Libros de artista con Magali Lara

Libros de artista con Magali Lara
Por:
  • carmen_boullosa

Siempre he admirado a Magali Lara. Tengo la suerte de haber trabajado con ella cuarenta años, y la enorme de su amistad. Acabamos de tener una exposición en Nueva York, en el Macaulay Honors College, con algunas piezas nuestras de los años ochenta. Aquí van unas notas, sólo un borrador, para explicarla.

CONOCÍ A MAGALI en 1979. Jesusa Rodríguez (que había estudiado con ella en San Carlos) me la presentó cuando, con el genial director de teatro Julio Castillo y el grupo Sombras Blancas (formado también por Paloma Woolrich, Francis Laboriel e Isabel Benet, con quien compartí largos tramos de la infancia) inventábamos y ensayábamos una obra de teatro que se llamó Vacío, en la que se recreaba la última hora de vida de la poeta Sylvia Plath. Escenificamos su estado de ánimo, la turbulencia suicida de la Plath, la ceremonia o ritual de muerte en su rutina matutina y final. Despertar, vestirse, preparar las mamilas de los niños, tener una imaginaria conversación desigual con su mamá, sellar la habitación de los niños y meter la cabeza al horno con la llave de gas abierta al máximo transcurrían en el marco de una lectura de sus poemas in extremis, en clave circense. (Hoy me parece acertada esa manera de leer a Sylvia, con el rigor que da la medida del tiempo de un montaje teatral, medidamente, macabramente y dramáticamente.)

Del proceso de creación de Vacío hay bonche de anécdotas. Cuento una: Patricia Bernal, a cargo de la producción de la obra, iba y venía por las calles de la ciudad llevando una silla para bebé en el asiento delantero del auto, con una bella criatura a bordo: Gael García Bernal. Cuento otra de carácter más personal y literario. Con el montaje me pasó por primera vez lo que se me ha repetido docenas de veces como novelista: usé algo muy querido, algo casi sagrado para mí, pero cambiándole el signo. En este caso, un refrigerador antigüito, idéntico al que yo amé como todo lo que había en casa de mi abuela —ella fue la fuerza positiva en mi infancia, y lo ha seguido siendo. El refrigerador aquél era un cofre de maravillas, en cambio el que entró con nuestro montaje al Foro Sor Juana era el vano del que brotaba la peste, de él surtía pura fuerza negativa: la mamá de Plath injertada en pantera. (Para agravarlo, la actriz que entrabaysalía del refrigerador en el papel de Madre no podía verme ni en pintura).

Estrenamos en enero de 1980 en el Foro Sor Juana del Centro Cultural Universitario.

"Éramos Magali y yo más que piratas, más que teatro, más que máscara y más que nosotras mismas. Como si del reino vegetal sumáramos percepción, fuerza, información, disolviendo el tú y el yo, y reafirmándolos".

REGRESO AL 79 y a Magali Lara que ya había expuesto su extraordinaria serie Ventanas en el Museo de Arte Moderno. Cito a Mónica Mayer:

Magali, Pola Weiss y yo participamos con obra explícitamente feminista en el Salón 77-78 Nuevas Tendencias... Lara con 78 dibujos en pequeño formato, en torno a la intimidad... su enmarcado y colocación los hacía parecer la fachada de un edificio.

Magali era ya una artista en toda forma.

Yo ya había publicado mis primeros dos libros de poemas también con respuesta positiva de la crítica. Por mi parte, había empezado una vida con un hombre formidable y había disuelto precipitadamente la relación, porque mi mundo interior estaba en llamas. Había hecho algo paralelo con un segundo compañero, y ya no cuento más porque no es el tema.

Ese mismo 79 escribí un librillo de poemas (Lealtad) en un escenario de extrema violencia. Cito algunos:

11.

Ustedes córtenme la pierna.

Yo me encargaré de devorarla.

14.

Se roe las uñas, vicio mezquino.

¿Por qué no entrar de lleno a la carne

y saciar por fin al corazón

[sangriento?

20.

¿Quién puede dormir

bajo el doblez ridículo

del párpado?

Con Lealtad, Magali creó un libro de artista, una serie de dibujos espléndidos, acorde con el tono y la forma fragmentada y monomaníaca de los poemas. De una manera profunda, recorren dibujos y poemas las mismas obsesiones.

