La disputa por la verdad

La disputa por la verdad
Por:
  • raul trejo

Comencemos con una obviedad: las mentiras son tan antiguas como la humanidad. Falsedades, verdades a medias, versiones adulteradas, desinformación, siempre han sido recursos, y en ocasiones consecuencia, de los intentos para persuadir o confundir a las personas a través del engaño. Hace más de medio milenio Nicolás de Maquiavelo le recordaba al príncipe Lorenzo de Médicis una de las claves del veleidoso e incauto comportamiento humano: “Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.1 Las informaciones falsas proliferan en situaciones de crisis y/o de incertidumbre. La confusión y el miedo propician que las personas acepten como ciertas las versiones más disparatadas. La ignorancia y, por otra parte, la debilidad de las instituciones, desprotegen a los ciudadanos ante la circulación de noticias falsas. La desinformación llega a ser intencionalmente propiciada para intensificar la desazón o el disgusto de la gente. En circunstancias de discordia social y/o política las noticias falsas acentúan la polarización.

Las noticias falsas, cuando tienen éxito, es porque resultan verosímiles. A veces quienes confían en ellas tienen necesidad de creer en algo. En otras ocasiones, las versiones falsas simplemente se ajustan a las tendencias o los prejuicios de las personas. Si un ciudadano se encuentra muy irritado con el gobierno, será más proclive a creer que el presidente cometió un abuso de autoridad aunque no haya pruebas de ello. A menudo las evidencias pasan a un segundo plano y son reemplazadas por la certeza en la verosimilitud de una información.

POSVERDAD, RATIFICACIÓN DE PREJUICIOS

La avasalladora abundancia de información que recibimos nos aturde tanto que, con frecuencia, no acertamos a distinguir entre hechos ciertos y falsos. En las redes sociodigitales las informaciones más variadas se confunden y, así, se trivializan. Los medios de comunicación profesionales, que han tenido la función de autentificar y jerarquizar las noticias, han sido en parte —y en algunos casos totalmente— desplazados por las informaciones en Facebook, Twitter y otras redes. Gracias a internet y sus redes adquirimos la capacidad de tener voz ante los más variados asuntos. Pero en vez del concierto de puntos de vista que requeriría un intercambio en democracia lo que tenemos, en general, es un griterío en donde sobresalen las expresiones más altisonantes. Esa confusión facilita que circulen noticias falsas.

El filósofo Lee McIntyre, de la Universidad de Boston, ha explicado el éxito de las noticias falsas: “Somos especialmente vulnerables cuando nos dicen exactamente lo que queremos oír”.2 Las personas están dispuestas a propalar informaciones que coinciden con sus creencias aunque, si se les aquilatara con algo de frialdad o distancia, resultarían absurdas o, por lo menos, dudosas. Esa propensión a creer en versiones que favorecen nuestras preferencias, o nuestras suspicacias, se refuerza en las redes sociodigitales. Los amigos o seguidores, sobre todo en Facebook, por lo general coinciden con nuestros puntos de vista. Las informaciones y opiniones que dicen y comparten replican posiciones con las que nos identificamos. Las cámaras de eco que construimos de esa manera no se encuentran totalmente selladas al resto de la realidad. Todos tenemos circuitos de amigos, familiares, colegas en el trabajo o la escuela, con quienes contrastamos las versiones que obtenemos en las más variadas fuentes, incluyendo las redes sociodigitales. Pero cuando dependemos de ellas en nuestro consumo de noticias, hay un efecto de ratificación de prejuicios que no se encuentra en espacios más amplios. A esa circunstancia se la denomina posverdad. Un crítico de las consecuencias desfavorables que Facebook puede tener para nuestras democracias, el profesor Siva Vaidhyanatan de la Universidad de Virginia, explica:

Las distorsiones que experimentan los usuarios de Facebook cuando miran al mundo a través de Facebook son ideales para engañar a la gente a fin de que crea que sus posturas y deseos alcanzan más respaldo que el que tendrían de otra manera. Facebook, después de todo, forma filtros burbuja (filter bubbles) reforzando los sesgos que confirman una versión.3

