La salvación erótica

La salvación erótica
Por:
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ROBERTO DIEGO ORTEGA   •   MIGUEL ÁNGEL MORALES

Veo el erotismo como un amplísimo fenómeno, una fuerza cósmica. El impulso vital que mueve a todos los seres y objetos de la vida, un clima, una atmósfera que vivimos los humanos. El Eros original, esa fuerza difusa y magnética que se aloja frecuentemente en la sexualidad, como puede hacerlo en el arte y en ciertas formas de ascetismo.

Limito la sexualidad al cuerpo, a la persona física. Aunque sea un fenómeno general, está profundamente individualizado y su ejercicio, como todas nuestras capacidades, es sometido y controlado por cualidades heredadas genéticamente. En el amor aparece ya una tercera instancia, un estadio superior a la mera sexualidad que también está animado por el erotismo. Pero el amor implica compasión, en el sentido de co-pasión: una pasión compartida con la otra persona. Por amor nos enajenamos verdadera y dichosamente, porque dependemos de la otra persona.

LOS ASPECTOS a veces profundamente eróticos que aparecen en mi obra tienen siempre un carácter ascético o sarcástico; finalmente me salvo en el sentido moral, pues aunque he escrito muchas atrocidades, siempre han estado montadas sobre una plataforma de tipo moral. “Plastisex” [en Confabulario] es un texto que implica el ascetismo y lo consideran uno de mis textos más eróticos.

En cuanto a “El himen en México” [en Palindroma], es un hecho real. Sólo tiene algunos agregados, porque me parece de literatura fantástica la figura de este farmacéutico que se dedicó a esa minucia anatómica que para mí representa todo un problema teológico. Por más que me expliquen, nunca aceptaré la existencia del himen sino como un hecho moral, una especie de sello de garantía cada vez más raro. ¿Por qué esa minucia anatómica cierra literalmente el paso y debe ser destruida? Yo quisiera que algún fisiólogo me diera una explicación científica-materialista del himen. Su existencia es positiva, porque a pesar de que se han abierto tantas compuertas todavía vivimos en un mundo gobernado por el concepto de la pureza, esa moral que reposa, de una manera entre sublime y absurda, en la integridad física de la mujer y que sólo puede otorgarse mediante el convenio social o el pacto religioso.

Yo quisiera, sobre todo y de ahora en adelante, ser frígido. Lo digo de todo corazón, por lo que me han costado más de cincuenta años de erotismo, que floreció en mí desde la más temprana infancia. Mi vida es un historial clínico dentro del freudismo más auténtico, y he pagado tan caro el erotismo a través de la sexualidad que ahora sueño con no vivirlo. No crean que la edad me ayuda a esto: me siento profundamente desilusionado, porque pensé que desde los cuarenta años la decadencia física iba a iniciarse y la mujer dejaría de ser ese estímulo cotidiano y permanente (cito a Tolstoi), porque el amor es siempre un compromiso atroz que nos puede llevar a la muerte, la enfermedad física o mental. El amor es un peligro y por eso es justificable todo lo que se ha hecho para evitarlo por la buena o por la mala.

La separación de los amantes [de Igor Caruso] fue terrible para mí, como Un amor de Swann, que me descubrió el infierno de los celos, me sumergió en el abismo literario y llegué a llorar —pues no hace falta que las lágrimas fluyan hacia afuera— y a temblar toda una noche, por tantos días, meses y años perdidos en esa noche infernal del desvelo causado por los celos.

"Nuestra traición a la monogamia, precisamente, representa el drama de la humanidad. Es una de esas trabas que el hombre se impuso, porque la monogamia es positiva".

EL MATRIMONIO es en realidad una anomalía, pues nos damos el consentimiento sin saber quiénes somos. Imagínese: un muchacho y una muchacha se encuentran, la atracción erótica y la mera atracción sexual, genesiaca —que es la palabra que me gusta— pone entre los dos una especie de velo, a la vez opaco y deslumbrante. En Platón el amor es conocimiento del otro ser, y lo que nosotros tomamos por amor es atracción genesiaca.

