La poesía, primera respuesta literaria

La poesía, primera respuesta literaria
Por:
  • alejandro_toledo

La primera respuesta literaria significativa a la matanza de Tlatelolco fue el poema de Octavio Paz “México: Olimpiada de 1968”, publicado en la revista Siempre! el 30 de octubre y que acompañó su renuncia a la embajada en la India. Antes, durante el desarrollo del movimiento estudiantil, aparecieron aquí y allá algunos versos de variada fortuna en cuanto a su calidad y provenientes sobre todo de plumas juveniles. Miguel Aroche Parra reunió algunos de estos y otros posteriores a Tlatelolco (sea por su valor testimonial o por su importancia literaria) en 53 poemas del 68 mexicano (1972). De la serie anterior al 2 de octubre sobresalen “Canto a la juventud”, de Margarita Paz Paredes, fechado el 22 de agosto, y “Septiembre”, de Paco Ignacio Taibo. El 11 de septiembre Ricardo Capetillo Casares publica, en la revista ¿Por qué?, “Romance del estudiante muerto”. Y Siempre!, el 25 de septiembre, bajo el título “Llamo a la juventud”, selecciona versos de Miguel Hernández, Walt Whitman y el mismo Octavio Paz que parecen dialogar con lo que ocurría entonces en las calles de la Ciudad de México. De Paz aparece aquel célebre “Has muerto, camarada, en el ardiente amanecer del mundo”.

Un poema de Elsa Cross, “A quien corresponda”, resume el espíritu de las protestas, y aunque aparecido en la revista ¿Por qué? el 11 de octubre, parece de hechura anterior a la noche de Tlatelolco.

Por lo que significó como gesto de valentía e inmediata reacción poética, puede afirmar-

se que “México: Olimpiada de 1968”, fechado en Delhi el 3 de octubre y publicado al final

de ese mes en la revista Siempre!, es una pieza central de las letras del 68. En la revista, además, a manera de explicación, aparecía en facsímil la carta de Paz a los organizadores de la Olimpiada Cultural, en la que les recuerda que fue invitado a un encuentro internacional de poetas paralelo a las actividades deportivas (invitación que había declinado), y le solicitaron unos versos que resumieran el espíritu olímpico. Pide compartir su poema con los otros participantes.

La respuesta de Paz a los hechos del 2 de octubre fue un golpe doble para el gobierno: por venir de un diplomático del periodo diazordacista (tal vez el único) que se desmarcaba

de ese acto genocida, y por ser la expresión clara de indignación y vergüenza de una voz poética firme. Hay en su texto (además de esa imagen dolorosa de los empleados municipales que lavan la sangre en la Plaza de los Sacrificios) una pregunta central: “¿Por qué?”

Cinco años más tarde reflexionaría Octavio Paz:

Los estudiantes buscaban el diálogo público con el poder y el poder respondió con la violencia que acalla todas las voces. ¿Por qué? ¿Por qué la matanza? Desde octubre de 1968 los mexicanos se hacen esta pregunta. Hasta que no sea contestada el país no recobrará la confianza en sus gobernantes y sus instituciones. No recobrará la confianza en sí mismo.

En Poemas sobre el movimiento estudiantil de 1968 (1980), Marco Antonio Campos depura y amplía el ejercicio de Aroche Parra. Entre las coincidencias están “No consta en actas”, de Juan Bañuelos, considerado uno de los poemas mayores sobre este tema; los versos de Paz, claro; el “Espejo de piedra” de José Carlos Becerra, o la “Lectura de los ‘Cantares mexicanos’: Manuscrito de Tlatelolco”, de José Emilio Pacheco. Aparecerán, además, los grandes nombres: Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Eduardo Lizalde, Gabriel Zaid, Isabel Fraire, junto con los más jóvenes Héctor Manjarrez, Orlando Guillén, Carlos Montemayor, Evodio Escalante, Jaime Reyes, David Huerta, entre otros, y el propio Campos, quien eliminó su poema, por pudor (al considerar que un antólogo debe procurar no antologarse), al integrarse el volumen Poemas y narraciones sobre el movimiento estudiantil de 1968 (en colaboración con Alejandro Toledo, 1996). En este último título Elsa Cross publicó un texto distinto al que viene en la antología de Aroche Parra, “Los amantes de Tlatelolco” (referido más bien a las excavaciones en las ruinas prehispánicas, y no a la masacre), y se agregó a Ethel Krauze.

