A ver si pega

Ojos de perra azul

A ver si pega
A ver si pegaCortesía de la autora
Por:

Los amores se parecen a los chicles. Hay de hierbabuena, canela, de frutas, unos son tan desabridos que la magia y el sabor les duran poco. Cada uno trae una experiencia diferente. Unos se sienten muy artificiales, tienen relleno líquido o cobertura azucarada que empalaga. Otros se deshacen por su falta de consistencia, los de bola son duros como canicas. Los de menta prometen un aliento fresco y prolongado, a mí me alivian la ansiedad y estimulan los sentidos, aunque sea por un momento. A veces me los trago, me divierte pensar en la idea de que queden atrapados en las tripas. Con algunos hago bombas y otros trucos para no aburrirme; si me hartan los tiro al piso, al bote de basura o los dejo pegados por ahí. Me gustan casi todos, antes de llevarlos a la boca me hacen salivar. Los mastico por placer y por inercia.

Juego con ellos, los paseo por las papilas gustativas, las encías, los atrapo entre mis labios, los machaco. También son elásticos como el tiempo: flexibles, se alargan, se contraen, pero también se expulsan y retoman a voluntad. Uno termina por botarlos. Amaso los minutos, muelo los instantes en una compulsiva repetición que hace que me duela y se trabe la quijada.

TENGO OCHO AÑOS. Me compro varios paquetes con las monedas que me dieron el domingo por portarme más o menos bien. Disfruto uno por uno, los ordeno por texturas y colores en una caja. Observo las huellas de mis dientes sobre lo que me parece una deliciosa plastilina comestible. Sonrío.

Cuarenta. Muere mi padre, casi me ahogo, me meto veinte chicles a la vez 

Dieciséis. Robo los chicles usados de los niños que me gustan. Los tomo de los platos, los retiro de los bordes de las mesas, los levanto, los meto en mis bolsillos. Los coloco en una esquina de las páginas de mis diarios junto a las iniciales de sus nombres, corazones rojos y las historias que de ellos cuento o me invento.

Veinticuatro. Me voy de casa. Me concentro en rumiar pensamientos y piezas sin azúcar. En la envoltura escribo el mes, el año, el resabio de la nostalgia en el paladar.

Cuarenta. Muere mi padre, casi me ahogo, me meto veinte chicles a la vez. Lo hago para ver si duele menos, pero no funciona.

Hoy perdí la cuenta de todas mis pasadas gomas de mascar amores, efímeras, perdidas en la lengua delos tiempos.

Mañana cuando te bese voy a pasarte el chicle para que si te abandono conserves sabor a mí y nunca te me acabes.

*** Soy tu persona de desconfianza.