Nuestra traición a la monogamia, precisamente, representa el drama de la humanidad. Es una de esas trabas que el hombre se impuso, porque la monogamia, biológica, moral, económica y psicológicamente, es positiva.

La mujer siempre tiene esa nostalgia, esa esperanza: se siente la concesionaria y distribuidora exclusiva de la femineidad, y por tanto tiene una conciencia muy alta de su sexo. Y claro, la aspiración más total de cualquier mujer, por más elevada que sea, es la de ser sólo ella la satisfactora sexual de su hombre. Es tan innato que la naturaleza entera —cito a Claudel, un poco de memoria— es un abecedario gigantesco, un léxico que ayuda a comprendernos. Exagerando nuestras virtudes y nuestros defectos, las criaturas animales nos ayudan a entendernos: en la naturaleza se encuentra que la pareja es indisoluble. En ese mundo que llamamos irracional —pero que a lo mejor tiene razón— hay criaturas monogámicas que mantienen su condición aun después de la viudez. Otras sólo aceptan la sustitución de la pareja por la muerte verificada mediante la ausencia continua del compañero. Y hay criaturas que son prodigiosa, terrible, desordenadamente poligámicas.

[caption id="attachment_802635" align="alignnone" width="696"] Arreola en la entrevistacon Roberto Diego Ortega y Miguel Ángel Morales. Foto: David Ricardo Quintero[/caption]

LO MALO es que queremos extender el amor a toda la vida. Debemos aceptar que es una estación, llena de pequeñas estaciones si lo quieren. Pero desgraciadamente somos capaces de convertir todo en vicio: el amor, la cultura, el arte, incluso la religión. Nos enviciamos. Ahí está el drama.

Además, no somos hombres ni mujeres logrados: somos proyectos, precisamente porque no hemos guardado el equilibrio ni las buenas maneras. Lo que hace valer al erotismo es la abstinencia, el contraste. Y la grandeza del acto amoroso es para mí una metáfora al revés: los amantes se unen físicamente porque la unión de las almas es imposible. Esto ya lo dijo un poeta del siglo XVI, Francisco de Aldana: los amantes gimen en el abrazo porque les duele no poder unir sus almas. Entonces lo que enriquece la experiencia física son todas las superestructuras previas: la ascensión al amor es todo un camino. Pienso en Petrarca y su escalera de cuatrocientos sonetos para describir el amor por una mujer. Dante escribe toda una Divina comedia para montar en la cima la imagen de la mujer amada y desaparecida.

YO PUEDO HABLAR de todo menos de la homosexualidad, salvo en la única condición que acepto del homosexual: que se niega al ejemplo atroz, a ser verdugo. Se pone del lado de las víctimas, se convierte en pasivo. El homosexual auténtico es la caricatura que acepta esa condición íntegramente, para no pertenecer al agresivo mundo masculino. Por eso debemos ayudar al niño y al adolescente para que no sea una criatura caricatural, en los términos de Marcel Proust. La medicina y la psicología deben ayudar a que niños y adolescentes lleven una vida satisfactoria sensual y sexualmente hablando, a que tengan experiencias satisfactorias sin ser caricaturas.

En cuanto al lesbianismo, yo como hombre ni siquiera lo considero: no lo concibo, no lo entiendo ni me importa. Rechazo totalmente la homosexualidad masculina, pero en las mujeres podría intervenir alguna forma de cariño que no me resulta repulsiva. En este mundo no hay más que una sola verdad, una sola semilla: la vida. Todo debe aproximarse a la vida aunque no haya procreación: el acto debe ser un símbolo de propagación, de distribución, de mantenimiento de la vida.

