La guerra fría de Pawel Pawlikowski

La guerra fría de Pawel Pawlikowski
Por:
  • naief_yehya

Wictor (Tomasz Kot) sabe desde el momento en que se encuentra con Zula (Joanna Kulig) que ella es la mujer de su vida. Nada cambiará esta certeza en los siguientes quince años, ni la reconfiguración política de Europa en la posguerra, ni las separaciones entre fronteras ni los matrimonios y romances de ambos, ni la cortina de hierro. Guerra fría, de Pawel Pawlikowski, es una historia de amor y tormento que arranca en las ruinas de Europa, describe la geografía ideológica de la posguerra europea a través de un drama íntimo y culmina en un amargo triunfo personal que es la renuncia a vivir en cualquiera de los dos lados de ese mundo dividido.

Wiktor, con su colega Irena (Agata Kulesza) y el burócrata Kaczmarek (Borys Szyc) recorren el país devastado a bordo de una camioneta grabando música popular en los pueblos con la intención de rescatar las tradiciones y el folclor nacional.

Este proyecto etnomusical eventualmente es usado como parte del programa de recreación de una imagen para el naciente estado socialista. Con ese material y docenas de jóvenes se forma en una mansión de los terratenientes desaparecidos un grupo que recrea música, canto y danza de “la esclavitud, el dolor, el mal y la humillación”: el ensamble Mazurek, que está basado en el grupo Mazowsze real. Wiktor, un músico formalmente educado con una pasión por el jazz, es el responsable de los arreglos y la dirección. Durante la selección de los integrantes, Wiktor queda impresionado por la belleza y actitud desafiante de Zula, de quien se rumora que mató a su padre (“Me confundió con mi madre, le enseñé la diferencia con un cuchillo... pero no te preocupes, no está muerto”), estuvo en la cárcel y tiene una sentencia suspendida. Zula engaña al grupo respecto de sus orígenes, se hace pasar como pueblerina sureña y astutamente canta una canción rusa aprendida de una película para impresionar y seducir a los burócratas. En poco tiempo se convierte en una de las estrellas de la troupe. Los artistas destacan por sus adaptaciones y talento, por lo que las autoridades les sugieren que incluyan en su repertorio temas como la reforma agraria, la paz mundial y sus enemigos y, por supuesto odas al líder internacional del proletariado: Stalin. Irena no puede soportar la imposición, mientras Wiktor oculta sus emociones y sigue trabajando.

Zula y Wiktor se vuelven amantes y ella le confiesa que Kaczmarek la ha convertido en informante para vigilarlo, además de que la pretende. En su primer tour internacional, Wiktor le propone a Zula escapar a Occidente desde Berlín, el frente de batalla en la Guerra Fría. Ella acepta pero se arrepiente, no por dudas ideológicas ni por temor, sino más posiblemente por pragmatismo, ya que reconoce su inminente éxito. Wiktor comienza una carrera en París, tocando en clubes de jazz y componiendo música para películas, mientras que ella sigue triunfando en la órbita soviética. La relación no se acaba sino que se desarrolla en encuentros furtivos, uno de ellos en Yugoslavia, donde Wiktor es deportado. Eventualmente pasan un periodo tempestuoso viviendo juntos en París, donde exploran la vida nocturna, la escena artística, la tensión creativa y graban un disco. Desencantada, ella regresa a Polonia. Él la sigue pero es enviado a un campo trabajo/reeducación. Su huida es considerada una traición.

Pawlikowski vuelve aquí a trabajar con el director de fotografía de Ida, Lukasz Zal, así como con los diseñadores de producción de esa película, de modo que las imágenes monocromáticas, en el formato académico 1,33 de ambas, están inevitablemente vinculadas por sus atmósferas, así como las transiciones de tomas estáticas rurales a la fluidez de los encuadres en las presentaciones públicas del grupo, las secuencias urbanas y parisinas. A pesar de la intensidad de las emociones presentadas, aquí hay un minimalismo, aún más depurado que en la anterior película, la cual aún seguía un modelo formalista más bien convencional.

"La historia de los protagonistas se ve reflejada en la música: folclore, jazz y eventualmente rock. Como si las transiciones entre géneros fueran también cruces de fronteras”.

La cinta más reciente del autor de la oscareada Ida (2013), por la cual ganó la Palma de Oro al mejor director en el Festival de Cannes, muestra la depredación ideológica y moral de un régimen que busca legitimarse al recuperar y apropiarse de la voz y música del pueblo para convertirla en propaganda. Es muy revelador que Kaczmarek se lamenta de que una de las canciones más bellas que recogen está en lemko y no en polaco, así como por el hecho de que una de las integrantes del grupo es demasiado oscura y no parece suficientemente eslava. No se ofrecen justificaciones al régimen de Varsovia, pero Occidente tampoco es presentado como una utopía. Podríamos pensar que el filme trata acerca de la rebelión del artista en contra de la autoridad censora y manipuladora, sin embargo hay algo más profundo que eso, ya que es una reflexión en torno a la universalidad del amor y el egoísmo, la pasión y la incompatibilidad.

La cinta no es precisamente nostálgica, sin embargo hay una angustia permanente, una conciencia de la pérdida de algo trascendente, de la imposibilidad de redimirse mediante una localización geográfica, una cultura o incluso a través del triunfo profesional. Se trata de no poder encontrar un hogar, casi como si los protagonistas fueran fantasmas en pena que no pueden hallar la paz ni en las promesas dogmáticas ni en la sofisticación y el exceso burgués. La cinta es una reflexión sobre la idea de libertad y la certeza del cautiverio y lo que significan en contraste con el amor pasional. No se habla de que Wiktor y Zula son sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial y de un sinnúmero de traiciones y rupturas dolorosas, así como tampoco hay una elegía a la presunta pureza de lo folclórico. Hay una obvia esquizofrenia entre la admiración de la crudeza de la música rural y la evidente depuración del material para volverlo atractivo para todos los públicos. Si bien la inserción del realismo socialista al espectáculo de Mazurek es un extremo caricaturesco de la visión idílica del pueblo, este tipo de espectáculos polvean y maquillan el arte rústico del pueblo para el entretenimiento de las audiencias ilustradas domésticas (conservadoras y liberales) del mundo. La celebración de la cultura popular puede ser también una mentira extraordinariamente semejante a la propaganda.

Los reencuentros y desencuentros, las frustraciones, los obstáculos y el amor pasional que los llevan a provocadoras infidelidades son una guerra caliente que es un eco de la situación política de mediados del siglo pasado. La historia de los protagonistas se ve reflejada en la música: folclore, jazz y eventualmente rock. Como si las transiciones entre géneros fueran también cruces de fronteras y de percepciones del mundo. No es casual que el filme comience con música de campesinos cantando directamente a la cámara. El filme se estructura alrededor de la música y dice a través de ella lo que los diálogos callan. Además, estas vidas a la sombra de la Guerra Fría son un reflejo distorsionado de la historia de los padres del director (quienes se llamaban también Wiktor y Zula), que tuvieron una relación volcánica durante más de cuatro décadas, y a quienes está dedicada la cinta.