Perpetuum mobile

Ojos de perra azul

Perpetuum mobile
Perpetuum mobileCortesía de la autora
Por:

Esta mañana, como de costumbre, no estoy segura de a dónde dirigirme. Mi destino es incierto. Me levanto y no sé si ir primero al baño o a la cocina por café, directo al trabajo o al parque a correr, quedarme un rato más en cama o trasladarme al aeropuerto a tomar un avión que me lleve directo a Moscú. Al elegir una opción, se eliminan las demás. Esto lo pienso al despertar, muy temprano, aún enredada en las sábanas tibias que me acarician y aprisionan. Escapo, sacudo la voluntad, estiro el cuerpo, espabilo los pensamientos. Doy un brinco, salto a la realidad y mi rutina comienza regida por un calendario y una agenda que me dan la ilusión de que soy funcional y productiva en el mundo.

A mediodía me entra de nuevo el ansia de partir hacia algún lugar y hacer cosas inauditas. Salir a la calle desnuda, cantar mi canción favorita y que los peatones me escuchen. Hacer el amor en el Zócalo, vengarme de mi enemiga predilecta, escribir un libro pornográfico y prohibido. Llamarte por teléfono, decirte hasta lo que no y lo que sí, pero me reprimo: le coloco a mis labios un triple candado y a mi lengua una camisa de fuerza. Odio las restricciones, las arbitrarias normas sociales. Camino de un lado a otro, me rasco la piel, la prisa me quiere alcanzar. Inútilmente, cuento el paso de las horas que se detienen a los mil cincuenta y dos minutos. Hacia la noche, pero más en las madrugadas, me convierto en un animal peligroso, con tres bocas que hablan, diez ojos que miran. Y todo ocurre al mismo tiempo. El aleteo de la mariposa que desencadenó el caos, la invención de la tinta, mi última relación, el segundo en el que Eva mordió la manzana. Cuando sueño. El viaje a la Luna y a Marte, nuestro primer encuentro en el pasado y la dolorosa despedida venidera.

Hoy es ayer, siempre, nunca, estoy, no estoy. ¿Por qué mis momentos no coinciden con los de afuera, con los ajenos, con el tuyo? Desfasada y bifurcada, vivo inserta en una simultánea sucesión de instantes. No sé en qué punto me encuentro, si soy niña anciana, adulta recién nacida o eterna adolescente.

Odio las restricciones, las normas sociales. Camino de un lado a otro, la prisa me quiere alcanzar

Entonces, a oscuras, por fin me reubico, se me calman las ganas de ir a todas partes. Pienso en voz alta y anoto lo que me pasa, que no puedo permanecer quieta, sobre mi afán de pisar otros sitios, embarcarme a distintos escenarios donde no haya relojes, años o distancia sino duración y ritmo.

Eres infinita, me dijiste una vez. No te contesté que yo no le encuentro sentido ni al tiempo ni al espacio sin ti, tampoco a esta mañana en que no estoy segura de a dónde dirigirme.

*** Soy el arma de la fiesta.