No tengo remedio: soy un socialista utópico, muy individualista, y creo que el erotismo corresponde a una experiencia íntima, personal: en él y en la sexualidad sólo veo a dos oficiantes, un hombre y una mujer entre cuatro paredes. Cuando hay un tercero, voluntario o involuntario, lo ignore o no la pareja, en ese momento empieza lo que llamo pornofilia. La orgía es la negación total y la ruptura, el banquete en que se vuelcan las ollas y queda una sensación de asco que lleva al vómito, a la indigestión. Por fortuna soy una persona profundamente erótica, he tenido una vida henchida de erotismo y no voy a ver una película, un libro o un dibujo que incluye pornofilia, porque en el erotismo yo soy el actor: un actor de primera categoría, con papeles estelares.

"He tenido una vida henchida de erotismo y no voy a ver una película, un libro o un dibujo que incluye pornofilia, porque en el erotismo yo soy el actor".

LA MASTURBACIÓN es un hecho triste porque el erotismo en soledad es una experiencia depresiva. Aunque la mayoría de los seres humanos pasamos por ella, hay quien la sobrevive y quien la convierte en un vicio, pero creo que una persona normal se deprime. Después de todo acto sexual viene una tristeza bestial, cierta forma de aversión, en fin, esa melancolía teñida por un complejo de culpa.

Aurel Kolnai cita el poema de Franz Werfel, “Cristo en el río de las carroñas”. Es atroz: el problema del asco tratado como sólo puede hacerlo un poeta. La repugnancia moral por lo orgánico. Los contactos físicos resultan desagradables, implican elementos de aversión: el beso mismo es una superación del asco y se vuelve un símbolo casi divino del amor. La aceptación del contacto hace desaparecer las fronteras de la piel. Quisiéramos fundirnos uno con otro a pesar del asco al sudor, al contacto de una mano levemente viscosa, a la saliva. Provenimos de un coloide: las primeras criaturas nacieron en el pantano. Desde entonces el hombre trata de desecarse, apartarse de ese mundo anfibio, reptilesco, batraciano.

[caption id="attachment_802636" align="alignnone" width="945"] El libro que inspiró el relato "El himen en México". Reproducción de M. Á. Morales.[/caption]

Si el hombre es seco, la mujer es húmeda, porque tiene esa condición terrenal, o mejor dicho telúrica, relacionada con lo coloidal. Los humores del cuerpo, la lágrima, la saliva, la sangre, el semen, son coloidales y recuerdan nuestro origen —del que nos queremos alejar. Y esta es la polaridad, la ambivalencia del hombre. Un impulso de vivir y un impulso fanático que trata de sumergirnos en la tierra lodosa original. El amor es atracción-repulsión.

Una aspiración muy profunda de la mujer es ser poseída. Hay una gran voluntad de entrega y aquí debemos hablar de otra polaridad: el sadomasoquismo que tenemos por igual hombres y mujeres. La persona que se somete y se entrega establece en cierta manera un dominio y puede crear una dependencia. Bien administrado, el sadomasoquismo daría la verdadera noción a la pareja, que sería interdependiente: cada miembro dominante y dominado.

LA LIBERACIÓN FEMENINA tendrá eficacia cuando la mujer deje de ser propiedad privada. A lo largo de la historia la hemos obligado a la sumisión, a guardar su pureza sin que intervenga su libre albedrío. Y la mujer cayó en la tentación de que más vale ser sumisa que libre y responsable. Es un tema tremebundo que sólo Dostoyevsky ha tratado con la grandeza debida: la mujer opta por la sumisión y deja al hombre el mundo de las decisiones. No habrá cambio si no se constituye como un ente autónomo.

Creo que el anticonceptivo es muy importante, aunque no hemos llegado al ideal, que sería psíquico. Lo planteo como un literato fantástico: que la mujer pudiera cerrar sus trompas al óvulo desprendido, o sencillamente cerrar la abertura: que espiritualmente aceptara o no la invasión de espermatozoides. Yo estoy por el control de la natalidad.