La trivialización de las informaciones auténticas y su entremezclamiento con noticias falsas se acentúa debido a tres rasgos propios de las redes sociodigitales: 1) La velocidad que alcanza la propagación de cualquier tema, pero muy especialmente la rapidez con la que circulan noticias insólitas, extravagantes o sorprendentes. 2) El carácter reticular de esa propagación. Las informaciones no circulan de manera uniforme (como sucede en los medios de comunicación convencionales) sino con mayor cobertura e intensidad entre las personas dispuestas a creerlas. Quienes consideran que las vacunas son dañinas, han consultado en línea opiniones acerca de ese asunto y han reenviado mensajes con ese punto de vista, recibirán más contenidos con esa orientación gracias a los algoritmos colocados por los sitios web que visitan, o que organizan el menú de informaciones que encuentran en espacios como Facebook y que les dan más de lo que ya han seleccionado. 3) En algunos casos esa propagación es intencional. Quienes quieren promover o descalificar una causa o a un personaje difundiendo noticias falsas pueden contratar servicios como los de etiquetación de contenidos en Facebook para llevar esas versiones precisamente a las personas que han mostrado interés en ellas o en puntos de vista similares.

Cuando dependemos de esas redes para informarnos es altamente posible que recibamos una sola versión de los acontecimientos encerrándonos en un entorno en el que se repiten posturas afines a las nuestras. Así es como han sido tomados, como si fueran ciertos, dislates de lo más demenciales.

"Cuando dependemos de las redes para informarnos es altamente posible que recibamos una sola versión de los acontecimientos encerrándonos en un entorno en el que se repiten posturas afines a las nuestras".

DEL TRENDING TOPIC AL ATENTADO

El 4 de diciembre de 2016 Edgar Maddison Welch, un hombre de 28 años que vivía en Carolina del Norte, dejó en casa a sus dos pequeños hijos, agarró tres rifles, se subió a su camioneta y manejó casi cuatro horas hasta la Avenida Connecticut, en las afueras de Washington D. C. Allí localizó la pizzería Comet Ping Pong y entró a ella disparando con una AR-15 semiautomática. Ese era el sitio en donde, según una versión propagada en las redes sociodigitales, había rituales satánicos encabezados por la candidata presidencial Hillary Clinton para cometer abusos sexuales contra niños. Aquella acusación era tan absurda que la mayor parte de los internautas que la vieron no la tomaron en serio. Pero durante varios meses fue mencionada en cuentas de Facebook y Twitter manejadas por grupos de corte conservador. Así buscaban desprestigiar a la señora Clinton que estaba en campaña por la presidencia. Los trabajadores y el propietario de la pizzería fueron acosados en redes sociodigitales. Todo eso era noticia en la prensa profesional. Sin embargo, Welch atendía fundamentalmente a las versiones que encontraba en Facebook y un día decidió acudir al rescate de los niños que él suponía secuestrados por la malvada Hillary Clinton. Por fortuna nadie salió herido cuando llegó tirando balazos. Fue detenido de inmediato y medio año más tarde lo sentenciaron a cuatro años de prisión. “Lo único que quería era hacer algo bueno”, declaró el para entonces contrito Welch.

La versión de la señora Clinton secuestrando niños y recluyéndolos en la trastienda de una pizzería resultaba tan disparatada que no hacía falta refutarla. Sin embargo, en el contexto de polarización de la elección presidencial, circuló en línea hasta volverse trending topic el término pizzagate (que, como es evidente, remeda al Watergate que conduciría a la renuncia del presidente Richard Nixon en 1974): fue parte de la jerga en esa campaña y hubo quienes creyeron que sí había trata de niños en la pizzería Comet Ping Pong. Edgar M. Welch fue uno de esos incautos y, de todos ellos, el único que pasó de la suspicacia a la violencia.

