López Velarde: del diluvio al renacimiento

López Velarde: del diluvio al renacimiento
Por:
  • jose-homero

Por las mismas hachas, o teas,

los instrumentos de la agricultura,

sin los cuales dificultosamente

se pudiera coger el trigo,

por quien es personificada Proserpina.

CLAUDIUS CLAUDIANUS

Como una modista de antaño, armada a un tiempo con utensilios de metal y un acopio de

hilos y tejidos, la crítica ha buscado constreñir el vasto talle de la obra de Ramón López Velarde mediante el corsé de las oposiciones; lazos y varillas cuyo ajuste ha terminado moldeando la silueta pero asimismo impidiendo la adecuada circulación de la sangre viva de esta poesía. Ciertamente sobresalen de entre el tejido poético cabos suficientes para efectuar esa trama.

Si muchas interpretaciones se urden mediante nudos con dos puntas, ello responde al sistema retórico del autor zacatecano. Aunque reparamos en las “fórmulas duales” —término de José Luis Martínez—, apenas hemos clasificado los órdenes de su manifestación. En términos generales, la poesía de López Velarde se construye mediante la antítesis, es decir, la contraposición de significados, ideas o elementos dentro de una misma cláusula u oración. Así, en el campo textual florecen frases con pareados que articulan tiempos distintos:

a oler abiertas rosas del presente

y herméticos botones del futuro.

(“Tenías un rebozo de seda”).1

O bien, contraste entre posiciones vinculadas a valores contrarios, como en la siguiente estrofa donde el elemento “vuelo” se contrapone a “lodo”, metonimias asociadas con lo “alto” y lo “bajo”, términos que connotan una oposición moral:

Siempre que inicio un vuelo

por encima de todo,

un demonio sarcástico maúlla

y me devuelve al lodo.

(“Un lacónico grito”).

Incluso en su prosa este aparece con notable frecuencia:

Porque la ciudad era espléndidamente solar y porque las señoritas de rango que poblaban sus calles vestían de tiniebla...

(“Semana mayor”).

Aunque esta contrariedad se adscribe a la figura de la antítesis, lo cierto

es que recubre diversas manifestaciones retóricas. Entre ellas figura el paralelismo, es decir, la disposición simétrica de vocablos y expresiones de oposición: “el pozo del silencio y el enjambre del ruido” (“Hormigas”), “mi ángel guardián y mi demonio estrafalario” (“Ánima adoratriz”).

No analizo la antítesis como eje de articulación en la poesía de López Velarde. Únicamente asiento su presencia para indicar que esas lecturas dualistas las provoca en gran medida el corpus del poeta; “sistema de imágenes duales” le llama Alfonso García Morales.2 Sin embargo, si queremos comprender este territorio, es necesario remontar nuestra postura y vislumbrar más allá del litoral y de sus orillas enfrentadas, para lograr una perspectiva que en vez de la simple descripción de tópicos, más bien perfile un nuevo lugar.

"El poema es complejo. La realidad exterior resuena en su interior; la sensación armoniza con el sentimiento. O se enfatiza. El frío meteórico se intensifica con el que le recuerda a la amada".

UN PROMONTORIO

Acaso por esta concomitancia dualista, el discurso analítico se convierte en baile de figuras, con lo que el crítico deviene un epígono estilístico del autor al seguir sus pasos mediante parejas —como Xavier Villaurrutia, quien formula “el León y la Virgen” (“Ramón López Velarde”) para ceñir el conflicto del mundo interior de Velarde, o Bernardo Ortiz de Montellano, quien describe la tensión como “sensibilidad erótica y católica” (“Ramón López Velarde”). Asumiendo que los libros auténticos del poeta serían los que publicó en vida, se ha efectuado una lectura anquilosante de La sangre devota (1916) y Zozobra (1919) a través de la comparación entre ambos, como si en ellos —y no en otro volumen de poemas, El son del corazón, o incluso en sus prosas— residiera su alma.

