Un romántico en Suecia

Erik Johan Stagnelius
Erik Johan StagneliusFoto: Especial
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Lo más notable de este macabro poema de Erik Johan Stagnelius (Suecia, 1793-1823) es que hablaba sin ambages. No era ninguna pose. Le otorgó al poema un esplendor verbal que podría seducir a un lector distraído, con sus rimas y su métrica cambiante (que desafortunadamente no se logra reproducir al castellano). Pero el significado es inequívoco. No era la otra vida lo que anhelaba, sólo quería llegar lo más pronto posible a la tumba donde al final pudiera reunirse con su novia. La muerte significaba una liberación comparable al orgasmo.

Esa estrecha relación entre muerte y erotismo es un viejo tema, tanto en la pintura como en la lírica. Lo encontramos en la poesía barroca y el misticismo cristiano, pero la mirada de Stagnelius era nueva. Para él, la tumba no conducía al reino de los cielos. La muerte era el objetivo final: un abrazo que libera al cuerpo del tormento de la vida, descomposición bioquímica que lleva a la unión con la naturaleza. Esta conclusión puramente materialista del poema escandalizó a muchos de sus contemporáneos. El clero, todavía influyente, la prepotente academia y los profesores de literatura de criterio estrecho prefirieron los lados menos tenebrosos del romántico Stagnelius. Esos lados existían porque escribió poemas muy diversos, pero son precisamente las páginas negras las que lo hacen singular.

Nacido en 1793 en Öland, isla del mar Báltico, murió en una exigua habitación de alquiler en Estocolmo, antes de cumplir los treinta años, pobre, solitario y devastado por el alcohol. El opio y las prostitutas le dieron momentos de alivio; el pensamiento gnóstico y los cuentos populares encendieron su imaginación. Nos recuerda a su coetáneo John Keats, pero sus registros son más amplios y variados. Desconocido por el gran público, llegó al reconocimiento poco después de su muerte. No había duda alguna: aquí teníamos al mayor poeta romántico de Suecia, quizás el más alto de todos.