[caption id="attachment_851202" align="alignnone" width="696"] Fuente: publika.md[/caption]

En los años recientes han circulado millares de noticias falsas que han adquirido relevancia política. Nos hemos detenido en la historia de la pizzería porque a pesar de ser tan extravagante encontró personas que la consideraron verosímil, sobre todo porque querían creer que el asunto era real. Se trata de un ejemplo de alienación —en este caso extrema— inducida por las redes sociodigitales o, mejor dicho, por las redes construidas con amigos, seguidores y contactos que comparten puntos de vista o sostienen creencias que ven reflejadas e incrementadas en tales espacios. En las cinco semanas que hubo entre la aparición de esa historia falsa y la incursión de Welch en la pizzería, el tema fue difundido en aproximadamente 1.4 millones de tuits, a través de un cuarto de millón de cuentas, según estimaciones del profesor Filippo Menczer de la Universidad de Indiana. La periodista Amanda Robb, de cuyo reportaje en la revista Rolling Stone tomamos estos datos,4 considera:

El arresto de Welch fue la culminación de un ciclo electoral dominado por las noticias falsas y por los ataques a la prensa legitimada. Distintos medios de comunicación habían trazado rápidamente los contornos de lo que llegó a conocerse como el pizzagate: el reclamo de que Hillary Clinton era una pedófila comenzó con una entrada en Facebook, se esparció a Twitter y entonces se volvió viral con la ayuda de plataformas de ultraderecha como Breitbart e Info-Wars. Pero no era claro si el pizzagate era una histeria de masas o el trabajo de políticos con auténticos recursos y agendas.5

En su extensa investigación, Robb documenta el uso de cuentas falsas, bots, redes sociodigitales de medios de ultraderecha y la participación organizada de simpatizantes radicales de Trump para propagar el pizzagate. Un especialista en seguridad informática, Clint Watts, le explicó a la periodista el propósito de versiones como ésa:

La meta es crear división entre las comunidades. Es hacer que no confíes en el Estado. Es erosionar el mandato de los funcionarios electos para que no puedan gobernar apropiadamente. Es hacer que la gente no quiera participar en democracia porque piensa que es corrupta. Es llevarte a creer que todo está en tu contra o que simplemente decidas no participar porque no sabes a quién creerle. Cuando no sabes a quién creer, vas a creer cualquier cosa.6

ENTRE LA VOLUNTAD Y LOS HECHOS

Las interpretaciones acerca de un acontecimiento pueden ser de lo más diversas. Pero los hechos son asuntos que han sucedido y de los que existen evidencias o testimonios verificables. Si ocurre un incendio, ése es un hecho, pero las versiones acerca de sus causas, si no hay pruebas concluyentes, pueden ser variadas y estar supeditadas a la subjetividad de quienes las formulan. Si en los estados financieros de un gobierno local hay un faltante de mil millones de pesos, es un hecho. Mientras no se compruebe el motivo de ese déficit, habrá quienes crean que se les pagó de más a los proveedores de una obra pública, algunos sostendrán que se trata de un error contable y otras personas considerarán que el gobernador se robó ese dinero.

Las disquisiciones en torno a la verdad han acaparado amplios segmentos, tan creativos como en ocasiones ensimismados, en la historia de la filosofía. Varios estudiosos recientes de la posverdad recuerdan la famosa contribución de Aristóteles: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso, mientras que decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero”.7 Pues sí. Decir la verdad es una acción verdadera y viceversa. La elementalidad de esa definición ratifica las complicaciones que, históricamente, ha tenido el pensamiento para precisar qué es la verdad.

Por lo general, las personas consideran verdadero aquello en lo que logran, pueden o quieren creer. La mediación de la voluntad entre los hechos y las apreciaciones que se tienen de ellos suele constituir el principal elemento de distorsión en la valoración de la verdad. Habitualmente, a pesar del desarrollo civilizatorio y por lo tanto racional que hemos experimentado, las creencias son más poderosas que las evidencias. De allí la eficacia de las religiones. Los fieles a una creencia son precisamente eso: personas que han decidido tomar por ciertos los dogmas que sustentan al cuerpo de ideas, o de relatos, que articulan una religión. No en balde, las religiones son credos: están legitimadas por las creencias de las personas que se identifican con ellas.