Pocos de sus intérpretes, los más mesurados y lúcidos, se aventuran a encontrar una razón allende el elogio o la diatriba tras esa elección por una poesía difícil, dijéramos ahora, inusitada para los modelos de los cenáculos literarios del entorno, que con asombrosa contemporaneidad Velarde caracterizó como “sistema crítico” (“La corona y el cetro de Lugones”).3

En la configuración de ese campo de combate retórico que refleja el voluble —y en Ramón, voluptuoso— paisaje y pasaje de la poesía mexicana de la época, en tránsito ya de una poética modernista a una moderna, es consustancial el título elegido: zozobra. Como en una de esas lecturas escolares que aprendemos en nuestro primer Seminario de crítica en la Facultad de Letras, no pocos abordajes a Zozobra parten de la disquisición semántica. Alí Chumacero, en un juicio que revela más sobre su propio credo poético, considera el título como enunciación de la angustia de la soledad:

En tinieblas vivía el hombre, de manera que la “zozobra” prefigurada y presentida en su primer libro, proviene en su conciencia de la angustia de estar solo; más claramente de la amargura de vivir sin mujer, incompleto, preso dentro de su desolación.4

Luis Noyola, uno de los primeros estudiosos, indica que:

la propiedad del título dice bastante bien la condición anfibia de una poesía, que —nueva Jano— se sostiene en ese clima moral en el que se produce la colisión de dos edades, épocas intermedias, que según Taine, “son de una parte madurez y de la otra decadencia y se mezclan por una insinuación recíproca, y cada una de ellas prohija las creaciones de la otra al lado de las suyas”. Tal fue la época cuyas contradicciones internas, como las víboras del caduceo, se entrelazaron en la obra de Ramón López Velarde.5

Incluso Xavier Villaurrutia no escapa a la tentación: la obra de López Velarde es la más atrevida tentativa, entre otras cosas, “de expresar los más vivos tormentos y las recónditas zozobras del espíritu ante los llamados del erotismo, de la religiosidad y de la muerte”. (“Ramón López Velarde”).

Tras largos años de vasta producción crítica es posible señalar el aura de que se ha revestido la palabra. Escribe Alfonso García Morales:

Zozobra se publicó a finales de 1919 en la editorial México Moderno. La palabra “zozobra” se refiere a los irresolubles conflictos entre el espíritu y la carne, la formación tradicional y la inquietud contemporánea, el ayer y el hoy, la infancia y la madurez, la seguridad y la libertad. Sintetiza las ecuaciones vitales con las que tantas veces el poeta, y tras él la crítica, intentaron descubrir y definir su personalidad contradictoria: sus conocidas fórmulas duales (“la dualidad funesta”, “la moral de la simetría”, “la devoción católica y la brasa de Eros”, “la lucha de la Arabia feliz con Galilea”, “el León y la Virgen”, “el vigor sensual y la atrofia cristiana”, el clamor “pagano y nazareno”) y sus figuras de oscilación y suspensión (el péndulo, la balanza, la cuerda floja, el reloj y sobre todo el corazón).6

DILUVIO Y RENACIMIENTO

Para este examen mediante contraste de los dos títulos publicados bajo la supervisión de López Velarde, La sangre devota y Zozobra, resulta fundamental la composición del segundo, cuyo poema inaugural “Hoy como nunca” proclama un viraje. Si de acuerdo con una hipótesis irrefutable de la crítica, el primer volumen propone la transformación de una figura amada en objeto de devoción: —Fuensanta, hipóstasis mariana de culto lírica—, no sorprende que la siguiente obra comience con un poema que mientras declara la muerte de la mujer real que inspiró la devoción del poeta, con claves para los entendidos, pinta una variación climática que resulta significativa. El poeta se dirige a la amada en trance agónico (“y toda tú una epístola de rasgos moribundos / colmada de dramáticos adioses”),7 que determina la muerte del cuerpo físico y la consagración del alma inmortal (“venerable tu esencia / y quebradizo el vaso de tu cuerpo”), con lo que el proceso de sublimación emprendido en el primer volumen se completa totalmente. Tras dicho comienzo dialógico hay un cambio de focalización; la atención (tensión) lírica se desplaza en favor de un tono narrativo que reverbera alegórico:

Yo estoy en la ribera y te miro

[embarcarte:

huyes por el río sordo, y en mi alma

[destilas

el clima de esas tardes de ventisca

[y de polvo

en las que doblan solas las esquilas.

