LSD a 50 años luz del verano del amor

LSD a 50 años luz del verano del amor
Por:
  • Pacotest

Por Rogelio Garza

La Muerte sorprendió en abril a Nick Sand, el papá del Orange Sunshine, quien falleció de un paro cardiaco a los 75 años mientras soñaba en su casa de California. En la década de los sesenta,

Dios le habló durante un viaje de ácido y le encomendó una misión: hacer que todos viajáramos en LSD. Lo fabricó en cantidades industriales, seguro de que la humanidad cambiaría y el mundo sería mejor. Este verano se cumplen cincuenta años del Verano del Amor, mucho se ha viajado desde entonces, pero el cambio ha sido para quedar peor. Eso no le quita un microgramo a los efectos médicos y culturales que ha tenido la “medicina del alma”, sintetizada por el genial bioquímico Albert Hofmann, cuyo viaje en bici el 19 abril de 1943 dio lugar al Día Mundial de la Bicicleta.

La espiral

del pensamiento subterráneo

La idea de la transformación de los seres humanos después de la experiencia mística con plantas de conocimiento es milenaria en diversas culturas. Ocurre con frecuencia en la mente del consumidor porque sólo ahí es posible bajo los efectos del psicoactivo. La psicodelia es una espiral de pensamiento a través de la historia que conecta al hongo cornezuelo con el LSD, Eleusis con Woodstock, Upsala con Coachella, el Centro Ceremonial Otomí con el Sónar, el chamanismo con la psiquiatría y los viajes de la mente con los viajes de la red.

En el río subterráneo de las corrientes filosóficas contraculturales (no socráticas-cristianas), que Luis Racionero clasificó en las Filosofías del Underground, corrían los pensamientos Individualistas, Orientales y Psicodélicos que confluyeron en dos vertientes durante los años sesenta en Estados Unidos: una en la Costa Este y otra en la Oeste, con sus respectivos gurús, seguidores y fabricantes de ácidos. Psicodelia, rock, comunas y orientalismo. “La visión del mundo ganada en el viaje psicodélico es, junto con la música rock, lo que más caracteriza y compenetra al underground”, anotó Racionero.

Nick Sand y Tim Scully eran los químicos y fabricantes de cabecera de la corriente del Este —como se aprecia en el documental The Orange Sunshine Makers de Cosmo Feilding-Mellen—, encabezada por los psicólogos expulsados de Harvard, el célebre doctor Timothy Leary, sus colegas Ralph Metzner, Richard Albert y otros viajeros entusiastas, quienes fundaron la League for Spiritual Discovery bajo el lema “Turn on, tune in, drop out”. Leary se había iniciado en los enteógenos durante un viaje de hongos en la siempre bella y viajera Cuernavaca. Su comuna era un grupo de personas solemnes, profundas, introvertidas, millonarias y elitistas que vivían en una mansión de Millbrook, Nueva York, hasta el yoyo de ácido, meditando en su búsqueda interior.

En el otro extremo del país y de la conciencia estaba la vertiente del Oeste, más acelerada, creativa e innovadora, liderada por el escritor Ken Kesey —El Capitán Viajes—, y una tropa de gente loca llamada The Merry Pranksters en la que figuraban el santo beat Neal Cassady, el payaso Wavy Gravy, Jerry Garcia y The Grateful Dead. Dejaron la meditación para los estirados del Este y pasaron a la acción a bordo de un autobús multicolores para contagiar la magia en las pruebas de ácido, como lo relata Tom Wolfe en The Electric Acid Cool-Aid Test. Bacanales lisérgicas multimedia para abrir el corazón y expandir la mente. Su químico de cabecera, Augustus Owsley Stanley III —The Bear—, creó y fabricó el dichoso Purple Haze y el White Lighting para aceitar aquella naciente revolución. Se ingería de todo, pero sólo el LSD tenía la cualidad de poner al respetable en estado amoroso. Este y Oeste coincidían en la necesidad de que la juventud comulgara, el Gran Viaje de la Humanidad hacia La Nueva Conciencia y el Nuevo Mundo. Las fiestas pre cristianas de la fecundidad —la celebración nórdica de la antigua Upsala en Suecia y los Misterios Eleusinos en Grecia, donde se despachaban hongos frescos, pan y cerveza infectados de cornezuelo— renacieron como festivales eléctricos que duraban días de conexión lisérgica.

