Otra luz de agosto

Otra luz de agosto
Por:
  • alma murillo

Para Marcela, tejiendo juntas esta historia

Es domingo, la luz se cuela por la ventana, abro los ojos: estaba soñando con un cielo azul.

Hace rato que sueño con el azul Tamayo, no sé si exista tal cosa en la paleta de colores pero existe en mi universo onírico, azultamayo. Todo junto y muy azul, intenso, cercano al violeta.

La semana pasada estuve en Oaxaca —ese cielo— y confirmé que la herida de la luz es tan poderosa como la herida de la oscuridad.

Cuento noventa días desde que me obsesiona la vida de Rufino Tamayo. Su obra también, cómo no emocionarse frente a Mujeres alcanzando la luna o el Retrato del Diablo. Pero es él, ese niño de ojeras acunadas en la orfandad el que no me suelta.

El 25 de agosto de 1899 nació Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, ese fue su nombre completo. Justo ahí, en el apellido oculto, empieza el relato del primer hombre y del último, el relato del niño huérfano que se convierte en el hombre que mira al infinito. Ahí empieza también la identificación de mi alma con la suya.

Rufino fue abandonado por su padre cuando era muy pequeño y luego, con apenas once años, enfrentó la muerte de su madre; a partir de ese momento fue su propio creador y eligió reescribir su historia inventando que su padre también había muerto.

¿De qué están hechos los lazos de sangre? se pregunta Ingrid Suckaer, que ha escrito la biografía más completa del pintor.

¿Cómo se tejen los lazos? ¿La historia de quién resuena en el alma de quién?

Yo acababa de cumplir cuarenta años cuando vi a mi padre por única vez en mi vida adulta. La herida de su abandono era tan grande y a la vez tan conocida que tardé más de treinta años en atreverme a cuestionar el mito familiar que lo mató; mis hermanos mayores solían escribir “Finado” en la ocupación del padre que solicitara cualquier documento y yo, que era muy pequeña y los imitaba en todo, escribía en esos documentos que mi padre era “Refinado”. El recuerdo me mata de risa y de ternura. Y me estremece. ¿Por qué es más fácil matar al padre en un relato que asumir el abandono? Para conocer a mi padre hice un viaje a zonas insospechadas de Michoacán, recorrí días de carretera junto a mis hermanos buscando a un tal Porfirio Murillo, era diciembre.

Fue la luz de agosto la que nos arrojó hace una semana a la casa de Oaxaca donde Rufino nació un 25 de agosto; los colores eran un arrebato.

Ahora escucho Bésame mucho buscando conocer cuántas versiones existen (reto imposible), Consuelo Velázquez tenía dieciséis años cuando la compuso; a Rufino le gustaba esa canción. Y es agosto, un día 21 de este mismo mes nació Consuelo.

Nombramos el tiempo porque sin tiempo el relato de la humanidad no tendría sentido, contamos el tiempo porque sin tiempo estaríamos destinados al horrible abismo de lo eterno. Somos finitos, por suerte. Tenemos los días contados.

Tamayo quería más tiempo y tenía una disciplina monacal para trabajar. “Saber pasar hambre”, respondió al periodista Víctor Alba cuando le preguntó qué habilidad debía tener un pintor.

Con veintipocos años Rufino vivió en Nueva York sin más dinero que para comprar siete manzanas que comía una por día de la semana. La fortuna de tener hambre, pienso. Hambre y no comodidad, hambre y no satisfacción. Hambre y una pasión.

"¿De qué están hechos los lazos de sangre? se pregunta Ingrid Suckaer, que ha escrito la biografía más completa DE TAMAYO... ¿La historia de quién resuena en el alma de quién?”.

“Saber estar solo” fue la otra parte de la lección con la que Tamayo complementó la respuesta.

Me pregunto si esas virtudes no son maneras de retar y honrar al padre. A pesar de suprimirlo de la firma —¿qué historia contaríamos si habláramos del pintor Rufino Arellanes?—, a pesar de sostener la mentira vital hasta el final, me pregunto si no se esfuerza tanto quien busca la mirada del padre.

Aquel diciembre, con mis cuarenta recién cumplidos y antes de emprender el viaje, escribí una carta a mi padre que nunca le entregué.

Papá:

No sé nada de ti. Y sin embargo soy tú. Y sin embargo te respiro con cada célula.

No te conozco y he pasado por tanto contigo. Quizá la vergüenza fue lo primero, esa jodida sentencia que el mundo intenta normalizar pero que hiere y sabe a vinagre en el paladar de una niña: no tengo papá.

¿Cómo fue tu experiencia conmigo? ¿Cómo fue ser mi padre y el de cada uno de mis hermanos? ¿Nos imaginas? ¿Nos extrañas? ¿Te duele? ¿Sientes amor?

He pensado muchas veces que soy hija de mi padre. Lo he pensado en secreto, como algo informe pero real, intuyo que algo en mi identidad responde a la demanda imaginaria de un padre que espera mucho de mí: que sea trabajadora, fuerte, resolutiva. Como si buscara tu mirada, tu aprobación, un diploma otorgado por ti que me dijera que lo hice bien, que mi lado Padre está bien ejecutado.

En Michoacán el frío de diciembre pelaba en la montaña luego de haber abrazado a Porfirio; en Oaxaca el sol abría los corazones como frutas maduras.

Luego de conocer a mi padre reescribí la historia: no soy huérfana.

Tatué un símbolo rojo que me identifica con él en mi brazo izquierdo, el pigmento me quemó la piel, ¿y qué amor no quema?; tres días después del tatuaje murió mi padre. Recuperada de la lesión cutánea volví a la clase de yoga; nadie reparó en el símbolo rojo, sólo Marcela. “¿Qué te pasó en el brazo?”. Ahí empezó este lazo entrañable, y luego Marcela me llevó a Rufino.

Y luego Rufino nos llevó a perseguir su pintura, su historia, a hablar con él y sus muertos. Nos llevó a O axaca donde la luz era dulce como un venado. Y nos llevará a Nueva York y a París donde pasó tantos años buscando la luz y las sombras que son él y que están vivas en su obra.

Rufino viene de Rufo, que significa rojo. ¿De qué están hechos los lazos de sangre? ¿Hemos conseguido la mirada del padre?

Si el silencio de Tamayo es fascinante, su pintura es una alucinación. Como dice de él Fernando del Paso: “Colores pecaminosos en su agresividad, arrepentidos en su serenidad, arbitrarios hasta la locura y de una belleza sofocante. Con la música y los colores, sí, y con la muerte por dentro”.

La herida de la luz es tan poderosa como la herida de la oscuridad, insisto. Y hay heridas que sólo puede redimir la belleza; fue creando belleza que Rufino Tamayo nos ha reparado.