Mi buen fin

Mi buen fin
Por:
  • JM-Servin

Recuerdo con emoción y nostalgia por mi infancia Cuando el destino nos alcance, la película estrenada en 1973 en la Ciudad de México y protagonizada por el ícono de la ciencia ficción en pantalla: Charlton Heston. ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! es el título de la novela de Harry Harrison de 1966, en la que se basó el filme. La trama aborda el caos social que provoca la sobrepoblación mundial en el futuro. Hambruna, hacinamiento, desastre ecológico que deriva del calentamiento global y exterminio calculado de la población. En aquellos años, películas como esa hacían exclamar a los cinéfilos mexicanos ¡qué jalados son los gringos! ¿De dónde más si no de Hollywood podría venir nuestra idea del apocalipsis provocado por la indeseable irrupción de las masas en el futuro idílico del progreso tecnológico?

Ahora es 2018. El inicio de la temporada navideña con el Buen Fin. Mi amiga y yo caminamos por Madero, calle convertida en andador peatonal en 2010 como parte de la recuperación del Centro Histórico. Acompaño la tarde, diría Balzac en su Teoría del andar, indiferente al viento que sopla, a los golpes y al insultante forraje que el periodismo ofrece eventualmente (en mi caso). Los planificadores pueden presumir el éxito del reordenamiento urbano desde un criterio futurista de afluencia pacífica de muchedumbres que reactivan la actividad turística y comercial en una zona de más de once mil metros cuadrados y casi un kilómetro de longitud en corte transversal de poniente a oriente, desde la Avenida Juárez, a la altura de la calle de López, hasta la Plaza de la Constitución. Sólo que en lugar de galletas de carne humana para paliar el hambre de las masas y videos tanáticos con escenas de la naturaleza preparados para el bien morir de la población privilegiada, como expone la película dirigida por Richard Fleischer, los asiduos al corredor peatonal dan rienda suelta a sus antojos consumiendo fritangas y toda clase de bebidas mientras se topan y esquivan unos a otros, miran sus celulares y a sí mismos a través de una selfie, como hábitos de un futuro subdesarrollado que nos alcanzó hace mucho.

EL PUNTO NEURÁLGICO es el crucero con Eje Central, el más concurrido del país, con decenas de miles de personas que van y vienen a lo largo del día y parte de la noche. Es todo un banquete para sociólogos, psiquiatras, urbanistas y apocalípticos. ¿Hasta qué punto es un triunfo más de la masificación en menoscabo del patrimonio histórico de la ciudad? No lo sé y de hecho mi duda sería rebatida por el gobierno de la Ciudad de las Multitudes —hasta para pagar en un OXXO—, que calcula aproximadamente 350 mil transeúntes por día, alrededor de 20 mil por hora y 10 millones y medio por mes, que al año equivalen a la población total del país, estimada en casi 128 millones. "Pisadas que iluminan", una nota de Karla Almaraz publicada en el medio digital Más por más el 12 de junio de 2018, dice que según las investigaciones de tres estudiantes de Ingeniería Ambiental de la Unidad Profesional Interdisciplinaria de Biotecnología (UPIBI) del Instituto Politécnico Nacional, los pasos de los peatones en el andador serían la materia prima para generar energía alterna para alumbrar Madero: “Si transformáramos los pasos de esas personas en energía eléctrica, nos alcanzaría para abastecer tres mil viviendas”, detalla Marcela Rojas Gutiérrez quien, junto con Viviana Molina Arreola y Selene Gálvez Salazar, forma parte de este proyecto cuyo principal eje son las placas piezoeléctricas.

Nadie en su sano juicio debería internarse ahí un fin de semana. La gula y el frenesí colectivo se arrojan como aceite hirviente desde las terrazas en lo alto y a ras de piso de los estruendosos antros y changarros de alimentos y bebidas de Madero, de algunas de sus adyacentes también peatonales, Motolinía y Gante, y de todo el Centro Histórico. Vivimos en la época de las transgresiones globalizadas. El reino del cubetazo, la bisutería, las franquicias y el narcomenudeo bajo el auspicio de la Fundación Centro Histórico y la Inmobiliaria Centro Histórico, pertenecientes a Carlos Slim.

