Una mirada médica al malestar social

Una mirada médica al malestar social
Por:
  • jesus_ramirez-bermudez

“El médico dedicado a la dimensión psíquica de la salud no puede eludir la confrontación con la historia contemporánea, aun cuando el barullo político, la mendacidad de la propaganda y el griterío estridente de los demagogos le disgusten íntimamente.” Con estas palabras, Carl Gustav Jung presentó sus Consideraciones sobre la historia actual, escritas entre 1936 y 1945. Allí analiza las estructuras simbólicas puestas en escena durante los años del nazismo. Más allá de los procesos militares, el análisis psicológico de la mitología nazi y sus resonancias culturales nos ayuda a entender los movimientos de masas desencadenados por un hábil manipulador necrofílico, a partir de una plataforma democrática.

Las reflexiones psicológicas sobre el clima político de las naciones pueden ser reveladoras. Es bien sabido que Einstein y Freud sostuvieron un intercambio epistolar. El físico manifestó sus ideales pacifistas. El médico, con una suerte de resignación melancólica, expresó su escepticismo frente al deseo de erradicar la violencia humana, que tendría una raíz instintiva susceptible de modificarse mediante pactos civilizatorios. Pero su abolición efectiva sería imposible. La correspondencia se publicó en 1933, en un pequeño volumen titulado ¿Por qué la guerra? De alguna manera, anticipaba la vorágine de los años siguientes, que arrasó incluso con la mayoría de los ejemplares del documento. Por fortuna, la correspondencia apareció en un volumen de 1960 titulado Einstein on Peace (con un prólogo de Bertrand Russell).

Freud escribió la piedra fundacional de la reflexión psicológica sobre las colectividades: El malestar en la cultura. Penetró en la psicopolítica con su libro sobre el presidente estadunidense Woodrow Wilson, escrito con su paciente William Bullitt (un político norteamericano). Erich Fromm, por su parte, hizo extensas reflexiones en libros como ¿Podrá sobrevivir el hombre?, El humanismo como utopía real, Lo inconsciente social, Sobre la desobediencia, y en Ética y política. La tradición lacaniana del psicoanálisis ha penetrado al fondo de la cultura política mediante críticos como Slavoj Zizek.

En una perspectiva contemporánea, alejada del psicoanálisis, hay incursiones atractivas a la psicohistoria política. Nassir Ghaemi aborda la salud mental de líderes políticos en A First-Rate Madness, y plantea las posibles ventajas del espectro bipolar en líderes como Churchill o Gandhi. También hay aproximaciones neurocientíficas a la toma de decisiones políticas: me refiero, por ejemplo, al artículo “A Neurology of the Conservative-Liberal Dimension of Political Ideology”, del neurólogo estadunidense Mario F. Mendez, publicado durante el tiempo de debates sobre la candidatura de Donald Trump.

"La sociedad dolida propone un análisis de las fuentes del malestar ciudadano...Treinta y ocho ensayos breves y de ágil lectura conforman esta anatomía patológica.”

Hay pocos escritos de médicos psiquiatras con experiencias de primera mano en la política, o de políticos con una formación en el campo de las ciencias psicológicas, psiquiátricas o neurológicas. Una excepción es La sociedad dolida. El malestar ciudadano (Editorial Grijalbo, 2018) de Juan Ramón de la Fuente. Aunque es conocido por su gestión como secretario de Salud y rector de la UNAM, la mirada política del doctor de la Fuente se distingue por la formación médica, y en particular por su especialización en psiquiatría en la Clínica Mayo de Rochester. Mediante la metáfora médica, La sociedad dolida propone un análisis de las fuentes del malestar ciudadano: una visión diagnóstica del México contemporáneo. Treinta y ocho ensayos breves y de ágil lectura conforman esta anatomía patológica. En las primeras secciones del libro, tituladas Del escenario político y sus trastornos, y De la psicopolítica, leemos que el malestar frente a la gestión política no es solamente un asunto local: aunque adquiere matices propios de cada cultura, el malestar cultural forma parte de esa modernidad que ha transitado hacia “un tiempo líquido... una época de incertidumbre, más flexible, más voluble, en la que las estructuras sociales no perduran el tiempo necesario para consolidarse.”

El doctor De la Fuente analiza las expresiones psicosociales de un sistema económico y político global que excluye en forma sistemática a los sujetos calificados por algunos politólogos como “perdedores de la modernidad”: un término arrogante que refleja los excesos del darwinismo social. En tales circunstancias, “la aparición del ciudadano furioso (ante la corrupción, la desigualdad y la injusticia)” es comprensible; puede generar cambios orientados al progreso y el bienestar, pero la movilización popular también puede ser capitalizada por el culto a la personalidad de líderes megalomaniacos, por ideologías xenofóbicas o constelaciones fascistoides. En esta coyuntura surgen movimientos autoritarios en el corazón de las democracias liberales. El escenario latinoamericano es vulnerable como resultado de la infestación parasitaria causada por agentes de corrupción y por crimen organizado.

En los apartados del libro titulados "De los cuerpos disidentes" y "De los cuerpos enfermos", el autor observa los efectos de la violencia colectiva sobre la salud mental. Por ejemplo, los desenlaces psiquiátricos en cuatro mil quinientos huérfanos y dos mil viudas en la Tierra Caliente de Guerrero. La sociedad dolida discute factores de riesgo para el desarrollo de violencia, que pueden ser el foco de intervenciones: cambios demográficos acelerados, el fanatismo étnico o religioso, la producción y el comercio de drogas por parte del crimen organizado, la desigualdad económica y política, la falta de procesos democráticos efectivos. Frente a la inversión nacional insuficiente en ciencia, tecnología y educación, el libro hace una sólida defensa de los beneficios de la academia en la vida democrática. La universidad aparece como un espacio de análisis privilegiado para la toma de decisiones inteligente frente a los problemas colectivos.

Los capítulos finales del libro hacen planteamientos orientados a aliviar el dolor social de nuestro país. Por ejemplo, la regulación del uso de drogas, especialmente la marihuana para uso medicinal. La sociedad dolida argumenta con lucidez que el tratamiento carcelario de los poseedores de cantidades mínimas de cannabis resulta una medida nociva desde la perspectiva médica: es la criminalización de las adicciones, que son problemas de salud. Cada vez es más obvio que la guerra trasnacional contra las drogas, a pesar de su retórica, trae más miseria que bienestar. Por otra parte, la criminalización impone un velo ideológico que censura la investigación científica en este campo de la farmacología.

El libro aborda temas difíciles, como el siguiente: nuestro país, el principal productor de amapola en América, debe importar medicamentos opioides para atender el dolor de pacientes terminales, pero la importación está muy por debajo de lo necesario. Hay demasiadas personas muriendo de dolor o con dolor. La recta final del libro aborda el tema de la cultura médica frente a la muerte. ¿Cómo podemos impulsar transformaciones a favor del derecho a elegir una muerte digna, y a recibir cuidados paliativos? Se requieren ajustes importantes en la filosofía de la educación médica, reformas legislativas, y condiciones materiales para dar una atención digna a los enfermos terminales. C