"En las cinco semanas que hubo entre la aparición de esa historia falsa y la incursión de Welch en la pizzería, el tema fue difundido en aproximadamente 1.4 millones de tuits, a través de un cuarto de millón de cuentas".

Más allá de esas expresiones de fe, y sin que confundamos a unas con otras, se pueden reconocer otros motivos para sostener creencias. Hay quienes creen en la idoneidad de una causa política, en las cualidades de una persona, los valores de un país (o los que son considerados como tales) o en la preeminencia de un equipo de futbol, entre muchos otros asuntos posibles. Cuando depositamos nuestra fe en una causa deportiva sin arremeter contra quienes no comparten esa convicción, no le hacemos daño a nadie. Los mexicanos estamos persuadidos de que la controvertida jugada de Rafael Márquez sobre Arjen Robben el 29 de junio de 2014, en el juego de nuestra selección de futbol contra Holanda, de ninguna forma era penal. Esa convicción fue señal de fidelidad nacional a una causa y, así, de identidad. Los holandeses tuvieron otra convicción y además ganaron el partido; ellos tuvieron una apreciación de la verdad y nosotros, otra.

Los hechos tienen un carácter intrínsecamente verdadero aunque se les aquilate con diversos matices y filtros. Sin embargo, la concepción más aceptada considera que a la verdad se le reconoce de acuerdo con la imagen que tenemos de ella. El Diccionario de la Real Academia Española  indica que la verdad es:

1. Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. / 2. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. / 3. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. / 4. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. / 5. Cualidad de veraz.

La Honorable Academia considera que la verdad depende del cristal con que se le mira. La primera de esas acepciones antepone la subjetividad a los hechos objetivos. Según esa postura, es verdadero aquello que concuerda con la impresión que nos hemos formado de una cosa o situación. Sólo la cuarta acepción, al considerar que se trata de un “juicio o proposición que no se puede negar racionalmente”, toma en cuenta la razón como elemento para dilucidar qué es la verdad. Cuando se le supedita a la valoración de las personas, la verdad queda tamizada por la voluntad, los recelos o los dogmas de

cada quien.

Esa dificultad para identificar la verdad circunscribe la capacidad de los medios para comunicarla. Las noticias, reconocidas como un género distinto de la opinión, tendrían que ser hechos puros y duros. Sin embargo, la reconstrucción de cualquier episodio puede estar cargada de subjetividad y, entonces, el periodismo no ofrece hechos sino versiones de ellos. Entre quienes manejan y a veces entre quienes estudian los medios de comunicación hay ideas acerca de la verdad que dificultan la plena difusión y, entonces, la comprensión de los hechos como tales. En la investigación acerca de los medios de comunicación se ha extendido la tesis de que la realidad es socialmente construida, de modo que los hechos quedan relativizados e incluso reemplazados por las creencias de las personas. Una cosa es que cada quien lea y aquilate, o decodifique los acontecimientos, a partir de su experiencia, intereses y contexto. Gracias a esa diversidad tenemos apreciaciones muy variadas ante un mismo asunto. Otra cosa es llegar a la patraña de que la verdad plena no existe porque cada quien la construye a partir de su universo simbólico. Desde luego, hay marcos culturales, políticos, personales, que imponen distintas maneras de reconocer o incluso rechazar o enmascarar la realidad. Pero los hechos son los hechos.

[caption id="attachment_851201" align="alignnone" width="696"] Fuente: berita-internetku[/caption]

EL PERIODISMO Y LA REALIDAD

Para el periodismo resulta cardinal distinguir entre la realidad y sus interpretaciones. Las noticias son su materia prima. La noticia, en el periodismo profesional, es el relato de un hecho de la manera más completa y precisa que sea posible. El periodismo no puede estar supeditado a la idea de que la realidad es la construcción que se hace de ella. El incendio, cuando ocurre, es un hecho. Noticia es algo que ha ocurrido. El hecho de que a estas alturas del siglo XXI el periodismo tenga que volver a lo básico explica la crisis en la que se encuentra.