[caption id="attachment_845542" align="alignnone" width="696"] Fuente: sociedadtrespuntocero.com[/caption]

LAS ESTATUAS VIVIENTES y botargas que en Madero y Gante recrean personajes de la cultura popular del cine y de la animación se mimetizan con los enganchadores que ofrecen gangas en las decenas de ópticas y casas de tatuaje a lo largo del andador. Decenas de gritones disfrazados con batas de enfermero y tarjetas de presentación invitan a formar parte de una estética visual masificada desde la pretensión de la singularidad corporal y un complejo de inferioridad sublimado en desfachatez. Me pregunto si de plano los mexicanos estamos tan miopes como para generar una sobreoferta de lentes de aumento y si los tatuajes y las perforaciones son un distintivo corporal en tiempos de crisis de identidad que los futbolistas profesionales y la industria del porno, más que la del rock, han vuelto fashion. Messi, por ejemplo, toma vuelos privados desde Barcelona para tatuarse con un prestigiado artista de San Francisco que cobra fortunas a su exclusiva clientela.

Madero es un ajuste de cuentas con las imágenes de los fotógrafos Diane Arbus y Peter Witkin. Con la obra plástica de Daniel Lezama. El cine de Fellini y Buñuel. Con la gráfica de Felipe Posadas. El surrealismo sin Breton. La idea de la multitud que celebra ser parte de la multitud sin distinción de clases, patibularia y de espíritu grotesco, estimula la observación selectiva rogando a los dioses y a la moda no encontrar a nuestro igual tatuado y con anteojos similares embebido en la pantalla de su celular inteligente de última generación.

Todo movimiento brusco revela un vicio o una mala educación, asevera Balzac en el ensayo mencionado. Cada uno de nuestros gestos, cada prenda que llevamos, cada bocado, líquido, humo y polvo que ingerimos delata, según el autor de La comedia humana, no sólo origen y clase social sino también lo que somos por dentro, nuestros hábitos más íntimos, nuestras costumbres y filosofía de la vida.

EL CHILANGO ES SUBVERSIVO por tradición y, paradójicamente, un programa de reordenamiento urbano que invita a ganar espacios a los vehículos motorizados en beneficio del peatón, se convierte en otra manifestación popular de rechazo a la civilidad y a los reglamentos, pues a nadie le interesa aplicarlos. El peatón como depredador de su entorno.

Esta muerte del sentimiento y la emoción, como describe Ballard nuestra época en su ensayo El inocente como paranoico, allanó el camino para nuestras perversiones y nos otorgó una libertad moral para poner en práctica todas nuestras enfermedades psíquicas como si fuera un pasatiempo. Lo que nuestros hijos temerán en el futuro, afirma Ballard, no serán los automóviles en las autopistas del porvenir, sino el placer que sentiremos al calcular los ingeniosos parámetros de su muerte. El morbo, más que la piedad, atrae algunas monedas a pedigüeños y vendedores ambulantes desfigurados echados en el piso, que se han vuelto parte del atractivo visual del andador custodiado por un puñado de soberbios edificios históricos cuya prosapia no impone respeto, al contrario, es sacudida por el ruido y la indiferencia. Para los mexicanos, diría José Revueltas, no existe el horror: de tal modo estamos acostumbrados a él. En la presentación que hace a Los muros de agua reflexiona sobre las impresiones que le provocan  los habitantes de un leprosario donde lo llevan de visita:

Ahora, mirando a todos juntos, me doy cuenta en qué consiste el horror que hay en ellos, el horror que inspiran. Simplemente, se trata de un horror diferido, un horror a punto de ser. Aquí puedo examinar, de un modo progresivo, el proceso de distorsión de las caras, desde el principio, al comienzo de la monstruosidad, hasta la monstruosidad perfecta.

Los anormales, los incorregibles y los onanistas que estudió Foucault: individuos peligrosos para el poder disciplinario, de normalización; el biopoder.

Entre el tumulto de patologías de todas edades vestidas con ropa de paca de marca, licras y réplicas fieles de alguna réplica fiel importada de China, logro llegar al Mixup en la esquina de Isabel la Católica. Antes pasé por un par de tarros al original Salón Corona de Bolívar, decaído desde la ausencia del legendario mesero Mingo, amigo de todos los asiduos a la cervecería que, como pocos establecimientos populares de comida y bebida, representa la expansión en franquicias del chilanguismo renovado en su orgullo patronímico.

