que lo que has hecho anoche en el ring es deprimente para tu historia. Eso, en el orden moral y en el material, en el orden práctico, tiene que afectarnos a dos; tú sabes también que continuar peleando de ese modo, recibiendo semejante castigo, sin poder defenderte, irremediablemente ha de significar que algún día andes como las ruinas que en tan grande proporción produce el ring... Loco, paralítico, en la miseria, hecho una burla y una lástima...

Kid Chocolate guardó silencio y entonces vino una especie de golpe contundente, similar a un cruzado en la mandíbula, de parte de su mánager: “Retírate del boxeo para siempre”.

En su libro, Elio Menéndez y Víctor Joaquín Ortega recuerdan que la misma voz que desde la esquina del cuadrilátero alentaba al campeón, ahora le decía que parara de una vez. Y así lo hizo.

Como la situación económica de Kid no era buena, Pincho se dio a la tarea de organizarle una serie de homenajes para que no quedara en bancarrota.

Rememoran Menéndez y Ortega que en cierta ocasión varios jóvenes lo reconocieron y le dijeron con cierta burla que por qué ya no regalaba dinero y joyas como antes, que ya se le había acabado su mina de oro y se notaba que no tenía ni para pagar unos tragos.

Muchos de los que se llaman ricos —respondió— hicieron su fortuna a costa del dolor y del llanto ajeno. Yo, que no amasé fortunas con el sufrimiento de nadie, sino con mi esfuerzo y mi sudor, me sentí dichoso proporcionando felicidad a los demás.

Apuró el trago y volvió a la carga:

Ahí tienes la diferencia entre un rico pobre y un pobre rico. Yo, que con mi dinero repartí alegrías, me siento millonario y duermo a pierna suelta, porque todavía disfruto del más grande de todos los tesoros: el calor de mi gente.

El hombre insistió en disculparse, pero Chocolate no se lo permitió:

A quien te diga que Chocolate vive en la miseria, dile que es mentira. Que aun sin un centavo, Chocolate sigue siendo rico.

 

Más trompadas da el hambre

Cabrera Infante relata que cuando Chocolate decidió empezar su carrera boxística, le hicieron el siguiente comentario: “El boxeo es un deporte de golpes dar y tomar”. A lo que Chócolo respondió de inmediato: “Más trompadas da el hambre y todas en el estómago”.

Kid Chocolate falleció en la misma ciudad donde creció, el 8 de agosto de 1988, a los 77 años. Decía Pincho Gutiérrez que Chocolate peleaba de puntitas y con una asombrosa movilidad. Aunque no se trataba de un poderoso pegador de un solo golpe, su especialidad consistía en ser un contra-golpeador: el jab o recto de izquierda era su preferido. Sus fintas, movimientos de cintura, pases laterales y las inclinaciones de sus hombros no tenían comparación. Lo que él ejecutaba se podía comparar con clases magistrales de boxeo moderno, con gran velocidad y astucia. Quizá, como refiere Guillermo Cabrera Infante, murió peleando con su sombra que era él mismo.