La función de los elementos narrativos

La función de los elementos narrativos
Por:
  • hector_ivan_gonzalez

A la manera de una serie de cuentas de cristal, el escritor mexicoiraní Niarf Yahamadi relata varias anécdotas, episodios ominosos y circunstancias por las que ha debido pasar mientras vive en Nueva York. Con el suspense desencadenado por un correo que le solicita autorización para poner su nombre al auditorio de una academia desconocida, en un lugar igualmente ignoto, y que imparta una “conferencia magistral”, los episodios nos muestran a un Yahamadi que duda a cada paso de la realidad que vive.

Sin embargo, esta no es una novela que narre los gajes de la escritura o el absurdo que rodea el oficio de escritor... o sí. En realidad el centro es el absurdo cotidiano que tiene que enfrentar un hombre con sentido común. Pues si, como decía Voltaire contradiciendo a Descartes, “el sentido común es el menos común de los sentidos”, podremos ver en Las cenizas y las cosas una serie de personajes obsesionados por quimeras que no les dejan ver más allá de sus narices. Pero no se trata de que Yahamadi se exima de actuar absurdamente, por el contrario, en ocasiones cede y participa en las condiciones que se le imponen:

Continuamente teníamos peleas brutales. Más noches de las que puedo recordar, ella se acostaba llorando o bien insultándome con furia. Hablaba y maldecía entre sueños; se despertaba a mitad de la noche y salía semidesnuda a correr por las calles [...] Pero, por inverosímil que parezca, un 25 de febrero le propuse que nos casáramos. Fue simplemente un arranque, una de esas cosas que uno dice cuando una discusión ya ha recorrido diversas fases y sigue sin llegar a un punto de estabilidad, a una reconciliación o a una ruptura.

Dentro de los varios temas, Niarf cuenta la historia con Pris, su exmujer, con quien entabla una relación que va cediendo espacio a sus incoherentes exigencias (valga la redundancia), al punto que el protagonista se cuestiona si ha continuado con ella porque la ama o simplemente porque no quiere lastimar sus sentimientos al abandonarla. Estas exigencias los llevarán hasta la geografía más inesperada, donde llegan a poner en riesgo sus vidas con tal de cumplir algo irracional a los ojos de él, pero

no a los de ella.

Por otra parte, en varias circunstancias en las que se ve envuelto Niarf Yahamadi subyace la pregunta de hasta dónde lo llevará su incapacidad para decir que no, y llegar, por sus propios medios, a una conclusión que tarde o temprano algunos hemos alcanzado: “No hay nada más inquietante que ver a alguien, que uno cree conocer, transformarse en un desconocido”.

Yahamadi —como Swann de la clase burguesa— es cautivo de una serie de prejuicios absurdos de la sociedad estadunidense.

En medio de las numerosas coincidencias de la novela, Niarf conoce a Saskia, una amante ocasional, de esas que le abren a uno los ojos con una sola frase: “En realidad no somos más que las memorias que otros tienen de nosotros”. Esto deja girando al protagonista durante varios capítulos mientras la invitación al instituto que lo quiere homenajear se materializa:

En ese momento las palabras de Saskia adquirieron sentido, había citado a Proust, quien había escrito en Por el camino de Swann: “Nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los otros”.1

Y es cierto. Vivimos seccionados en nuestra realidad por una suerte de paradigmas que nos imponen los demás, como si de un vistazo fuera posible encontrar todo lo que somos y todo lo que son los otros, lo cual es una pura reducción de nuestro sistema y del imaginario en el que se sostiene. Por eso es atinada la cita de Proust, porque Yahamadi —como Swann de la clase burguesa— es cautivo de una serie de prejuicios absurdos de la sociedad estadunidense. Desconozco si el crítico y narrador Naief Yehya haya vivido este tipo de experiencias en carne propia, sin embargo, lo que salta a la vista es la fijación que tiene para él la forma en que la mirada de los otros busca determinarnos y nuestra tarea es escapar una y otra vez de estas casillas.

Simultáneamente, una serie de coincidencias empieza a cernirse sobre él y su obra, un cuento publicado en The New Yorker, así como la falta de organización de sus anfitriones de San Ismael enrarece los acontecimientos: de origen, el ambiente es tan ominoso que nos tendríamos que preguntar si realmente podría existir un santo “Ismael”. En el ínterin Yahamadi escribe un mecanuscrito debrayante sobre terroristas musulmanes, así que el reclamo de su editor de que una película ya ha tratado ese tema nos muestra la forma en que la realidad es cada vez más predecible. En la era de la superinformación y la guerra contra el terrorismo, la vida en Estados Uunidos cada vez se reduce a más clichés. Y Yahamadi, como mexicoiraní, resulta doble enemigo del régimen americano, estigma que experimentará hasta las últimas consecuencias.

Tal vez el ritmo narrativo al inicio se sienta un poco aletargado por algunas explicaciones del narrador en las transiciones de anécdotas, pues el lector contemporáneo puede prescindir de aclaraciones como ésas. Más allá de esto, he empezado estas líneas hablando de un collar de cuentas, pues así resulta llegar al último tramo de la novela y ver cómo cada uno de los elementos (el viaje, los amores perdidos, las ascendencias mexicoiraní, el cuento publicado en The New Yorker y el 11/09/11) tendrán un peso, una función precisa, que amarre la novela. Las cenizas y las cosas propone una serie de temas atractivos para las sensibilidades que encuentran gente enajenada o automatizada en nuestras sociedades. Sólo el lector sabrá de qué lado de la trinchera se encuentra.

Notas

1  Es interesante que Proust compartiera esta fijación, tal como la tuvo el existencialismo inicial de Sartre, pues ambos fueron lectores atentos de Henry Bergson. No hay que descartar que haya una raíz común en esta fenomenología francesa, ya que ambos autores concebían el conocimiento como un ejercicio activo de la conciencia, la cual a su vez complementa el fenómeno observado.