El aborto me disgusta desde la palabra misma. Implica un fracaso vital y no estoy de acuerdo con él, sino a favor de un anticonceptivo del género que sea y que no perjudique a la mujer. El aborto me produce asco físico y moral, me repugna, me repele y, salvo cuando es muy precoz, lo veo rodeado por un halo de crimen. No creo que el ser se constituya en el momento mismo de la concepción. Veo al espermatozoide cargado de espíritu y es entonces cuando me hago bolas con mis conceptos religiosos. Al verlo moverse en el microscopio me quedo asombrado: es la criatura más vital que existe. Pero cuando se introduce en el hueco del óvulo aún se trata de una gran molécula de proteínas —en el principio no es más que eso, ¿verdad? La cualificación de humanidad podría determinarse desde el momento en que empiezan a señalarse los ojos, la cabeza, en fin: cuando empieza a criaturizarse. Es entonces cuando aumenta la categoría delictuosa del aborto.

"Hay una antítesis que yo resumo en esta síntesis: el acto de amor tiene algo de la palpitación de la muerte; si nos reeducáramos de una manera verdadera, ésta debería ser tan feliz como el amor... una devolución al seno materno".

Yo perdí la fe de los dieciocho a los veintidós años: ahora soy un hereje en muchos sentidos. Se me cayeron las alas del corazón al pensar en las criaturas anómalas física o mentalmente, en las futuras homosexualidades, en las locuras. Dije que no podía aceptar el concepto de providencia si al implantarse el espíritu en la materia podían existir esas deformaciones, esas criaturas que tanto sufren y nos hacen sufrir, porque a mí me hacen sufrir todos los incapaces en algún sentido.

CHARLES-LOUIS PHILIPPE o Marcel Schwob han hallado el erotismo y el amor en el mundo de la prostitución. El mismo Napoleón Bonaparte nunca olvidó a una muchacha que encontró en Luxemburgo. Y ya que hablo de prostitución quiero decir que en muchos aspectos es una liberación: un ganar perdiéndose para escapar del mundo. Al aceptarse y distribuirse como mercancía, la mujer obtiene beneficios y ganancias: se libera del círculo familiar y social por ser una transgresora. Pero al mismo tiempo confiesa otra vez su condición femenina  al entregar sus ganancias al hombre que ama y así lleva el trastorno al extremo. Se convierte en propietaria: en lugar de esclava, es ama.

Veo en esa transgresión algo natural y necesario para muchos cuerpos y almas sometidos a la prisión, al ansia de libertad. Echarse a la calle representa mucho de su libertad para la mujer. Recordemos a la Sonia de Dostoyevsky, uno de los personajes más bellos de la literatura moderna, que se sacrifica por su familia y por Raskolnikov y plantea un problema terrible: si es posible justificar que se prostituya para que sus hermanos menores no mueran de hambre. Su padre es un borracho espantoso, irresponsable y cruel. Sonia es la salvación de su familia. Creo que pierde su cuerpo, pero salva su alma.

En nuestra civilización cristiana católica la culpa original fue durante mucho tiempo una culpa erótica. El pecado original no fue considerado como lo que es: un pecado de soberbia, de insubordinación del ser humano ante el creador. Todo lo que alude a ese mundo prohibido —que es el origen de nuestra desdicha, de estar arrojados en el valle de lágrimas desde el paraíso original— es una profanación de lo sagrado.

LA MUERTE y el acto sexual se relacionan porque los dos incluyen el estertor, los dos son consumaciones. El acto de amor es un estertor que manifiesta la palpitación de la vida futura; la muerte es el estertor que devuelve al todo, a la nada original de la cual vuelve a brotar, como la botella de Klein.

Hay una antítesis que yo resumo en esta síntesis: el acto de amor tiene algo de la palpitación de la muerte; si nos reeducáramos de una manera verdadera, ésta debería ser tan feliz como el amor, pues sería una devolución al seno materno. Provocar la vida, crearla, es un estertor lleno de gozo que consuma y deriva toda la energía del ser en un punto del cuerpo.

