La monstruosidad de una escultura Francesca Dalla Benneta

La monstruosidad de una escultura Francesca Dalla Benneta
Por:
  • alicia_quinones

Esta semana, la escultora Francesca Dalla Benneta (1977) y la pintora mexicana Natasha Gray, inauguran la exposición La persona y el paisaje en la galería Espacio y Lugar, como parte del programa Maco en la Ciudad de México. Las piezas de Dalla Benneta proponen figuras híbridas, bizarras; anatomías que fusionan lo humano, lo animal y la locura.

Científica por obligación y artista por gusto, la creadora, oriunda de Florencia, Italia, construyó su carrera en México después de llegar al país en 2006 como maquillista de la película Apocalypto, dirigida por Mel Gibson. Desde su incursión en el cine en áreas como la creación de efectos especiales y escenografías, decidió dedicar una parte importante de su obra a la figura humana, así como a las ficciones y los paradigmas que acompañan a las diferentes personalidades. Un trabajo que sobresale por la forma en que concibe la belleza.

¿Cómo se forma un artista en Italia?

Ha sido un camino tortuoso. Todo comenzó en Florencia, cuando tomé la decisión de estudiar arte. Como en Italia no es considerada una profesión como tal, estudié Ciencias y Física, que luego abandoné. Mi aventura comenzó en la academia, después el cine fue mi salida, y me dediqué a los efectos especiales, la escenografía y el maquillaje. Debido a que las escuelas de cine y arte en general son muy costosas, opté por ofrecerme como empleada para aprender. Estuve en un estudio durante un año en Roma, y de forma inesperada me invitaron a trabajar en la película Apocalypto. Llegué a México y me quedé para trabajar en cine y televisión, pero desde hace ocho años decidí dedicarme al arte por completo. No estudié escultura nunca, pero el cine requiere que desarrolles estas habilidades, mismas que trasladé a mis inquietudes estéticas. Aunque me consideraba una artista visual en general, la escultura llena mis inquietudes artísticas. Como artista nunca he tenido un plan, siempre me he guiado por instinto y por gusto. Ser artista en México, como en cualquier país, no es fácil, tienes que ser tu propio promotor, tu creador, tu galerista. Luego tienes que ser docente. Tengo tres o cuatro trabajos diferentes, actualmente todos relacionados con el arte. Tampoco quiero decir que ser artista es algo sufrido: si trabajas, tu arte funciona.

La belleza no convencional y las personalidades arraigadas en los hombres, dan un toque especial a tu arte, que sale de lo común.

La belleza no convencional, titulo de mi primera exposición individual en México, tuvo como finalidad abordar a diversos personajes fantásticos con la idea de desmitificar lo que tradicionalmente se entiende

como bello. El arte establece cánones

de belleza dictados desde el arte clásico, desde los griegos, y yo quería romper ese esquema, fortalecida por la estética que estuve revisitando en el cine: la monstruosidad.

¿Qué significa ser un artista neosurrealista? Así te defines.

Onírica o neosurrealista, me han atribuido varios adjetivos. La parte del surrealismo que me parece muy interesante es el flujo de la conciencia. Yo mezclo el surrealismo con anatomías de seres fantásticos, aunque en mis más recientes producciones he vuelto a personajes con rasgos más tradicionales. Definirme neosurrealista significa que manejo el surrealismo con una clave nueva. En 2014 un rompimiento en mi vida me llevó a retomar la figura humana como tal. Y comencé a crear una serie de retratos de italianos que radican en México, que han transitado por este país y con experiencias semejantes a las mías. La estética que decidí manejar fue más tradicionalista, siempre con una paleta de colores oscuros, que siempre está en mis creaciones. La dimensión monstruosa la eliminé por ahora, pero sí me apego a lo fantástico.

¿Es un arte de rupturas?

No creo que mi arte se alimente tanto de las rupturas, más bien está conformado por episodios.

En La persona y el paisaje, la exposición que inauguras esta semana, mezclas personajes fantásticos con la locura.

La idea fue trabajar las emociones y sentimientos, así como las múltiples personalidades, hasta llegar a la locura. Cuando tenía unos 18 años, mi mamá me llevó con un psiquiatra, por una serie de manifestaciones y situaciones. Me diagnosticaron bipolaridad y se me quedó pegada esa etiqueta, para mí fue una cosa muy fuerte, porque en la adolescencia uno es vulnerable y más con una situación así. En general, desde pequeña nunca me sentí parte de algún grupo de amigos y luego tuve que asumir la etiqueta de la locura. En esa época no tenía la herramienta del arte, lo pasé muy mal, y hoy decidí retomar este momento de mi vida. El arte me ha apoyado para superar cosas de mi pasado. Por un lado, La persona y el paisaje es un autorretrato constante y también un retrato de la gente que voy encontrando a mi paso. Es un poco decir que todos estamos un poco locos, sin caer en etiquetas, y el gran aprendizaje a mediar con uno mismo, con sus propios demonios. El arte ha sido mi salvación. Es trillado, lo sé, y no es que el arte sea sanador, sino que te pone enfrente distintos puntos de vista. A través del arte puedes ver que no eres el único que se siente loco.

¿Piezas como La vida y la muerte revelan los polos de esa locura?

Mis temas siempre son multifacéticos. En un primer nivel, esta escultura muestra a una persona anciana, y atrás tiene la muerte. Esa es simplemente la condición del ser humano. A un lado tiene unas máscaras de rostros jóvenes, que es la condición del tiempo. Pero esto también habla sobre las diversas facetas que cualquiera puede tener en un lapso breve de tiempo. Yo lo he vivido de manera acentuada por mi “enfermedad” o mi personalidad. Pero más allá de alguna condición, todos somos susceptibles de vivir en poco tiempo un abanico de sentimientos; puedes cambiar de máscara cuando quieras. También es una reflexión sobre el uso de la máscara social, que en general es considerado negativo. Es una pieza compleja que tiene diferentes niveles de lectura.