El verano del amor I

Durante el éxodo contracultural de 1967 hacia California, hordas juveniles se instalaron en San Panchisco y sus alrededores. El verano en realidad comenzó el 14 de enero con el Be-In en los Campos de Polo del Golden Gate; continuó en junio, con el festival de música y amor en Monterey; y alcanzó su cénit cuando cerca de 150 mil

hippies se concentraron en el Golden Gate Park los primeros días de julio.

En su libro Living with the Dead, Rock Scully (el otro Scully de esta historia), mánager de Grateful Dead durante dos décadas, cuenta los hechos como organizador de los rituales sanfranciscanos en The Gathering of the Tribes. En las reuniones para planear el Be-In realizadas en The Psychedelic Shop en la calle de Haight, se integró el Consejo del Verano del Amor conformado por los hippies de la Family Dog, Leary y sus discípulos, Allen Gingsberg, Kesey y los Pranksters, los yippies de Jerry Rubin y Abbie Hoffman (el otro Hoffman de la historia), la religión del Neo Misterio, los políticos radicales de Berkeley, Peter Berg y la Mime Troupe (con su Marco de Referencia portátil), los activistas The Diggers —creadores de la Free Store, donde regalaban todo, idea que extendieron a comedores y clínicas—, y uno que otro Ángel del Infierno. Para obtener los permisos acudieron con Terry Lane de los White Panthers, además tuvieron que sobornar a los del sindicato de músicos con ácido, que ya era una moneda de cambio en ese territorio. Esas fueron las mentes que idearon el Reventón Universal, todos tuvieron templetes con micrófonos para lanzar sus discursos mientras tocaban Grateful Dead, Jefferson Airplane, Quicksilver Messenger, The Charlatans y Country Joe and The Fish ante más de 30 mil almas en viaje.

Después de esa manifestación de amor, Lou Adler y Papa John Phillips, cantante de los Mamas and the Papas, engancharon a Paul Simon, Janis Joplin, Jefferson Airplane, The Who y Jimi Hendrix, entre otros grandes, para tocar en el Monterey Pop Festival, del 15 al 17 de junio. Cobrarían la entrada, y ese dinero se destinaría a becas e instrumentos musicales para escuelas de bajos recursos. Pero durante el concierto, el contador desapareció con los 50 mil dólares de la taquilla. Además, Papa Phillips grabó y filmó el festival sin decir, firmar ni pagar nada a nadie. De repente aparecieron el disco y la película, y ningún grupo obtuvo un centavo. Cuando Scully y los miembros de Grateful Dead se percataron de esto, se cobraron a la “China Catflower”: el monumental equipo de sonido era un préstamo de CBS y Fender para la realización del festival, así que al mánager y al grupo se les hizo fácil cargarlo en dos camiones y desaparecer el lunes al amanecer, dejando una nota: “Hemos liberado este equipo para proveer de música gratuita a la gente de San Francisco. Será usado tres o cuatro veces en conciertos y devuelto al finalizar”.

Con esa tonelada de bocinas y amplificadores sonorizaron el Verano del Amor en el Golden Gate Park, adonde arribó la multitud bíblica que se dejó caer de Monterey, sumándose a la que acampaba en Frisco y anexas. La Bola Lisérgica tiraba el discurso para viajar y cambiar al mundo ante 150 mil mentes colocadas que se estacionaron en el área de Haight & Ashbury, convertido en centro turístico e imán de la chaviza que llegó desde los cuatro puntos cardinales. Seguían la canción de Papa Phillips que interpretaba su amigo Scott Mckenzie, “San Francisco (Be Sure to Wear Flowers in your hair)”. Hunter S. Thompson reportaba diario desde ahí para The New York Times Magazine, que le dedicó un número especial con Grateful Dead en portada. En el kilométrico documental sobre este grupo (seis capítulos) de Amir Bar-Lev y Martin Scorsese, Long Strange Trip, se reporta a la multitud