El Taller Martín Pescador de Juan Pascoe lo editó en 1980 (o en 81, difieren la primera y la última página de la edición). Lo imprimimos Gilberto “Gutiérrez y Boullosa”, según consta en el colofón, en prensa de pedal y con fotograbados (o clichés) sobre papel húmedo (“Poemas: Carmen Boullosa, 1979. Todo lo demás: Magali Lara.”). Magali acuareleó quince ejemplares, yo hice una docena de libros únicos (o “alterados”, dice el impreso) con algunas de las hojas post-taller-martín-pescador, reacomodando las imágenes, recortándolas, refigurándolas, reescribiéndolas o escribiendo textos de diferente textura, dependiendo del libro-objeto. Cito de un libro único (que pertenece a Georgina Quintana), para que se vea la diferencia:

Al amor me he confiado.

Soy el pescado,

no tengo rumbo;

soy el valiente,

pero, abierto el cuerpo,

entregada,

soy, por un momento,

o creo ser,

aquello que escucho.

No podría ser más distinto a los poemas originales. Con las versiones de libros de artista de Lealtad, incluyendo la primera de Magali, practicamos un continuo ejercicio de reapropiación. La una se adueñaba de lo que había hecho la otra; lo que una había vuelto propio, la otra lo retomaba y de nuevo lo trucaba hasta convertirlo en algo suyo. Cada una de nosotras era también otra.

[caption id="attachment_945780" align="alignnone" width="696"] Mejor desaparece. Imágenes: ©Magali Lara[/caption]

Éramos Magali y yo más que piratas, más que teatro, más que máscara y más que nosotras mismas. Como si del reino vegetal sumáramos percepción, fuerza, información, disolviendo el tú y el yo, y reafirmándolos. Nuestro diálogo ocurría subterráneo. Las raíces eran en parte la pieza anterior, un rizoma crecía, invisible. Las condiciones lo volvían distinto a cada paso.

Nos lanzábamos una y otra vez la bola, pero lo nuestro era más que jugar a la pelota: cada que unas manos tocaban la pieza, ésta cambiaba de forma. Apresábamos, las dos como poetas, el instante. Después salía una pieza o la otra, tan distintas, tan iguales.

La invitación que imprimió Juan Pascoe para anunciar la publicación de Lealtad tiene, como todo lo suyo, atinada, hermosa tipografía. Dice así:

Los invitamos a participar en las actividades del Taller Martín Pescador con motivo de la aparición de los últimos libros: 1 LEALTAD, poemas de Carmen Boullosa y dibujos de Magali Lara, 100 ejemplares en Papel Fabriano; 15 acuareleados por M. Lara y 12 alterados por C. Boullosa. 2 PROSFISIA de Alfonso D’Aquino. 200 ejemplares con tipo Spectrum en papel  Inges Fabriano. 3 TRES POEMAS de Francisco Hinojosa, 200 ejemplares en papel Gvarro. Habrá un coctel el jueves 23 de julio a las 8 pm y una mesa redonda: Libros en que el trabajo plástico es más que ilustración, el viernes 24, también a las 8 pm. Taller Martín Pescador. Leonardo da Vinci 101. Mixcoac 19, D. F.

A la fecha me sigue pareciendo de admirar el que Pascoe haya querido jugar con nosotras a hacer un libro-objeto tan ajeno a su estética. El hecho describe su lealtad y su generosidad: me enseñó cómo empezar a usar aquella prensa, y además me abrió su afecto, que será para mí siempre un hogar y un ámbito crítico. Juan Pascoe, mi amigo querido.

"Cuando era ya un hecho que se publicaría la novela le volví a dar a Magali el manuscrito. Hizo unas piezas para acompañarlo, dibujos con jarrones y flores, tan siniestros como el ambiente de mi texto, cargados de furia".

1982 DEBIÓ SER un año larguísimo, si no cómo se explica que cupieran en él tal cantidad de proyectos conjuntos e individuales.

Por mi parte, me mudé a vivir con Alejandro Aura, me embaracé y nació nuestra primera hija, María, mientras yo no sé cómo pero no paré de escribir, me di tiempo para quejarme de que no estaba escribiendo, viví todo tipo de tormentas sentimentales, hice un buen número de libros de artista.

Magali pintaba lienzos extraordinarios, algunos enormes. Si no me falla la memoria, también mudó taller o casa. Hizo varios libros de artista, participó en proyectos de arte activo y trabajó en varias técnicas en papel. Tenía también una vida sentimental intensa tipo intensérrima. Ordeñándole tiempo al tiempo, dedicó horas a ser madrina de María.