A partir de las antologías de Aroche Parra y Marco Antonio Campos puede armarse este muestrario plural de lo que fueron para los poetas aquellas jornadas de protesta juvenil y tragedia.

 

Octavio Paz

(1914-1998)

México: Olimpiada de 1968

(Delhi, a 3 de octubre de 1968)

A Dore y Adja Yunkers

La limpidez

(quizá valga la pena

escribirlo sobre la limpieza

de esta hoja)

no es límpida:

es una rabia

(amarilla y negra

acumulación de bilis en español)

extendida sobre la página.

¿Por qué?

La vergüenza es ira

vuelta contra uno mismo:

si

una nación entera se avergüenza

es león que se agazapa

para saltar.

(Los empleados

municipales lavan la sangre

en la Plaza de los Sacrificios.)

Mira ahora,

manchada

antes de haber dicho algo

que valga la pena,

la limpidez.

 

Rubén Bonifaz Nuño

(1923-2013)

Poema 49

Feria de muertes de artificio

para alegrar el luto; azules

granadas, fisuras lacrimógenas

sangran la pared. Y por encima

alguien se ríe y alguien calla.

No sé quién me manda a que me maten.

De alambradas, de carbones rojos,

de silenciadas bocas de hambre,

de semilla de pan de pobre,

sume su miseria el pobre. Y alguien

paga por la compra, y alguien grita

que sabe, y engorda y se abandera.

Luto alegre de quien lo apareja

sobre su lengua solo; hollejos

de carne en riesgo, calcinada.

Y un clamor de almendras expansivas

amargo de plomo, da el quién vive

a quien me ha mandado a que me maten.

 

Rosario Castellanos

(1925-1974)

Memorial de Tlatelolco

La oscuridad engendra la violencia

y la violencia pide oscuridad

para cuajar el crimen.

Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche

para que nadie viera la mano que empuñaba

el arma, sino sólo su efecto de relámpago.

¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que

[mata?

¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?

¿Los que huyen sin zapatos?

¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?

¿Los que se pudren en el hospital?

¿Los que se quedan mudos, para siempre, de

[espanto?

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.

La plaza amaneció barrida; los periódicos

dieron como noticia principal

el estado del tiempo.

Y en la televisión, en la radio, en el cine

no hubo ningún cambio de programa,

ningún anuncio intercalado ni un

minuto de silencio en el banquete.

(Pues prosiguió el banquete.)

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,

que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,

a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en

[actas.

Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.

Duele, luego es verdad. Sangre con sangre

y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.

Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca

sobre tantas conciencias mancilladas,

sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,

sobre el rostro amparado tras la máscara.

Recuerdo, recordemos

hasta que la justicia se siente entre nosotros.

 

Jaime Sabines

(1926-1999)

Tlatelolco 68

(Fragmento)

Nadie sabe el número exacto de los muertos,

ni siquiera los asesinos,

ni siquiera el criminal.

(Ciertamente, ya llegó a la historia

este hombre pequeño por todas partes,

incapaz de todo menos del rencor.)

Tlatelolco será mencionado en los años que vienen

como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,

pero esto fue peor,

aquí han matado al pueblo:

no eran obreros parapetados en la huelga,

eran mujeres y niños, estudiantes,

jovencitos de quince años,

una muchacha que iba al cine,

una criatura en el vientre de su madre,

todos barridos, certeramente acribillados

por la metralla del Orden y la Justicia Social.

A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados,

y el pueblo se aprestaba jubiloso

a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.

 

Thelma Nava

(1931)

Tlatelolco, 68

I

Es preciso decirlo todo,

porque la lluvia pertinaz y el tiempo de los niños

sobre los verdes prados nuevamente

podrían lograr que alguien olvide.

Nosotros no.

Los padres de los otros tampoco y los hijos y

hermanos que puedan contarnos las historias

y reconstruyan los nombres y vidas de sus muertos

[tampoco.

II

Tlatelolco es una pequeña ciudad aterrada

que busca el nombre de sus muertos.

Los sobrevivientes no terminan de iniciar el éxodo.

Pequeña ciudad fantasma, húmeda y triste

a punto de derrumbarse si alguien se atreviera

a tocarla nuevamente.