cantando y bailando en los conciertos que tocaron Jimi Hendrix, Eric Burdon y Otis Redding, mientras unos Ángeles del Infierno cuidaban la situación sentados en las torres de bocinas. Ellos eran los distribuidores de ácido en California, ahí empezó también la costumbre de invitarlos como “seguridad” (que culminó dos años más tarde en el concierto de los Rolling Stones en

Altamont, cuando Alan Passaro se cargó a Meredith Hunter a cuchilladas). La fiesta se prolongó una semana y, al final, devolvieron el equipo de sonido dejándolo en una bodega con una nota de Los Muertos Agradecidos. La prensa primero los acusó de robo, luego los convirtió en unos “Robin Hoods musicales”.

El efecto marihuana

La humareda de yerba en California surtió su efecto en otras ciudades y otros países. Como una reacción química, el fenómeno de San Francisco desencadenó un desmadre en Nueva York, donde las concentraciones sucedieron en la zona de Greenwich

Village, en el Thompkins Square Park y, por supuesto, en la concha acústica de Central Park. Allá se dieron cita 50 mil hippies para rockear en conflicto con la policía. El 17 de octubre se estrenó en Broadway la obra musical Hair, que contaba una historia digerida de la contracultura sesentera colocándola en el ojo del espectáculo. En Londres, donde Donovan volaba como “Sunshine Superman” y el hippismo se domiciliaba en King’s Road, hubo varias concentraciones psicodélicas. La más intensa fue en el Tulip Bulb Auction Hall, en Spalding, Lincolnshire, donde se realizó el primer festival de rock inglés el 29 de mayo, en el que tocaron Jimi Hendrix, Pink Floyd y Cream. Se realizaron reuniones pro marihuana en Hyde Park, conciertos de Pink Floyd y Soft Machine en el UFO Club, y discursos en Speaker’s Corner de Kennington Park. Todos estos sucesos antecedieron al lanzamiento del Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band, el disco de unos Beatles bien aceitados por Owsley que el primero de junio sacó a la psicodelia del underground y la hizo del dominio popular en todo el mundo.

En 1969 se realizó el festival de Woodstock, la Nación Psicodélica que reunió a casi medio millón de soñadores, pero el Verano del Amor ya era un condenado a muerte dos años antes. Su sentencia la emitió Mary Ellen Kasper, una de las organizadoras, en octubre de 1967: “Lleven la revolución a sus hogares y ya no vengan aquí, porque esto se ha terminado”. Lo que en realidad quiso decir es que la cosa se puso fea en Haight & Ashbury, fuera de control, como se aprecia en el documental American Experience, The Summer of Love, de Gail Dolgin y Vicente Franco. Pero lo que verdaderamente le dio el tiro de gracia a la psicodelia como la posibilidad de cambiar al mundo en ácido fue la tragedia de Altamont y los asesinatos de Sharon Tate & friends, perpetrados por Charles Manson & family. Los dos sucesos ocurrieron en malos viajes de LSD durante 1969. La sustancia no sólo te ponía amoroso y en contacto espiritual, también podía sacarte los demonios. Quienes mejor expresaron esta mala vibra post hippie fueron Hunter S. Thompson en su libro Fear and Loathing in Las Vegas, y Jim Morrison con los Doors, que en “Roadhouse Blues” cantaba: “El futuro es incierto, y el final siempre está cerca”. Tan sólo a una patada del “No hay futuro” punk de los Sex Pistols en los setenta.