La tienda de audio y video propiedad de Slim promociona estruendosa desde enormes pantallas a un referente de la balada ranchera tipo mirrey: Pepe Aguilar. Canta las de siempre ante decenas de fans en un estudio de televisión acondicionado como foro. Muzak vernáculo. Busco en las atiborradas gavetas una película en blanco y negro: Las diabólicas de 1955, dirigida por Henri-Georges Clouzot. He sido invitado a comentarla en la Cineteca como parte de un ciclo de cine noir clásico. Triángulo amoroso en que dos mujeres planean la muerte del cruel director de un internado donde ambas trabajan como profesoras, el vividor es marido de una y amante de la otra. Lo que parece una emancipación femenina antecedente de Thelma y Louise es una trampa de los amantes para deshacerse de la esposa. Traición entre mujeres. Las dos parecen entenderse. Beben y fuman como el que más. Algo tendría que aprenderle a Simone Signoret la corriente actual de mujeres quejumbrosas. Trama impensable en estos tiempos del #Metoo.

"Entre el tumulto de patologías de todas edades vestidas con ropa de paca de marca, licras y réplicas fieles de alguna réplica fiel importada de China, logro llegar al Mixup en la esquina de Isabel la Católica".

DEAMBULO POR LOS PASILLOS para distraer mi cruda escudriñando anaqueles con cientos de ofertas, pienso luego recuperar brío con un gin en el Tío Pepe antes de regresar a casa y ver la película con otro par de tragos. En eso comienza a sonar una especie de ska tropicaloso a la Chico Trujillo sobrio. El equipo de sonido y audio es de primera. La voz del cantante me dificulta reconocer su nacionalidad: miro una de las pantallas con alta definición y decido que el cantante es un mexicano que habla como chileno o uno de estos que lleva muchos años en esta ciudad. Es un concierto nocturno en un estadio o algo así. Está muy de moda ese tipo de video musical que facilita ignorar a nuestros acompañantes en bares y restaurantes. Me dirijo a la zona de series de televisión y trato de pasar por alto lo que se ha convertido en otra de las patologías del chilango: soportar decibeles altísimos de música en lugares públicos para ambientar el vacío solipsista al que nos conduce la adicción al celular.

Descubro la segunda temporada de Fargo y me voy directo a la caja olvidándome de la película que buscaba. En eso reconozco los acordes de London Calling: The Clash. Volteo nostálgico a una de las pantallas. Me quedo pasmado, aún me pone el cuero chinito: la clase obrera, el desempleo, el thatcherismo, depresión económica, furia y vitalidad callejera expresadas por un cuarteto de bombarderos. 1982. Gracias Joe Strummer, Mick Jones, Paul Simonon y Topper Headon por ayudarme a encauzar el rumbo de mi juventud entre precariedades en una ciudad más parecida al Londres de Dickens. En fin, uno envejece en un 4x4. De pronto London Calling se ha convertido en la intro de otro ska vernáculo. Creí que era la Santanera con sus hijos. La banda (un vendedor me informa que es Panteón Rococó) brinca y toca con energía desmesurada, más el respaldo orquestal de metales y percusiones de primer nivel. Pura rebeldía buena onda para una multitud juvenil que en pantalla delira de emoción apiñada frente al escenario ocupado por sus ídolos vestidos como chambelanes de quince años: smoking blanco, pantalón negro, zapatos Doc Martens blancos, un guitarrista de elegante sombrero (me quité el mío con pena por su estado). De nuevo los acordes de London Calling. Carajo, ¿qué es esto?

—Ya, olvídalo —me dice mi guapa acompañante, habituada a soportar mis berrinches. No es un cover, no sé si llamar homenaje a los acordes que van acompasando la rola para darle brío a la letra y entusiasmo escénico de corte evangélico y populista. El tipo de música ad hoc para una gentrificación de izquierda.

ME SIENTO DESPLAZADO. Casi olvido llevarme la temporada tres de Fargo en DVD, por cierto bastante cara. De Las diabólicas ni sus luces. Afuera hay muchas, seguro, y vengo acompañado de una. Me llevan a la caja tomado del brazo como un senil despojo de lo que fui. Reniego entre dientes de lo que tomo como una ofensa personal auditiva y visual. Mi amiga paga para reafirmar nuestra complicidad mórbida y regresamos al tumulto peatonal dándonos ánimos para llegar cuanto antes a casa. Tío Pepe tendrá que esperar a que me sobre el dinero.