“Mi ego era mayor que mi talento” Jonathan Levi

“Mi ego era mayor que mi talento” Jonathan Levi
Por:
  • alicia_quinones

“Hombre orquesta”, pienso al encontrarme con Jonathan Levi (Nueva York, 1955), escritor, músico, editor, productor, dramaturgo y fundador de proyectos como la revista Granta, en 1979, y codirector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Entre las cosas que ha creado Levi se encuentra el programa “Nueva ópera para nuevos oídos”, del Metropolitan Opera Guild; y con el poeta Robert Pinsky produjo la adaptación teatral del Infierno de Dante, además de escribir piezas sobre Isaiah Berlin y Anna Akhmatova. Es autor de las novelas Una guía para el perplejo y Septimania, esta última comparada con la literatura de Jonathan Frazen y Michael Chabon. Jonathan Levi —imposible hablar de todos sus oficios—, responde mientras en el hall donde me recibe rompen una piñata de Trump (a la que minutos después golpeará).

Defiendes el periodismo cultural en tiempos cruciales para la mirada política.

Una de las razones es que las ramas del periodismo son algunas veces muy peligrosas. Es el caso en muchos países latinoamericanos como México, específicamente en el periodismo político. Incluso si te vas a un país como corresponsal, la gente no te quiere hablar de su vida cotidiana como periodista cultural, porque la cultura es considerada como un tema suave, pero la cultura es el mayor tema de hoy: especialmente con la migración, es uno de los grandes temas en América Latina frente a Estados Unidos, y en Europa con la migración de refugiados del Medio Oriente, Afganistán y África.

Hoy las culturas se están cruzando unas con otras y no me refiero sólo al arte, , sino a los diferentes lenguajes, razas, etcétera. En Estados Unidos hay una gran mezcla de culturas, razas, expresiones que se desprenden de la diversidad. Frente a la migración, hoy tenemos una guerra de culturas, y como periodistas culturales debemos llegar al fondo de esas comunidades.

Se podría decir que el arte es una posición política.

Todo tiene una posición política. No creo que todos los periodistas políticos hablen de política. Lo que veo en América Latina es que por mucho tiempo ha habido un periodismo de chequera, es decir, los periodistas van y escriben un buen comentario para recibir una especie de recompensa por ese “buen” comentario. Esto es un asunto de ética, de criterios, de justicia, de comprender a las audiencias para conversar con ellas.

Eres una especie de hombre orquesta. ¿En qué disciplina te sientes más cómodo?

Bueno, llegué al teatro y a la ópera —a todas las cosas— cuando me gradué de la universidad. Al inicio pensé que sería director de teatro y empecé a estudiar música. Antes de eso quería ser violinista, pero mi ego era mayor que mi talento y al mismo tiempo encontré una revista en Inglaterra —esto fue en 1979—, la revista Granta, una revista política, así que decidí entrar al periodismo, pero encontré que todas estas vidas, esas ideas que estaban en mi mente, podía usarlas dondequiera que estuviera. Por ejemplo: hace dos años fui a Hungría, cuando el gobierno se hacía más fascista, y escribí una pieza que fue la más popular en Budapest, y era todo lo contrario a lo que el gobierno quería, así que la gente empezó a oponerse a ir al espectáculo. Aunque tenía las credenciales como crítico de teatro, podía también escribir una pieza que mostraba la situación política de ese momento.

¿Cómo definió el canon literario en Granta, revista que tuvo, supongo, la ambición de marcar una pauta literaria internacional?

¿Te refieres a una clase de reputación? No sé la respuesta a eso. Cuando empezamos Granta, cuando inicias una revista, haces lo que te gusta y sigues tu olfato y quizá tienes éxito. Lo que encontramos es que la gente tenía hambre de conocer y nosotros también. El primer autor mexicano que publicamos fue Jorge Ibargüengoitia: Las muertas. La idea de Granta en sus primeros años era formar autores ingleses en audiencias estadunidenses, y autores estadunidenses en audiencias inglesas, y publicarlos. Pero a partir de textos como el de Ibargüengoitia encontramos a grandes autores —nadie sabía de ellos en el mundo de habla inglesa— y obtuvimos los derechos no sólo en América Latina sino en Europa. Encontramos magníficos escritores alemanes, checos, polacos, como Ryszard Kapuscinski; publicamos los primeros capítulos de Hijos de la media noche de Salman Rushdie. Estuvimos en el lugar correcto en el momento correcto. Dejé Granta en 1987 y ellos iniciaron la publicación en español (una idea muy inteligente) hace diez o quince años.

¿Es entonces el instinto el gran motor de un autor, periodista y editor?

Creo que todo el mundo tiene un instinto. Estábamos en nuestros veintes cuando iniciamos Granta, y a esa edad sólo publicas lo que quieres y eso hicimos. Nos tomó tiempo llegar a conformar nuestras ideas verdaderas. Al principio publicábamos buen material, lo que llamábamos piezas serias, también algunas aburridas, pero luego ofrecimos una pieza llamada “Norteamérica”, de Stanley Booth, que tenía permiso de viajar con los Rolling Stones. Esto fue en 1981. Éramos tres, lo publicamos, dos moríamos por hacerlo y uno decía: “¡No, perderemos a la mitad de los lectores!”. Y estaba en lo correcto: perdimos a la mitad de nuestros suscriptores, pero ganamos miles nuevos y es cuando encontramos nuestra personalidad y dijimos: “Esto somos”.

Tu nueva novela, Septimania, es la simbiosis de un mundo imaginario y un mundo politizado.

Para esta novela tuve muchos puntos de inspiración, pero la razón principal fue el problema de que por muchos años tuvimos una sola respuesta para el mundo. Ahora hay muchas posibilidades, las diferentes religiones; hay quienes creen en un solo dios, otros en varios; se asumen muchas cosas per se. La ciencia está tratando de encontrar de dónde viene todo esto, y creo que la vida es más compleja y hay muchas razones, siete o más que pueden darnos la explicación de todo; Septimania significa siete locuras.

Malory es el supuesto heredero del Reino de Septimania, dado por Carlomagno a los judíos de la Francia del siglo VIII. En medio de una Roma tambaleante por los secuestros y bombas de las Brigadas Rojas, Malory es coronado Rey de los Judíos, Emperador del Sacro Imperio Romano y posiblemente Califa de Todo el Islam. Y aquí, en la historia, comienzan las preguntas.