Muros y murallas

Muros y murallas
Por:
  • francisco_hinojosa

Sabemos que política y demagogia van de la mano. Para llegar al poder hay que conocer el arte de hacer promesas que no se van a cumplir, y hacerlo convincentemente. Una excepción es Donald Trump: en primer lugar no es político, en segundo fue elegido como presidente del país más poderoso y en tercero sí está en su cabeza la idea de consumar lo ofrecido en sus discursos de campaña, entre otras cosas la construcción de un muro que divida nuestras fronteras. Y más aún: está seguro de que nosotros lo pagaremos.

Planea terminarlo en dos años: justo para celebrar las tres décadas de la caída del muro de Berlín. El peligro, dice, son los bad hombres (antes conocidos como bárbaros) que amenazan la estabilidad de los estadunidenses obligándolos a consumir drogas o bien quitándoles sus trabajos. Las puertas del muro que ya existen, y que permiten el intercambio de millones de personas y dólares cada día, ahora también servirán para deportar a quienes laboran de manera ilegal en tierras que antes fueron mexicanas. Algunos de ellos todavía pueden argumentarlo así: “No cruzamos la línea, la línea nos cruzó a nosotros”.

El lado norte de la frontera parece no preocuparle al mandatario del peluquín: los canadienses son good hombres y, sobre todo, en su mayoría blancos. Sin embargo, no se ha manifestado acerca de los otros tres flancos no amurallados que están expuestos a la entrada del chamuco: los que están en el Pacífico, el Atlántico y el Golfo de México. ¿Cómo construir en las costas barreras infranqueables y además a quién cobrárselas? Supongo que Trump confía en la eficacia de su marina como para salvaguardar sus litorales, pero desconfía de la guardia fronteriza que tiene a su resguardo la línea que nos divide.

Todavía queda otra parte no cubierta en Estados Unidos por donde se puede colar el mal amenazante del exterior: hay que

alzar la cabeza hacia el cielo para ver

que tienen alrededor de nueve millones de kilómetros cuadrados de aire desprotegidos —bueno, con la excepción de algunos misiles, drones, radares y aeronaves supersónicas. Por avión llegan a tierras gabachas muchas personas, con su visa en orden, y se quedan allí a trabajar hasta que

transcurre el tiempo en el que tienen

que volver unas horas a la frontera para volver a cruzarla legalmente. Aunque supongo que Trump sólo ve en la televisión caricaturas, quizás conoce la serie Under the Dome, basada en un libro de Stephen King, y ya firmó una orden ejecutiva que pone a trabajar a la NASA y el Pentágono en la construcción de una cúpula impenetrable que aísle a su país del mundo. Un último detalle: para hacer aún más seguro todo su territorio faltaría crear un mecanismo que detecte la entrada de los bads a través de túneles subterráneos. Y entonces sí, al fin solos.

Kavafis dice: “Sin consideración, sin lástima, sin pena / me encerraron en altas y sólidas murallas”. El hombre queda allí, solo, sin esperanza, desolado, con el alma devorada y pensando en cuánto pudo haber hecho del otro lado.

“Nunca escuché a los albañiles, nunca un ruido... / Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo” (traducción de Cayetano Cantú). Ese parecería ser el sueño de Trump, si no es porque su ideal incluiría mantenerse en casa aislado, seguro, protegido y de preferencia sin el estorbo de otras minorías no blancas. Aunque le quedaría el temor de que, como ha sucedido antes, su muro de la vergüenza algún día se venga abajo. El poeta chino Ai Qing, con conocimiento de causa, lo dice: “Cualquier muralla no es más / que un vestigio de la historia / que a nadie le interesa recordar” (traducción de Alfredo Gómez Gil). Volviendo a Kavafis, en uno de sus más conocidos poemas, “Esperando a los bárbaros”, el Imperio está en plena decadencia y ve como única esperanza la llegada de los bad hombres: la civilización agotada vs. la barbarie que ha dejado de existir: “Y ahora, / ¿qué sucederá sin los bárbaros? / Estos hombres al menos ofrecían una solución”.