Empezamos a montar otra obra de teatro con Jesusa y Liliana [Felipe]. A ocho manos la inventamos, la ensayamos y la produjimos (Magali la escenografía, Jesusa la única actriz, Liliana la música, y yo el texto y el subtexto, porque como Vacío, terminaría por ser casi muda). La bautizamos 13 señoritas. En 83, en el Teatro de la Capilla, la estrenamos. Era la relectura y celebración de trece pinturas de Frida —que entonces no era chile de todos los moles, sino especia exótica y sólo para un puño (de joven poeta iba yo con mi libreta a escribir poemas a su jardín silencioso y semivacío, la casa era una isla, ¡quién lo creyera!, parecía que sólo la visitábamos nosotras). Raquel Tibol y Teresa del Conde nos alimentaron con material sobre Frida.

EN ESTE BREVE recuento de los hechos (mi versión), me salto algunos de los proyectos hechos con Magali. Hasta donde vamos aquí, he traído a cuento sólo dos series de piezas en distintos medios (Lealtad y 13 señoritas), las dos con rebotes de bola camaleónica.

Lo primero que habíamos intentado fue en el año 80, a partir de la novela que escribí cuando fui becaria del Centro Mexicano de Escritores, Mejor desaparece. Magali leyó las primeras páginas y empezó con ellas un relato gráfico. Cuando me enseñó una propuesta para el principio —su trabajo era, sobra decirlo, maravilloso—, yo ya no quería publicar el libro. Tardé siete años en atreverme a darlo a la imprenta, en parte porque era muy personal, violento, con protagonistas de la vida real (ahora le llamarían autoficción). Mejor desaparece era además sucio y grosero. Lo que me irritaba del libro, ahora lo sé, eran y son sus virtudes.

[caption id="attachment_945779" align="alignright" width="236"] Lealtad. Imágenes: ©Magali Lara[/caption]

Yo tenía un motivo mayor (y muy menor) para no querer publicar una novela. Era poeta, no se pensaba mal de mis poemas; estas páginas eran una novela o una no-novela; los poetas despreciábamos los otros géneros literarios; yo era joven y temía fatua el desprecio. Cuando terminé mi segunda novela (Antes), comprendí lo irremediable: yo era también novelista, y di a publicar Mejor desaparece. La entregué a un editor y amigo querido, José Ramón Enríquez, entonces ligado con Océano.

NO SÉ QUÉ FUE de la primera y única página original de la versión de Mejor desaparece que Magali creó en el año 1980; aparecerá tal vez escondida en alguna libreta. Cuando era ya un hecho que se publicaría la novela le volví a dar a Magali el manuscrito. Hizo unas piezas para acompañarlo, dibujos con jarrones y flores, tan siniestros como el ambiente de mi texto, cargados de furia, como si a Magali y a Carmen las habitaran los mismos, espantosos, demonios. Demonios por cierto no mercables, una fortaleza esto de ser a nuestra manera marginales.

Mi imagen predilecta, entre las de la serie de Magali para esa primera edición, vive en una pared de casa: el jarrón y las flores están vacías de sí, son su propio recorte, seres sin sombra. Se han vuelto Nada, la imagen de la nada de amor, del nada para ti, del nada para mí, del ser eliminados de la lista o, como dicen los personajes de Mejor desaparece:

“Trece para ti; trece para ti; trece para ti”. Absoluta justicia.

—Papá... Yo quisiera el naranjo.

Absoluta justicia. El naranjo no se hereda; está ahí; nadie lo puede arrancar del jardín.

—Entonces las naranjas.

—Ésas se pudren. Caen al piso y nadie las recoge. Así es.

—¿Quién las va a querer si se caen por sí solas y nadie las levanta?

—Basta con trece para ti. Estoy actuando con justicia.

Entonces nos separamos de él. Cada quien se fue a su casa, y durante la semana estuvimos pensando en eso de “trece para ti”.

El sábado llegó por correo un sobre. Supuse que habría uno para cada uno de nosotros, y que todos contendrían lo mismo:

“trece para ti y a cambio te eliminamos de la lista”.

PUE'QUE LA HISTORIA Magali-Carmen empiece antes de 1979: las fotografías de nuestras primeras comuniones apuntan a que sí. Magali sale en la foto de su primera comunión con guantes que le quedan grandes y está enfadada. En la mía pongo cara de mustia, llevo un fleco disparejísimo que me tusé contra el explícito deseo de la autoridad (no usar las tijeras filosas, no cortarme fleco).

Recuerdo la gran frustración del día: ni levité, como esperaba, ni por lo menos sentí algo extraordinario. Magali recuerda también la suya: no le ajustaban los guantes y se le había roto la vela que llevaba en las manos. La pintora y la escritora niñas ya luchaban con y contra sus herramientas, con y contra su imaginación.