El poema exige un análisis puntual —que no concluiré en este espacio—, en tanto encauza el sentido en que debe leerse la obra. Considero que a diferencia de la mayoría de los poetas de su época, López Velarde, al disponer sus poemas dentro de la unidad libro, les confiere una vía de sentido. Nada más ejemplar que este poema: además de marcar la muerte de la mujer amada y el inicio de una religión personal —un hecho que ya asentaba La sangre devota, cuya lectura debe partir de la transformación de un amor individual en un mito mariano—, abre una nueva historia: la del poeta que al sufrir agobio existencial se hunde en la tristeza. Elijo una palabra tan cargada de dramatismo, hunde, para acoplarme al ritmo marítimo del título.

Además de indicar la muerte de Fuensanta y presentar al poeta en una fase depresiva, “Hoy como nunca” vincula el estado anímico con el clima, al asociar su tristeza —que por la implicación lacrimosa es húmeda— y una lluvia simbólica que deviene diluvio. Esta asociación, así como identificar a la mujer perdida con un clima frígido y húmedo, tampoco es inédita.

Uno de los mejores poemas de La sangre devota, “En las tinieblas húmedas”, ya tejía dicha relación. En una narración cinemática, el poeta evoca a su amada en una noche lluviosa. El elemento metaléptico que vincula ámbitos y tiempos distintos es la sensación táctil del frío que comparten lluvia y mujer: “helada virtud de un seno blando, / algo en que se confunden el cordial refrigerio / y el glacial desamparo de un lecho de doncella”.8

El poema es simbólicamente complejo. La realidad exterior resuena en su interior; la sensación armoniza con el sentimiento. O se enfatiza. El frío meteórico se intensifica con el que le recuerda a la amada; este frío es tanto un cordial refrigerio (alimento para el corazón), como el desamparo de un lecho de virgen. Cruel imagen: ya para entonces Fuensanta es una solterona, una frescura invade su corazón igual que un bálsamo, pero también la conciencia de que es una mujer sin nupcias, a quien espera una soledad atroz. La afinidad con la lluvia se asienta no sólo mediante la sensación táctil sino también por la forma. La trama de la lluvia se vincula con la del lino, connotación de las nupcias irrealizables:

he aquí que en la húmeda tiniebla

de la lluvia, trasciendes a candor

[como un lino

recién lavado, y hueles, como él,

[a cosa casta;

he aquí que entre las sombras

[regando estás la esencia

del pañolín de lágrimas de alguna

[buena novia.

Con reminiscencia homérica, el poeta perfila el ideal femenino mediante atributos textiles: sea que se envuelva en un chal (como las muchachas provincianas que a la hora del Ángelus caminan por la calle “enredados al busto los chales blanquecinos” en “Del pueblo natal” ), o que dicha prenda se convierta en una metonimia, un atributo más de esa configuración con que se instaura Fuensanta como emblema de la bondad:

Hazme llorar, hermana,

y la piedad cristiana

de tu manto inconsútil

enjúgueme los llantos con que llore

el tiempo amargo de mi vida inútil.

(“Hermana, hazme llorar”).9

"Mientras una mujer transfiguraba al poeta en un clima espiritual, la siguiente siembra inquietudes carnales... él comprende esa transformación".