La discusión sobre la realidad y su relación con el periodismo no es ociosa. Actualmente se extiende la tendencia a considerar que la verdad, o la realidad,8 están sujetas a las impresiones acerca de ellas. En un interesante documento sobre la necesidad de enfrentar las noticias falsas, Reporteros sin Fronteras ha dicho:

La verdad, que puede tener múltiples formas, se basa en la correspondencia de la realidad con las percepciones, así como en pruebas, lo más fidedignas posibles, obtenidas a través de métodos científicos, académicos, periodísticos o de otras prácticas profesionales para producir información confiable y conocimiento.9

Antes de esas líneas, el documento de la Comisión de Información recuerda que “la libertad de opinión se garantiza con el libre intercambio de ideas y de información basada en hechos reales”. Sin embargo, la supeditación de la verdad a sus percepciones, lejos de constituir un reconocimiento de la pertinente diversidad de puntos de vista que aprecian la realidad, resulta ser una innecesaria concesión a cierta corrección política que sostiene que no hay una sino diversas verdades en cada asunto.

La manera como entendamos y reconozcamos la verdad afecta al corazón del periodismo. Los periodistas trabajan antes que nada con hechos. Si esos hechos no son sólidos, el periodismo tampoco lo es. Los periodistas cumplen con cuatro funciones: 1) Recogen noticias y las narran. Para ello, tienen que distinguir una noticia de aquello que no lo es. 2) Jerarquizan esa información. De la importancia que le asignen dependerá el espacio que tenga esa noticia y su ubicación en el periódico o en el noticiero donde se transmita. 3) Publican la noticia. El proceso de edición y publicación está ceñido a consideraciones profesionales y no es meramente técnico. 4) Ofrecen elementos de contexto para que los destinatarios de la noticia puedan evaluarla.

La miga de ese proceso es la noticia. Su fortaleza radica en la exactitud que tenga, es decir, que se encuentre anclada en la verdad. Por eso, a diferencia de las informaciones que muchos internautas colocan en las redes sociodigitales, el periodismo tiene necesidad de ser riguroso en la recolección de hechos para, a partir de ellos, narrar los acontecimientos de la manera más escrupulosa posible.

El periodismo profesional es el mejor recurso que tenemos ante las noticias falsas. Las versiones improvisadas o falsas no resisten la prueba de una investigación periodística rigurosa. En medio del torrente de datos e informaciones que recibimos todo el tiempo, los medios de comunicación profesionales, cuando hacen su trabajo, distinguen las noticias auténticas de las falsas, les asignan la relevancia que ameritan de acuerdo con sus criterios editoriales (que desde luego varían de un medio a otro), difunden tales informaciones y aportan datos, documentos u otras notas que permitan aquilatarlas.

"La discusión sobre la realidad y su relación con el periodismo no es ociosa. Actualmente se extiende la tendencia a considerar que la verdad, o la realidad, están sujetas a las impresiones acerca de ellas".

FILTROS EN LAS REDES SOCIODIGITALES

El periodismo profesional es más necesario que nunca. Sin embargo, nunca antes ha enfrentado tantos desafíos y desventajas como los que padece hoy en día. La profusión de datos que recibimos en las redes digitales ha desplazado, o al menos amenaza, la centralidad que los medios de comunicación tenían en nuestras sociedades. Cada vez más personas se enteran de las noticias acerca de asuntos públicos en Facebook, Instagram o Twitter. En esas redes, como bien sabemos, las notas de la prensa establecida se confunden con informaciones de los más variados orígenes.