Tuve otra frustración adicional: el misalito que era parte de mi atuendo, con portada de concha nácar y una cruz dorada, estaba en latín y no tenía ni pies ni cabeza. Por más que enchinché a mi madrina para que me ayudara a seguir el libro durante la ceremonia, no hubo manera de sacarle algún jugo, porque creo que no lo tenía. El esfuerzo por descifrarlo me hizo inmune al aburrimiento y la absoluta desilusión (en las demás fotos se me ve contentísima). Este esfuerzo es algo que nos acompaña a Magali y a mí en la vida, y que nos enlaza. No nos basta con la provocada o voluntaria belleza de un objeto: queremos que se vuelva, si tal vez no un guante a la medida o una vela sin tronchar, sí la presencia del contenido, en su cuerpo el alma de lo que significa.

[caption id="attachment_945781" align="alignnone" width="696"] La infiel. Imágenes: ©Magali Lara[/caption]

(MI REINO POR un misalito así: añadiría a sus páginas una traducción arbitraria, le recortaría detalles a sus páginas, le pegaría timbres viejos de los que guardo en sobres, le engraparía un trozo de papel de estaño dorado que me regaló mi nieto, y le engomaría alguna estrella de la papelería. No le hice nada de niña, y no iría mal intentarlo ahora. Ya terminado mi libro-objeto, se lo pasaría a Magali; si estoy de suerte, ella tal vez lo reproduciría aún más miniatura y lo incorporaría, casi invisible, en el trazo de alguna pieza).

PARA ARMAR LA EXPOSICIÓN en Macaulay Honors College, de título Artists’ Books and Other Collaborations: Carmen Boullosa and Magali Lara, recordamos, recopilamos y re-pensamos los proyectos que aterrizamos en los ochenta. Nos picó a la tarea Sunyoung Kim (doctoranda de Perdue). Fue de ella la iniciativa de reunirnos para hablar de nuestra identidad a cuatro manos (suponiendo sea una identidad y no una docena, preciso íbamos a hablar de eso).

Llevé la idea del diálogo entre nosotras tres (Sun, Magali y Carmen) a la Decana Mary Pearl que preside Macaulay Honors College, donde doy clases en Nueva York. Fue propuesta suya que expusiéramos piezas nuestras en esa institución, nos dio la idea y nos abrió la casa. Entonces subimos al barco a Madeleine Murphy Turner (doctoranda de New York University), quien escribe sobre las artistas mexicanas de los setenta y ochenta y que ya había buscado a Magali y a la Boullosa.

Al vuelo reunimos material. Decir “al vuelo” es inexacto, porque denota algo hecho sin reflexionar. La memoria no se hace “al vuelo”, se rumia, piensa y organiza porque si no se disuelve, se evapora. Hicimos un ejercicio de memoria con el material en los archivos de Arkheia, la New York Public Library y la Tamiment Library, los de Magali Lara y los de mis dos hijos, más algunos objetos que yo tenía a la vista. Las dos, Magali y Carmen, seleccionamos 32 piezas de cientos, todas de los ochenta y de sólo cinco series (las mencionadas Lealtad y  13 señoritas, más Libros y otros libros, Cocinar hombres y Mejor desaparece), aunque también colamos alguna de otra serie: La infiel.

Con Luis Hidalgo y Minerva Ayón desde el estudio de Magali Lara, los textos de Madeleine Murphy, el apoyo de Geoff Glick y la colaboración de mis alumnos, quedó armada la exposición.

"Incluí algunos poemas en una cartera (cosida, de lino y amate), tornados en billetes y notas (Poemas en la cartera), algunos manuscritos y otros impresos; el de Enriqueta Ochoa en papel Fabriano y tipo móvil".

LA AVENTURA de Libros y otros libros (1983) fue muy distinta. Para entonces ya tenía yo en casa el taller Tres sirenas, con su propia prensa. Dos de estas sirenas, Georgina Quintana y Laura González Durán (la tercera fue Katya Ontañón, cuando no yo), imprimieron, con fotograbados y papel húmedo, la especie de novela gráfica de Magali, El libro del olvido. Tiene dos protagonistas (dos sillas) y una desaventura amorosa. Invitamos a escritores y artistas a subirse a la cancha, a intervenir o alterar el libro de Magali. Algunos retomaron las imágenes, otros decidieron contar una historia diferente. Silvia Molina bordó en su portada una silla de Magali y manuscribió una historia; también participaron Felipe Ehrenberg, Margo Glantz, Carlos Aguirre, Georgina Quintana, Jesusa, Gabriel Macotela, Andrés Gonzáles Pagés, Joaquín Garrido, Rowena Morales, Eduardo Hurtado, Alicia García Bergua, Bruce Swansey, José María Espinasa, Chac, Laura González Durán, Humberto Guzmán...