Nada perdonaremos.

Rechazamos todo intento de justificación.

III

Miro pasar las ambulancias silenciosas una tras otra

mientras aquí en el auto

un anciano que sangra y no comprende nada

está en mis manos.

IV

Ellos ignoran que los muertos crecen,

que han echado raíces sobre la piedra antigua.

Aunque los hayan desaparecido

(para que nadie verifique cifras).

Todo ha sido invadido por la sangre.

Aún vuelan partículas por el aire que recuerda.

Es de esperarse nuevamente su visita.

Los asesinos siempre regresan al lugar del crimen.

V

Que no se olvide nada.

Aunque pinten de nuevo los muros

y laven una y otra vez todas las piedras

y sean arrasados los prados incendiados con pólvora

para borrar, definitivamente,

cualquier huella.

Que no se olvide nada.

Es éste el tiempo de no callar verdades.

Que no se olvide nunca que aprendimos a llorar

de otra manera

nosotros, que apenas si osábamos firmar un

manifiesto con estas manos torpes con que

escribimos poesía, las mismas con las que

empuñaríamos un fusil para matar a un asesino,

si fuese necesario.

 

Juan Bañuelos

(1932-2017)

No consta en actas

(Fragmento)

La estación ha cambiado de golpe

Igual que la conciencia de mi pueblo.

(Hoy es mi cumpleaños. Al lado suena el aire

a todo trapo.

Las horas ruedan como botones descosidos.

Y es lo que a mí menos me importa.)

La lucha sigue. Octubre ha visto

caer asesinada a mucha gente

en Tlatelolco,

Santo Tomás y

Zacatenco.

Los árboles comienzan hoy a desnudarse,

mis mejores amigos huyen perseguidos,

¿acaso la hojarasca les servirá de almohada?

¿Las cocinas oscuras de los hogares muertos

oirán pronto los pasos de sus vacantes dueños?

Desde mis años caigo hasta este viernes,

a un día de nacido, a tres, a diez y a mil,

y aprendo cómo cuesta

dañar la parte que me quiero.

Y hablando de carbón, ¿el agua alisa su pelo

[natural?

¿Y la soga del fuego está a la mano?

Cómo sube gente por mi rostro.

¿Nos dará la cólera calor para el invierno?

Hoy cumplo años. Y estoy pegado a los barrotes

de una cárcel que tengo por ciudad.

Algo violento irrumpe:

la sangre de una vena rota.

 

José Carlos Becerra

(1936-1970)

El espejo de piedra

Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco,

los cuchillos de jade hallaron su visaje

[ceremonial en boca de las ametralladoras.

Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco, Nuño

[de Guzmán oró ante

Huitzilopochtli

y le ofreció el sacrificio.

Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco,

[descubrieron aterrados que otra vez

[existía ese país,

aquel que ellos creyeron sepultado

bajo el jade y las plumas y los estípites y los

[palacios de Adamo Boari y los desayunos en

[Sanborn’s,

de su oportuna y mestiza retórica.

Detrás de la iglesia de Santiago-Tlatelolco,

[treinta años de paz más otros treinta de paz,

más todo el acero y el cemento empleados en

[construir la escenografía para las fiestas del

[fantasmagórico país,

más todos los discursos,

salieron por boca de las ametralladoras.

Lava extendiéndose para borrar lo que iba tocando,

[lo que iba haciendo suyo,

para traerlo a la piedra del ídolo nuevamente.

¿Pero lo trajo de nuevo a la piedra del ídolo?

¿Pero tantos y tantos muertos por la lava de otros

[treinta años de paz,

terminarán en la paz digestiva de Huitzilopochtli?

Se llevaron los muertos quién sabe adónde.

Llenaron de estudiantes las cárceles de la ciudad.

Pero al jade y a las plumas y al estofado de los

[estípites y a los nuevos palacios que ya no

[construyó Boari, y a los desayunos en Sanborn’s

se les rompió por fin el discurso.

Y cuando intenten recoger esos fragmentos de ruido

[para contemplarse,

encontrarán en ellos solamente

a los muertos hablándoles.

A treinta años de paz —como a otros treinta años de

[paz—,

más todo el acero y cemento empleados en inventar

[la sombra de un país,

más a todos los discursos y los planes de negocios

[dulcemente empapados

por el olor de los desayunos en Sanborn’s,

se les rompió, de pronto, el espejo.

