Memorial de nuestra amnesia. Novela por entregas

Memorial de nuestra amnesia. Novela por entregas
Por:
  • rogelio_garza

En abril de 2009, arrastrado por una turba de seguidores enfebrecidos, José Agustín cayó en el foso de los músicos del Teatro de la Ciudad en Puebla. Fue un golpe de timón en el viaje de su vida. A partir de entonces poco se supo sobre El Rey del Rock Escrito, hasta que en agosto de 2018 su hijo Agustín Ramírez Bermúdez comenzó la novela autobiográfica Memorial de nuestra amnesia, publicada por entregas en elblogdejoseagustin.blogspot.com. En ella describe lo que ha sucedido desde entonces en la nave del gran escritor.

José Agustín sobrevivió a la caída con una lesión craneal, seis costillas rotas y severas contusiones en la caray el cuerpo. Con urgencia punk le practicaron una serie de neurocirugías en el Hospital Español de Puebla, donde permaneció casi un mes en recuperación. Fue imposible retenerlo más tiempo, su ímpetu y obstinación no dejaron a la familia y los médicos otra opción que llevarlo a su casa de Cuautla. Lo primero que hizo al llegar fue ponerse su traje de baño y meterse en la alberca, “un ritual que le recordaba sus días de niño”. Fue como bautizarse, el inicio de una nueva vida. Sabía que “jamás volvería a ser el mismo a partir de esa noche, tan oscura para su alma”.

Existía la posibilidad de que la fuerza, la magia y el rock de la escritura volvieran a él, como los poderes al superhéroe. Hablaba sobre la novela que escribía antes de caer, La locura de Dios, título que surgió en una tormenta mental. Aun en terapia intensiva, su mente maestra seguía escribiendo. Pero la lesión le causó hidrocefalia y en 2015 le colocaron una válvula en la cabeza para drenar el agua. Lo más trágico era que “ya nunca más podría volver a escribir”.

Agustín Ramírez es pintor e ilustrador; su arte alucinante es célebre en la contracultura nacional, durante años ha colaborado en la revista Generación y en el Multiforo Alicia. La escritura también le fluye en las venas. Pertenece a una familia de compositores, pintores y escritores, heredó el gen artístico. Su blues parece una versión de la Parábola del Hijo Pródigo en la que se invierte la trama.

La relación con su padre atravesaba el peor momento cuando, solo y roto, el hijo tuvo que volver a la casa paterna. Antes de partir a Puebla, José Agustín le había pedido que por favor le llegara. En seguida ocurrió la caída y ya no fue a ninguna parte. Se quedó con su mamá, Margarita Bermúdez, al cuidado de José Agustín. Empezó a escribir para “arrojar un poco de luz en esa oscuridad psíquica que nos envolvió a partir de aquellos trágicos eventos”.

[caption id="attachment_941139" align="alignnone" width="696"] Ilustración de José Agustín Ramírez.[/caption]

Inicia en la caída con final sinfónico de unos músicos imaginarios en el foso. Luego traza un mapa familiar y ubica a José Agustín como capitán de la tripulación, del personal y del movimiento juvenil, la contracultura, la literatura y también el rock. Una vida vertiginosa y una trayectoria literaria brillante, hasta que la caída lo embarcó en un malviaje, “dejando en el centro de la familia y nuestra casa un abismo negro de incertidumbre, y un silencio sepulcral, como de alguien que nació en una tumba”.

Los recuerdos de infancia y juventud de Agustín hijo, en colisión con la nave que pilotea su jefa, permiten atisbar en las fibras de un hogar lejanamente parecido a una comuna. Al igual que todos los hogares del mundo, éste es un universo con entramado complejo, con sus relaciones inflamables, sus claroscuros y episodios de belleza y tristeza. El relato descubre zonas reveladoras de la personalidad de José Agustín: su carácter peleador, su tendencia a la autodestrucción, sus facetas religiosas, el misticismo poético que conduce su espíritu libre y la defensa, contra viento y marea, de sus hábitos.

La luz interna y la luz externa se apagan lentamente. En ese fade out lee y escucha los discos que los diyeis de la tripulación le ponen. Mira el techo en silencio.

Recientemente sufrió una caída que lo volvió a depositar en la cama. La hidrocefalia avanza. “Ingresó a un mundo de sombras, de oscuridad interior, casi prisionero... en las ruinas del castillo mental de naipes”.

Dolió hacer esta reseña porque José Agustín es el escritor que más ha influido en mi vida, el que me encaminó en la adolescencia. Tuve la oportunidad de conocerlo el siglo pasado y me pareció un ser luminoso, sencillo y generoso. Y porque vi morir a mi papá de hidrocefalia y Parkinson. Pasó los últimos cinco años de su vida temblando en una cama, perdido en un limbo del que no  lograba regresar, al cuidado de mi mamá y mío. Los dos hombres más importantes y antagónicos de mi vida, unidos como los extremos que se encuentran en el mismo mal: agua en el cerebro, un océano mental que no tiene brújula.

El Capitán indigestaba a mis padres por socialista, psiconauta y egresado de Lecumberri, los atributos que cubrían de gloria al escritor que me electrocutaba con sus letras. No lo sabía entonces, pero lo que me atrapó fue la espiritualidad y la musicalidad  que animan su escritura.

Hoy visito a mi mamá y le cuento sobre esta colaboración, y ella se conmueve, se solidariza con Margarita Bermúdez, a quien considera “heroica”, y pone en oración a José Agustín y a toda la tripulación Ramírez Bermúdez. Mi jefa y su fe son inquebrantables. Compartimos lo que escribe Agustín, el drama familiar, la dedicación 24/7, las carreras a los hospitales, los tratamientos, la ruina económica, la soledad cuando hay que cargar al enfermo a las tres de la mañana. Y, sobre todo, el acercamiento entre el padre y el hijo, ese fenómeno que sucede en esta circunstancia, distanciados hasta que la tragedia los reúne.

Viví algo similar, incluida la conexión musical que perdura después de la muerte, como cables que unen a dos postes de luz para siempre. “Cuidarlo ha sido una misión de la divina providencia, una prueba de vida y una bendición oculta”. El amor de la familia y la música son los instrumentos que le quedan a José Agustín para navegar en el océano de la mente. Love is love and not fade away. Deseamos, como escribe Agustín invocando a Morrison y a Grateful Dead, que la música nunca se detenga.