Incluí algunos poemas en una cartera (cosida, de lino y amate), tornados en billetes y notas (Poemas en la cartera), algunos manuscritos y otros impresos; el de Enriqueta Ochoa en papel Fabriano y tipo móvil; el de Alejandro Aura en tres versiones dependiendo de en qué cartera lo metíamos (manuscrito por él, por mí, e impreso en tipo móvil); el de Coral Bracho tipeado en Olivetti sobre papel de china (no fácil empresa, pero era el medio que le creí apropiado); el de David Huerta (La bruja) manuscrito en tinta roja, montado en un cartoncillo negro, lleva algunas de las sillas de Magali recortadas por moi, y entra y sale como una lengüeta.

Helen Escobedo y Rita Eder nos acogieron en el Museo de Arte Moderno con este proyecto enloquecido. En 1983, la noche de la apertura, Marcos Kurtycz (también hizo varios libros de artista, con una silla, con dos, con sellos, en pop-out: magnífico obsesivo), usando los utensilios de un carpintero se camufló a sí mismo en silla. La silla Kurtycz caminó mejor que un lázaro y nosotros nos sentamos en ella, como atestiguan las fotos de Lourdes Grobet. Lourdes participaba además con un collar con imágenes pulgarcitas de las sillas de Magali, un libro para llevar puesto. Maris Bustamante, el Fisgón (un libro con ahorcado), Mónica Mayer: todos con piezas únicas formidables, libros de artista personales. Marcos Límenes hizo un libro impreso en mimeógrafo de dibujos de sillas muy sexys, para el que escribí tres cuentos de ocasión algo porno, los dos picamos nuestros sténciles.

En otra ocasión cuento entera la historia, porque aquí faltan participantes. Es una lista maravillosa. Me vuelvo diminuta de emoción cuando recuerdo lo que fue eso, y siento que desaparezco de melancolía.

[caption id="attachment_945782" align="alignleft" width="229"] La infiel. Imágenes: ©Magali Lara[/caption]

COCINAR HOMBRES fue otro montaje teatral en el que trabajamos juntas Magali, Carmen, Jesusa (que inventó cómo iluminarla) y Liliana (con la música y más), y quien escribe aquí. Las actrices fueron Rossana Césarman y Miriam Aragón, y en este caso fue su moción buscarme. Esto fue en 85, que también fue un año larguísimo, como lo fueron los anteriores. Nació mi hijo Juan, tembló la tierra, perdimos el teatro donde hacíamos la obra —La Capilla.

Magali hizo un álbum (un libro de artista) para púberes, en offset, a dos tintas. Mientras ensayábamos la obra, Magali pintaba diseños tentativos o ya firmes de la escenografía y el vestuario —en el álbum hay huellas de dedos de una niñita, y notas de Magali dándole la atribución a mi hija, María.

La flor de otro día, editorial de Marieliana Montaner y Chac, imprimió Cocinar hombres en mimeógrafo, para el que piqué el esténcil en manuscrita.

VOLVIENDO A LA EXPOSICIÓN que hicimos este año en Nueva York: Magali trazó una especie de ceiba, la dibujó en la pared de Macaulay para dejar en visual un apunte de cronología —una pieza efímera. Anotamos ahí, en esa raíz al aire y en crayón, los nombres y las imágenes o fotografías de algunos de nuestros proyectos, comprendiendo que eran ramificaciones que se enlazaban con anteriores y futuras. Uno de los años parecía escaso de colaboraciones nuestras. Remediamos el hueco fácilmente: inventamos un libro que aún no hemos hecho, pero que ya haremos. No anticipo el título que ahí escribimos como un hecho pasado. Ahora mismo estamos haciendo otro libro de artista, así que ése —que será un ejercicio diferente— queda aún en nuestra lista de espera.

SOMOS PARTE de una ola mayor de mujeres mexicanas que durante los ochenta expandieron, zarandeándolo, el canon mexicano. La memoria apenas empieza a trabajar; de momento nosotras continuamos con proyectos presentes.

Mientras tanto aplaudo a Magali Lara, que hace poco recibió la Medalla al Mérito en Artes Visuales del Congreso de la Ciudad de México. Por ello, para ella, para sumarme a la celebración, para decirle cuánto le debo, escribo estas notas.