[caption id="attachment_802637" align="alignleft" width="335"] Foto: Cuartoscuro[/caption]

CASANOVA ES EL HOMBRE que siempre se equivoca de pieza, al igual que el don Juan. En realidad todos los hombres buscamos en la mujer una trampa mortal. Don Juan y Casano-

va no encuentran la trampa definitiva. No estoy improvisando. Kafka dijo: “Hay una jaula que anda buscando un pájaro”. Yo lo puse así: “Hay un pájaro que vuela en busca de su jaula”. Casanova y don Juan buscan a la mujer que los capture para siempre y los sepulte en el seno corporal de la tierra.

Durante siglos, la iglesia tiñó de negrura el panorama erótico, haciéndolo culpable. Bosco y Dante crearon el infierno en El jardín de las delicias y La divina comedia. Surge otra vez esa polaridad atroz, donde nos atormentamos, tratamos de divinizarnos y purificarnos. Giramos en esos dos puntos del torno y no sé cuál de los dos tormentos es peor.

El trabajo es nada menos que la salvación: nos libera de la obsesión viciosa, nos defiende de las tentaciones. En esta vida, lo único que puede liberarnos de todas las tragedias sentimentales o corporales es el amor al trabajo. El erotismo aparece entonces como un interludio, una hora de recreo después del trabajo.

Hemos hecho del trabajo, la educación, la cultura y el arte una obligación. Lo que importa es liquidar el carácter obligatorio. Aquí hemos llegado y me siento feliz, porque quise consumar este orbe que finalmente desemboca en el trabajo, la religión salvadora de la humanidad: el trabajo gozoso que da forma a la materia, a la madera, el metal, la

piedra, el lenguaje... y a nuestro propio cuerpo, precisamente. Esa es la salvación.

Cuaderno de bitácora

Juan José Arreola

LUNES PRIMERO. Apenas levada el ancla infantil dirijo al conocimiento mi proa y un viento griego empuja el velamen latino hacia promesas horizontales. Primero me doy cuenta de que hay sirenas a babor y tiburones a estribor. Instintivamente me decido por ellas, a sabiendas de que voy a perder la batalla sin recuento hormonal.

MARTES DOS. Efectivamente, estoy perdido. Al escuchar el primer canto seductor me arrojé al agua como un Ulises desatado y sin ceras las orejas. Ahora reflexiono desde el vientre de la ballena, profundamente ensimismado en posición fetal: la verdadera unión amorosa es imposible fuera del claustro materno...

MIÉRCOLES TRES. ¡Eureka, la ballena me ha dado a luz y estoy frotándome los ojos, deslumbrado ante el amor entre nosotros dos, mediante una cómoda inserción! Mentira: acabo de despertarme solo, otra vez recién parido en una playa desolada.

JUEVES CUATRO. Con los restos del naufragio reconstruyo como puedo la embarcación amorosa, utilizando apasionadamente maderos y clavos, jirones de vela y astillas de mástil. Soy indigesto y vomitado, pero la emprendo cada vez más en busca de nuevas desventuras, porque quiero saber finalmente si alguna cetácea total puede asumirme por entero, disfrazada de sirena.

VIERNES CINCO. Ahora navego a la deriva y consulto en vano la carta de marear. Estoy mareado en los mares del amor durante las últimas veinticuatro horas de mi vida, que cuentan ya cuarenta y ocho años de aventura. ¿Se dan ustedes cuenta? He perdido la brújula y la cabeza y la rueda del timón se me cae de las manos...

SÁBADO SEIS. Creo que el error consistió en no dejarme tragar por entero, de una vez y por todas, por la primera dama que fuese, sirena seductora y pasajera al son de la donna è mobile, o ballena blanca y total. La Moby Dick capaz de expulsarme del mundo y de su vana persecución.

DOMINGO SIETE. Ahora sólo me queda repetir unos versos aje-

nos e interminables, después de tantas singladuras amorosas: “Qué sombra y qué pavor en la conciencia / y qué horrible disgusto de mí mismo”. Y todo gracias al hecho de que no supe darme en el amor.

Fuente

Su Otro YO, volumen 3, número 3, noviembre de 1976.