En la edición conmemorativa por los veinte años del libro La contracultura en México, del gran José Agustín, el Maese relata que en 1967 las reuniones jipitecas se realizaban en el Parque Hundido de la Ciudad de México, donde una vez hubo un conato

de Be-In “con características de mitin de

oposición”. La policía los dispersó y se fueron marchando, repartiendo flores y cantando a los Beatles, hasta el Ángel de la Independencia. Allí terminaron por reprimirlos a macanazo limpio. La otra movilización jipiteca fue el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro en septiembre de 1971, organizado por Luis de Llano y Eduardo López Negrete, donde tocaron los Dug Dugs, El Epílogo, La División del Norte, El Ritual y Three Souls In My Mind, entre otros. Se calcula que llegaron cerca de 500 mil onderos “congregados por la misma necesidad dionisiaca”, apunta José Agustín.

El verano del amor II

Durante las décadas posteriores, entre los años setenta y noventa, la psicodelia siguió su curso hasta reciclarse como un fenómeno masivo lúdico entre el Acid House y el elitismo espiritual del New Age. Ernst Jünger acuñó el término psiconauta en 1970 para definir a los viajeros de la mente como el químico Arthur Heffter, quien obtuvo la mescalina del peyote en 1897, o como Huxley que viajó en LSD durante su muerte. En los años ochenta surgieron nuevos gurús y fabricantes de sustancias, como el

bioquímico Alexander Shulgin, llamado El Padrino de la mdma (obtenida en 1912 por Anton Köllisch). La metanfetamina empatógena (éxtasis) y el LSD se convirtieron en el combustible del movimiento Acid House en Chicago y Londres, que invadió el mundo con la música electrónica, la fosforescencia y la Happy Face o Smiley (en lugar del símbolo pacifista) diseñada por Harvey Ross Ball. Los misterios eleusinos, los acid tests y los festivales de rock resurgieron en forma de raves, bailes electrónicos que podían durar semanas en estados alterados, realizados en bodegas abandonadas o en parajes naturales, dirigidos por diyeis que inventaban nuevos ritmos.

También fluyó una vena rockera muy potente en el llamado Madchester, como los Stone Roses, Charlatans UK, Inspiral Carpets y los Happy Mondays, que abrevaron en el acid y el rock psicodélico. Su lugar ha sido ocupado por grupos como los Flaming Lips, Kula Shaker, Spiritualized, los Dandy Warhols, Brian Jonestown Massacre y los nostálgicos actuales, como los Black Angels, Tame Impala y All Them Witches. Todo eso dio lugar al Segundo Verano del Amor entre 1987 y 89, que se extendió hasta los noventa con las nuevas sustancias diseñadas por Shulgin, quien sintetizó más de doscientas en su laboratorio The Farm, como la famosa 2C-B. Aparecieron nuevos predicadores del ácido y los hongos, como Terence McKenna, autor de varios tomos, famoso por sus conferencias y spoken words que se difundieron audiovisualmente, y por su participación musical con grupos electrónicos como The Shamen y Spacetime Continuum.

De la represión

al negocio

en medio siglo

De 1967 quedan la nostalgia y los tributos, la cultura psicodélica sesentera (música, cine, pintura, literatura, periodismo, moda), la revolución sexual, los derechos civiles y los grupos ecológicos; sin embargo, el Gran Cambio de Conciencia Humana, así como lo planearon sus promotores, nunca sucedió.

Los hippies y los yippies se convirtieron en yuppies. Y el mundo no es un mejor lugar para vivir, sino todo lo contrario, es más violento, destructivo, injusto, enfermo y contaminado. Lo que en su momento fue reprimido y juzgado por la autoridad y la sociedad, hoy es motivo de celebración, homenaje y negocio. Ahora se llevan a cabo las festividades del cincuentón Verano del Amor en ambos lados del océano. En Estados Unidos echaron la ciudad por el puente: durante todo el 2017, la ciudad de San Francisco presenta un programa de conciertos, exposiciones, festivales, recorridos, proyecciones, conferencias y actividades relacionadas con el fenómeno.

Mientras tanto, en el Reino Unido hacen lo propio y celebran desde el 12 de abril hasta el 3 de septiembre en Liverpool, el hogar del cuarteto mágico y misterioso, con una serie de actividades patrocinadas por la ciudad y el gobierno. Claro, allá la celebración prácticamente es la fiesta de los cincuentones, el Sargento Pimienta y “Lucy in the Sky with Diamonds”.