Actualmente, Facebook es fuente de noticias para el 45 % de los estadunidenses. En 2016 fue la principal fuente de informaciones políticas para el 8 % de los electores en la elección presidencial.10 Más recientemente, el Pew Center indagó qué porcentaje de personas, entre los mayores de 18 años, consultan noticias en las redes sociodigitales al menos una vez cada día. Nos detenemos sólo en los datos para América Latina. En Argentina es el 51 %, en Brasil 41 %, en Chile 44 %, Colombia 35 %, México 37 %, Perú 33 %, Venezuela 34 %.11

Entre los jóvenes, el empleo de redes sociodigitales para enterarse de noticias al menos una vez al día se incrementa aproximadamente 20 % en cada país. Los jóvenes de 18 a 20 años buscan noticias en esos espacios de acuerdo con los siguientes porcentajes: Argentina 76 %, Brasil 66 %, Chile 73 %, Colombia 51 %, México 58 %, Perú 49 %, Venezuela 47 %.

La amplia oferta de contenidos que hay en tales redes les quita audiencias a los medios convencionales. Pero además, esos medios pierden la confianza entre sus públicos cuando defienden intereses empresariales o políticos en perjuicio de la escrupulosidad de sus contenidos periodísticos. El reclamo contra los sesgos que los medios imponen a sus informaciones a menudo es incitado por gobernantes a quienes afectan los cuestionamientos o revelaciones de la prensa. El término fake news, como bien sabemos, ha sido aprovechado por el presidente Donald Trump como bandera en su campaña contra los medios que le disgustan.

La lectura de periódicos antes constituía una costumbre un tanto elitista, pero su pertinencia era socialmente aceptada. Ahora se ha convertido en extravagancia de algunas minorías. Cuando miramos el diario tal y como ha sido diagramado y editado, nos asomamos a una concepción del mundo y de los segmentos de la realidad que sus editores han considerado adecuado que conozcamos. Cada página y cada sección, comenzando por la primera plana, es una propuesta de jerarquización de acontecimientos a partir de esa concepción que no es únicamente política sino además social, cultural, estética. En cambio, las noticias a través de ligas de hipertexto que hallamos en Facebook o que nos envían por WhatsApp han pasado por varios filtros adicionales a los que determinan la confección del periódico: la preferencia que nuestros amigos o interlocutores en línea tienen por un asunto y no otro, las fuentes en las que se informan, así como la posibilidad (quizá resuelta por un algoritmo) para que encontremos esa información en nuestra red.

[caption id="attachment_851200" align="alignnone" width="945"] Fuente: pixabay[/caption]

UNA COSTUMBRE ARCAICA (PERO CIVILIZADA)

La lectura común del periódico era (hay que hablar en tiempo pretérito para admitir ese desplazamiento del diario convencional por el inventario discrecional que recibe cada uno de nosotros en sus respectivas redes) un ejercicio que implicaba dedicación, gusto y tiempo. Los consumidores de información constante e inquietante no están para esas parsimonias. Cuando llegan al sitio web de un periódico lo hacen, por lo general, para enterarse de una o dos notas.

El tiempo diario que, en promedio, destinan los visitantes del sitio web de The New York Times es de 3 minutos con 44 segundos. Los lectores de The Guardian en línea, 3’ 22” cada día. Los visitantes de El País, 4’ 28”. El Universal de México tiene un promedio 6’ 47”.12 En comparación con el tiempo que destinábamos a la lectura de la prensa en papel, esos tres o seis minutos son casi nada. Pero lo son todo en la industria del periodismo en línea cuyos lectores quieren poco, rápido y directo.

Los medios en línea se nutren, fundamentalmente, de clicks. Cuando no se trata de contenidos por los que nos cobran una cuota, el negocio radica en muchas visitas y, sobre todo, abundantes clicks. En busca de ellos y de espacio en los muros de Facebook y de ligas en Twitter, la mayor parte de los diarios en línea apuesta por las preferencias más espontáneas y emotivas de los internautas: asuntos extravagantes, escándalos de la farándula, muchachas guapas con poca ropa o sin ella. El modelo de negocio, pero sobre todo la organización de la información en línea y su imbricación con las redes sociodigitales, han reforzado la proclividad a la estridencia, con el consiguiente abatimiento en la calidad del periodismo.