Se apostaron como siempre detrás de una iglesia,

poco importa si laica o religiosa,

y otras “Noches” y otras “Matanzas”,

vinieron en ayuda de ellos.

En la Plaza de las Tres Culturas,

el “Cacique gordo de Zempoala” y don Nuño de

[Guzmán y el anciano general perfectamente

[empolvado,

descubrieron que en realidad eran uno solo, porque

[secretamente siempre

desearon parecerse a Limantour.

Después de haber desayunado juntos en Sanborn’s,

el “Cacique gordo de Zempoala” y don Nuño de

[Guzmán y el anciano general perfectamente

[empolvado,

en la Plaza de las Tres Culturas, escucharon

—ya uno de los últimos conciertos—

el vals Dios nunca muere.

 

José Emilio Pacheco

(1939-2014)

Lectura de los “Cantares mexicanos”:

Manuscrito de Tlatelolco (Octubre, 1968)

Cuando todos se hubieron reunido,

los hombres en armas de guerra

fueron a cerrar las salidas,

las entradas, los pasos.

Sus perros los van precediendo.

Entonces se oyó el estruendo,

entonces se alzaron los gritos.

Los maridos buscaban a sus mujeres.

Llevaban en brazos a sus hijos pequeños.

Con perfidia fueron muertos,

sin saberlo murieron.

Y el olor de la sangre manchaba el aire.

Y los padres y madres alzaron el llanto.

Fueron llorados.

Se lloró por los muertos.

Los mexicanos estaban muy temerosos.

Miedo y vergüenza los dominaban.

En los caminos yacen dardos rotos.

Las casas están destechadas.

Enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas.

Golpeamos los muros de adobe

y es nuestra herencia

una red de agujeros.

 

Elsa Cross

(1946)

A quien corresponda

Y bien, señores:

en la ciudad y el idioma que prefieran

tenemos quince, veinticuatro, dieciocho años,

cuerpos hermosos, saludables,

tenemos la cabeza y la conciencia claras

y derecho a vivir humanamente.

¿Hasta aquí vamos bien?

¿A alguien le parece injusto o torvo?

Casi todos tenemos

una gana profunda de armonía:

lo que nos pertenezca sea como nosotros

abierto y transparente,

la tarde mejor del mes de octubre.

Nos gusta la escuela.

Y también irnos de pinta al bosque

y poner a los maestros un apodo irrespetuoso

y sonar muchas veces con torpeza, ardientes,

el mismo sentimiento en la guitarra.

Nos gustan Los Beatles, las fiestas y el futbol

y todos amamos a una muchacha de grandes ojos

[negros,

a un muchacho

y pensamos en trabajar para casarnos.

Somos tan jóvenes aún

que no tuvimos voluntad ni tiempo de crear más

[intereses

que nuestra propia virtud de adolescentes locos

o de muchachos sabios y serenos.

Muchachos simplemente.

Violenta capacidad para el trabajo y el amor,

violenta también para la rebelión,

la ira,

el combate,

violenta, triste para la evasión y la anarquía.

Pero amamos, sin retórica, la belleza y la paz

y no nos gusta, señores,

a ninguno de nosotros, yo lo juro,

que un muchacho de nuestros mismos años

(ni cualquier hombre o mujer sobre la Tierra)

se vuelva difunto o asesino en las guerras imbéciles,

sea aplastado por presupuestos o por tanques,

castrado, encerrado en la prisión.

No nos gusta que no lo enseñen a leer

pero sí a engordar políticos ladrones,*

a tener hambre y dar gritos solamente

para aclamar el acelerado desarrollo

y el nacional y unánime progreso...

Como que lo del hambre suena ya muy dicho

¿no les parece así?

Ni modo. Gracias a ustedes la miseria

en todos sus colores y niveles

es un lugar común.

(¿Miseria? ¿Cuál? Si el generoso pueblo

costea nuestros estudios

y además paga fiestas, joyas caras,

yates, pieles.)

Pero vamos al grano.

En dos o tres palabras, lo que pasa,

poderosos señores,

es que el mundo que ustedes nos heredan

es un poco demasiado puerco, viejo y podrido

y definitivamente no nos gusta.

 

* Perdón por la redundancia.