CLIMA ESPIRITUAL, INQUIETUDES CARNALES

La tercera estrofa del poema “En las tinieblas húmedas” resuelve el misterio del singular desarrollo textual. Es un poema simultaneísta: el poeta consigue la invocación de la amada, a quien sabe sola, solterona, desolada, insomne en la noche pensando acaso en él. Merced a esa coincidencia, propiciada por la experiencia poética (el poeta escribe versos que “son como pétalos nocturnos, que te llevan / un mensaje de un singular calosfrío”), la amada y la lluvia devienen escarcha (“traslúcido meteoro”), y esa experiencia resulta epifánica pues sucede “fuera del tiempo”, tanto que el reloj se descompone. Este insólito rasgo propio de la escritura cinemática revelaría, junto con los cambios de perspectiva y de planos de varios de sus poemas, un aprendizaje de la retórica del cine. Metonimia del tiempo inmóvil. Comunión que enlaza a los amantes más allá del tiempo. Esa “cámara destartalada” donde resuena la descripción del cuarto que da en “Noches de hotel” presagia la atmósfera de encierro e intemporalidad de “El sueño de los guantes negros”.

Más allá de las connotaciones alegóricas y de la configuración que enfatizan las resonancias agrícolas de la poesía de López Velarde, deberíamos considerar que el desplazamiento de foco al que he aludido representa un viraje más personal y menos atento a la sublimación. Al trasladar la mirada lírica —la focalización— de la amada agónica hacia su propia figura, el poeta anuncia, por una parte, la conversión de la amada en figura ya para siempre mítica y su definitiva consagración como símbolo. Además apunta que este libro, a diferencia del anterior, versará sobre el sujeto amante, quien se convierte en el héroe de su propio drama lírico. No sorprende por ello que la asociación textual, que he señalado ya vinculada a la presencia femenina (es conveniente recordar asimismo “el ala de mosca” del poema “La última odalisca”), ocurra aquí con la figura masculina del poeta: “Mi espíritu es un paño de ánimas... / un paño de ánimas goteado de cera, / hollado y roto por la grey astrosa”.

No podemos proponer una lectura de Zozobra sin atender al segundo poema, “Transmútase mi alma”. De hecho, es necesario leer ambos en secuencia, como las hojas de un díptico. El primero establece un clima lluvioso, de frialdad meteórica, que instaura alusiones bíblicas —se anuncia el diluvio— y cancela la esperanza del renacimiento. El segundo, en tanto, configura un ámbito de regeneración y renacimiento natural que mucho tiene de la visión cíclica, tan en consonancia con la época —piénsese en La rama dorada de James George Frazer, que determinaría la concepción de T. S. Eliot y James Joyce—, asociada a los cultos genésicos de las sociedades construidas en torno al mito; una afinidad ya presente en otros poemas.

Es indudable que para López Velarde la amada emblematiza siempre una dimensión simbólica y que el amor se acompaña de manifestaciones naturales que son la representación del paisaje interior. Si en el primer poema se describe el diluvio que acompaña las exequias de la amada —y su viaje por el reino de Hades, lo que reforzaría una lectura en clave mistérica—, en este segundo se anuncia la nueva cosecha, como si fuera evangelio pagano de las buenas nuevas. Es igualmente significativo que en este caso la mujer —que como los estudios biográficos han asentado es Margarita Quijano, la Dama de la Capital— se vincule directamente con características agrarias que la acercan, más que al mito mariano, al de Perséfone. En todo caso es una criatura con atributos solares: luz, sol, fuego. Para corroborar la transformación simbólica y de tono en Zozobra, si bien ambas mujeres, Fuensanta y la Dama de la Capital comparten asociaciones primaverales —La sangre devota comienza con un poema que relaciona directamente a Fuensanta con la primavera: “En el reinado de la primavera”—, en el caso de la segunda, esa asociación se vincula más con el renacimiento, con la fiesta de Corpus. Mientras una transfiguraba al poeta en un clima espiritual, la siguiente siembra inquietudes carnales. Y por supuesto que él comprende esa transformación que del amor espiritual lo lleva a la nostalgia de la carne:

Yo desdoblé mi facultad de amor

en liviana aspereza

y suave suspirar de monaguillo;

pero tú me revelas

el apetito indivisible, y cruzas

con tu antorcha inefable

incendiando mi pingüe sementera.10

No sorprende por ello que otro de los poemas susceptibles de proclamarse sin duda inspirados por Margarita Quijano sea “Día 13”, cuyo gemelo literario es la prosa “La dama en el campo” (Don de febrero). En ambos textos se asienta la rotunda contundencia del deseo y de la carnalidad, pero asimismo la configuración solar. Es altamente revelador que esa dama que inspira a la concupiscencia vaya vestida de negro, como si guardara luto. Sin embargo, su aparición se da en un paisaje totalmente amarillo: “el febrero amarillo de la cosecha”. Por su parte, uno de sus tempranos estudiosos, Pedro de Alba, expresa estas cualidades: “un culto casi místico con el vigilante sentido pagano”.11  Lo cierto es que tanto en “Día 13” como en “Transmútase mi alma”, la mujer se convierte en portadora de luz, calor y fuego a pesar del ropaje luctuoso. Si una incendiaba las pingües sementeras —es decir las semillas en espera de germinación, como en La tierra baldía—, ésta es un bólido que ilumina un cielo negro:

Superstición, consérvame

[el radioso

vértigo del minuto perdurable

en que su traje negro devoraba

la luz desprevenida del cenit,

y en que su falda lúgubre era

[un bólido

por un cielo de hollín sobrecogido...12

Las cualidades identifican a esa dama en el campo con la figura mítica de Perséfone o Proserpina, de acuerdo con el relato del mito por Claudius Claudianus, cuyas líneas presiden este ensayo. Llamo la atención hacia el hecho de que para propiciar una adecuada cosecha y fertilizar las sementeras, las costumbres ancestrales arrasaban la tierra, la quemaban. Otra costumbre era encender el fuego en los inicios de la cuaresma, lo cual ofrecería una nueva pista para una lectura con base en el mito. ¿Estamos ante Ceres o ante una deidad solar que arrebata a los dioses solares sus atributos?

Cada aniversario, cada fecha en que podemos acercarnos a López Velarde es un pretexto excelente para emprender una nueva lectura sobre una poesía que a pesar de asedios y aportes y contribuciones de una suma de voluntades e ingenios, continúa encerrando misterios. Sirvan estas líneas para celebrar el centenario de uno de los grandes libros de la poesía mexicana del siglo XX.

Notas

1 Con excepción de las citas de Zozobra, que se indican puntualmente, todas las referencias de Ramón López Velarde corresponden al tomo Obras, 2a. edición, compilación de José Luis Martínez, FCE, México, 1990.

2 “Deseo y represión, mujer y necrofilia en Ramón López Velarde”, en Escribir el cuerpo: 19 asedios desde la literatura hispanoamericana, Carmen Mora Valcárcel y Alfonso García Morales (coordinadores), Universidad de Sevilla, Sevilla, 2003.

3 López Velarde, Obras, p. 478.

4 “Ramón López Velarde: el hombre solo”, en El Hijo Pródigo (edición en facsímil), XII, abril-junio de 1946 y XIII, julio-septiembre de 1946, FCE, México, 1981, p. 191.

5 Luis Noyola Vázquez, Fuentes de Fuensanta. Tensión y oscilación de López Velarde, FCE, México, 1988, pp. 55-56.

6 “Poeta/ nacional/ moderno/ católico: notas sobre la recepción crítica de Ramón López Velarde”, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, www.cervantesvirtual.com.

7 Todas las citas de versos de Zozobra corresponden a la edición especial realizada para conmemorar el centenario del segundo libro del poeta nacido en Zacatecas, editada por Las Brujas de Oviedo / Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, Santiago de Querétaro, México, 2019.

8 Ramón López Velarde, Obra poética, edición crítica José Luis Martínez, Universidad de Costa Rica, Madrid, 1998, p. 72.

9 Ibid., p. 88.

10 López Velarde, Zozobra, op. cit., p. 10.

11____________, Obra poética, op. cit., p. 237.

12____________, Zozobra, op. cit., p. 10.