En los minutos que dedican a The New York Times, sus lectores en línea alcanzan a ver un promedio de 2.37 páginas web. Los visitantes de The Guardian, 2.56 páginas. De El País, en los minutos antes mencionados, los lectores recorren 2.35 páginas. En El Universal, 2.33 páginas.13 Cada día, la edición en línea de un diario ofrece centenares de páginas. Quienes consumen esos contenidos apenas se asoman a algo más que dos de ellas, en promedio.

Al mismo tiempo, es una paradoja que nunca se ha hecho mejor periodismo como ahora. El afán de periodistas que de manera personal o en equipo investigan y develan asuntos incómodos para el poder político o económico o incluso para grupos criminales, el resurgimiento del reportaje en extenso en algunos de los diarios de referencia internacionales, así como en revistas y libros, la disponibilidad de grandes bases de datos que propician incluso indagaciones a cargo de equipos multinacionales de periodistas, la transparencia forzada o reglamentada que en distintos países permite el acceso a documentos que de otra manera hubieran permanecido ignorados, propician el desarrollo de un periodismo de hechos, afianzado en datos pero sobre todo en una pertinaz búsqueda de la verdad. Ese periodismo es minoritario frente al sensacionalismo ordinario que ofrece la mayor parte de los medios, pero sus consecuencias políticas y sociales son notorias.

El desarrollo de ese periodismo inquisitivo y profesional permite asegurar que la prensa no está en crisis ni en decadencia. La que está en crisis, y desde luego le afecta, es la lectura de periódicos y por lo tanto el respaldo social a la prensa. No estamos ante un modelo de negocios insuficiente, sino ante un problema cultural y civilizatorio. La prensa de calidad siempre ha sido fundamentalmente consumida por las élites. Pero hoy en día, en el contexto de una contundente abundancia de información, el periodismo en la mayor parte de los medios no prefiere buscar la verdad sino ceñirse a las percepciones de sus públicos.

La prensa profesional es el mejor recurso para enfrentar versiones falsas. Para eso resulta indispensable que haga periodismo. Ni más, ni menos.

Notas

1 Nicolás de Maquiavelo, El Príncipe, capítulo XVIII, “De qué modo los príncipes deben cumplir con sus promesas”.

2 Lee McIntyre, Post-Truth, The MIT Press, Cambridge, 2018, p. 62.

3 Siva Vaidhyanathan, Anti-social Media. How Facebook Disconnects Us and Under-

mines Democracy, Oxford University Press, New York, 2018, p. 131.

4 Amanda Robb, “Anatomy of a Fake News

Scandal”, Rolling Stone, 16 de noviembre, 2017. Disponible en: http://www.rollingstone.com/politics/politics-news/anatomy-of-a-fake-news-scandal-125877/

5 Ibid.

6 Ibid.

7 McIntyre, op. cit., p. 7

8 La distinción entre realidad y verdad puede llevar a discusiones semánticas y filosóficas pero en el habla común se mantiene la definición del Diccionario de la RAE que describe Realidad como “1. Existencia real y efectiva de algo; 2. Verdad, lo que ocurre verdaderamente”.

9 Reporteros sin Fronteras, El espacio global de la comunicación y la información: un bien común de la humanidad, documento de la Information & Democracy Comission, 2 de noviembre, 2018. Disponible en http://rsf.org/es. Subrayado nuestro.

10 Jeffrey Gottfried, et. al., “Trump, Clinton Voters Divided in Their Main Source for Election News”. Pew Research Center, www.pewresearch.org, 18 de enero, 2017.

11 Amy Mitchell, et. al., “Publics Globally Want Unbiased News Coverage, but Are Divided on Whether Their News Media Deliver”. Pew Research Center, www.pewresearch.org, 11 de enero, 2018.

12 www.alexa.com, datos recabados el 11 de diciembre, 2018.

13 Ibid.