La camarista, de Lila Avilés

La camarista, de Lila Avilés
Por:
  • naief_yehya

En México como en otros países severamente segregados social y étnicamente existe un tenso equilibrio entre la civilidad y el desprecio, entre la opresión inclemente y la farsa de la igualdad. Ninguna otra relación refleja con más crudeza la realidad del cisma social que la servidumbre. Alfonso Cuarón aventuró en la premiadísima Roma un acercamiento al servicio doméstico. Con ello provocó un debate en torno a la imagen de la sirvienta, a su paradójica mirada y condición —dentro y siempre fuera de la familia que la contrata—, a las relaciones de poder, a los vínculos de cariño, a la incomprensión, y lo más importante, a la voz y agencia de la empleada doméstica, es decir, a su capacidad de actuar y decidir por sí misma. Si bien no era la primera película que trataba el tema sí ofrecía una perspectiva humana despojada de maniqueísmo que tuvo un poderoso alcance planetario.

La camarista, el extraordinario debut en largometraje de Lila Avilés, retoma esa reflexión al seguir al personaje del título, Eve (Gabriela Cartol), en sus jornadas laborales en un hotel de lujo de la Ciudad de México. Su trabajo de limpieza es deshumanizado, mecánico, preciso y agotador, además de que la pone en una situación de invisibilidad, de sometimiento silencioso y disponibilidad. Eve forma parte de la masa de trabajadores desechables y sustituibles que explota el capitalismo corporativo tardío. Este tipo de empleo es imaginado como una opción más digna y segura que limpiar casas, sin embargo las corporaciones distan mucho de ofrecer condiciones justas o protección legal. Eve es un ejemplo del proletariado trabajador que debe sacrificar lo más importante a cambio de un salario mínimo. Esta madre soltera destina gran parte de sus módicos ingresos a una vecina para que le cuide a su hijo pequeño, a quien apenas puede ver debido a sus horarios, rigores laborales, estrecheces económicas y las tremendas distancias que debe recorrer en la capital.

La torre del hotel, con sus fabulosas vistas de la ciudad, es a su vez un mirador a las vidas del privilegio y un calabozo opaco de misterio y capricho de gerentes inaccesibles. Eve aparece encerrada en este laberinto donde se distrae de su aislamiento explorando con curiosidad la basura de los huéspedes para imaginar sus vidas. El trabajo de Eve es duro no sólo por la disciplina y las exigencias que le impone, sino porque tiene lugar a la sombra de la opulencia, en la frontera entre el oprobio de la riqueza y la asfixia de la necesidad. Perdemos la noción de cuántos turnos, cuántos días han pasado en los pasillos, habitaciones, elevadores y comedores siempre iluminados de la misma manera. La actriz y directora, Avilés, se enfoca en el submundo claustrofóbico de los corredores ocultos del hotel. Los vínculos de estos empleados con el mundo anónimo y distante de los huéspedes se limitan a lo práctico e inmediato: surtir inagotables cantidades botellas de champú y rollos de papel de baño, así como pulsar los botones del elevador para un huésped en el Sabbat. Eve y sus compañeros son un ejército de sombras, deben borrar hasta el más discreto atisbo de secreciones, humores y desorden pero su presencia es incómoda y vergonzante, por lo que los espacios reservados para huéspedes les están prohibidos.

"Eve está resignada a vivir en medio de espectros, entiende que entre las sábanas de algodón egipcio todo es irreal, y como escribió Milan Kundera, la vida está en otra parte ”.

Sin embargo, también ocurre que alguien quiera violar las reglas, como la madre que le pide a Eve que le cuide a su bebé a cambio de una propina mientras se da un baño. La mamá, una joven ama de casa argentina que acompaña con su hijo a su esposo en un viaje de negocios, se aburre en la habitación y encuentra desahogo hablando frenéticamente con Eve de su vida, mezclando en sus soliloquios desparpajo, gratitud, frivolidad y entusiasmo; incluso llega a fantasear con llevársela a Buenos Aires como niñera. Independientemente de creerle, la camarista descubre ahí un pequeño oasis de cariño que le recuerda a su propio hijo. Eve está resignada a vivir en medio de espectros, entiende que entre el mármol y las sábanas de algodón egipcio todo es irreal, y como escribió Milan Kundera, la vida está en otra parte. De cualquier manera resiente la sorpresiva partida de la argentina y su bebé.

Si bien el filme da comienzo con una secuencia que parece anunciar una confrontación con la muerte, la narrativa da un giro casi cómico y se aleja del tremendismo catastrófico para internarse en una trama minimalista y cargada de sutilezas. Cuando nos encontramos con Eve, ella tiene la ilusión de que le entreguen un vestido de noche rojo que encontró olvidado, espera ser asignada al prestigioso piso 42 (con mayor paga y prestaciones), por lo que se inscribe en clases que se ofrecen en el hotel para pasar un examen y debe llegar aún más temprano al trabajo. En esas clases se ve obligada a interactuar con algunos compañeros, entre ellos la locuaz Minitoy (Teresa Sánchez). Eve es estoica y seria, quizá por timidez, pero se adivina que ha desarrollado una coraza para protegerse. La interacción en el salón de clases la lleva a bajar las defensas y contar con la solidaridad y confianza de otros, lo cual implica inevitables frustraciones y traiciones. El profe le regala a Eve el primer libro que habrá de leer en su vida: muy simbólicamente, Juan Salvador Gaviota. Quizá esa fábula de autoayuda tiene impacto en su decisión de cambiar, como cuando responde a los avances de un limpiaventanas con un acto voyerista y exhibicionista, distante e íntimo a la vez, una reafirmación personal y una ruptura con la moral.

Avilés se inspiró en la instalación fotográfica El hotel (1981), de la francesa Sophie Calle (un experimento para el que la artista trabajó por tres meses en un hotel en Venecia, documentando el paso de los huéspedes), a fin de escribir una obra de teatro que eventualmente dio a lugar este filme. El director de fotografía, Carlos Rossini, filma a sus sujetos como tratando de seguirles el paso, a costa de filmarles la nuca o tomarlos fuera de foco o de cuadro, como si los espiara. La ausencia de pista musical enfatiza el naturalismo casi documental y la austeridad tipo cinéma verité. La directora y su coguionista, Juan Carlos Márquez, evitan cualquier sentimentalismo, por lo que incluso las breves llamadas de Eve a su hijo dan lugar apenas a gestos de alegría y nostalgia. No obstante, con un mínimo de diálogos la vida interior de la protagonista queda revelada. Si bien parece que Avilés no ofrece redención a su personaje, la cinta concluye con una liberación, si no económica, por lo menos emocional, y un crudo reconocimiento de la injusticia que se refleja en el abandono de lo material y en el atrevimiento de violar uno de los máximos tabúes del hotel: cruzar el lobby para llegar al exterior.