De la contracultura

Por José Agustín

Por cultura institucional me refiero a la dominante, dirigida, heredada y con cambios para que nada cambie, muchas veces irracional, generalmente enajenante, deshumanizante, que consolida el status quo y obstruye, si no es que destruye, las posibilidades de una expresión auténtica entre los jóvenes, además de que aceita la opresión, la represión y la explotación por parte de los que ejercen el poder, naciones, corporaciones, centros financieros o individuos.

En la contracultura el rechazo a la cultura institucional no se da a través de militancia política, ni de doctrinas ideológicas, sino que, muchas veces de una manera inconsciente, se muestra una profunda insatisfacción. Hay algo que no permite una realización plena. Algo, que

anda muy mal, no deja ser. Es lo que expresa la canción “Satisfacción”, de los Rolling Stones, que no por nada es un cuasihimno en la contracultura y en la que por una cosa o la otra no se puede estar satisfecho. Ante esta situación la contracultura genera sus propios medios y se convierte en un cuerpo de ideas y señas de identidad que contiene actitudes, conductas, lenguajes propios, modos de ser y de vestir, y en general una mentalidad y una sensibilidad alternativas a las del sistema; de esta manera surgen opciones para una vida menos limitada. Por eso a la contracultura también se le conoce como culturas alternativas o de resistencia. No se trata de una subcultura, pues ni remotamente está por debajo de la cultura; podrá no conformarse con ella pero siempre se trata de fenómenos culturales.

Por lo general, se tiende a relacionar a la contracultura con los movimientos de rebeldía juvenil de los años sesenta, quizá porque al sistema le gustaría restringir ese tipo de acontecimientos a un área específica del tiempo. Eso ocurrió una vez y nada más. Mientras más rápido lo olvidemos, mejor. Sin embargo, es evidente que las manifestaciones contraculturales se pueden rastrear desde mucho tiempo antes y que aparecen desde antes de los sesenta y continúan después en México y en numerosas partes del mundo.

Por lo general se debe tener en mente que a la cultura institucional le repele profundamente todo lo que sea contracultura, porque ésta muestra carencias evidentes y denuncia, a pesar de que a veces no se lo proponga, la enfermedad cada vez más grave de las sociedades manipuladas y sojuzgadas por centros de poder económico, político y cultural en todo el mundo. Por esa razón, desde siempre, la contracultura ha generado incomprensión y represión franca en la mayoría de los casos. La contracultura es un fenómeno político.

Es un hecho que la contracultura surge cuando aumenta la rigidez de la sociedad y las autoridades pregonan que todo está bien, de hecho, casi inmejorable, porque para ellos, en la apariencia, así lo está. Sin embargo, el desfase, la verdadera esquizofrenia, entre el discurso y la realidad es tan abismal que consciente o intuitivamente mucha gente joven lo percibe y por tanto desconfía de las supuestas bondades del mundo que ha heredado.

Descree de las promesas y las metas de la sociedad y se margina, se apoya en jóvenes como él que viven las mismas experiencias y crea su propia nación, empieza a delinear modos distintos de ser que le permitan conservar vivo el sentido de la vida.

El sistema diagnostica todo esto como “romanticismo que pasa con el tiempo”, pero, de cualquier manera, no deja de apretar tuercas. Como piensa que ser joven equivale casi a ser retrasado mental, no escucha razones ni planteamientos que se le hacen y en cambio, sin soltar el garrote, presiona para que el muchacho acepte acríticamente lo que se le dice, para que sea dócil y se deje encauzar por los bien pavimentados carriles de la carretera de las ratas. Si el joven no acepta, entonces se le regaña, se le desacredita, se le sataniza y se le reprime, con una virulencia que varía según el nivel de pobreza e indefensión. La de la contracultura es una historia de incomprensiones y represiones.

* De José Agustín: La contracultura en México (Edición de aniversario), México, 2014. Reproducimos este pasaje por cortesía de Peguin Random House.