Y retiemble

Y retiemble
Por:
  • francisco_hinojosa

En sesenta años tres sismos de gran magnitud han castigado a la hoy Ciudad de México. El de 1957 —también conocido como el temblor del Ángel, ya que se cayó uno de los símbolos capitalinos, la columna de la Independencia, y quedó en muy mal estado— dejó 700 muertos y 2 mil 500 heridos. Las imágenes del desastre, todas en blanco y negro, dan cuenta de algunos edificios colapsados, pero casi todos se centraban en la Victoria Alada que parecía que dejaba a la ciudad sin alas para seguir volando. Construida un año antes, la Torre Latinoamericana se mantuvo en pie: era entonces el rascacielos más alto del mundo, fuera de los Estados Unidos, erigido en una zona de alto riesgo sísmico.

Viví el terremoto de 57, aunque por supuesto no tengo ninguna memoria de él: cumplía ese día tres años y cinco meses de vida. Luego de muchos otros de intensidad menor, que nunca me asustaron gran cosa, el del 85 me agarró en Villahermosa, Tabasco. Sin embargo, mi esposa y mi hijo de apenas año y medio estaban en la colonia Condesa. Tardé casi ocho horas en poder tener una comunicación telefónica con el Distrito Federal. Todo estaba en orden en mi familia. En cuanto regresó la señal de la televisión pude ver la dimensión del temblor, cuyas consecuencias reales deben verse a través de la escala de Mercalli aunque se mida con números Richter: un gran número de muertos (entre dos mil y cuarenta mil, según la fuente consultada), otro de edificios colapsados y un fuerte daño a la infraestructura urbana. Ante la torpe reacción por parte del gobierno local y federal, la sociedad civil tomó en sus manos las tareas de rescate y asistencia a las víctimas. Nació ahí el grupo denominado Brigada Topos, que hasta la actualidad sigue como una organización fuerte que con frecuencia asiste a países que sufren terremotos.

En el 2010 me tocó estar en el sismo que azotó a Santiago de Chile. Se llevaba a cabo allí un encuentro de escritores de literatura infantil y juvenil. A pesar del 8.8 en la escala de Richter y de su duración (más de dos minutos en la capital), el daño fue mucho menor que el esperado ante la magnitud de la sacudida. Juan Villoro, que también estaba en el encuentro, escribió un libro, 8.8: El miedo en el espejo, en el que confronta ese temblor con el del 85 en México. Y en su comparación deja claro que el daño fue mayor en nuestra ciudad debido fundamentalmente a la corrupción en los permisos de construcción.

Ahora en este 2017 vuelve a quedar en claro que no aprendimos la lección después de 32 años. Muchos edificios quizás no se hubieran venido abajo si se hubieran construido con normas más estrictas. Lo que sí no olvidamos fue tomar en nuestras manos la organización del apoyo, acopio de alimentos, medicinas, herramientas y demás artículos necesarios para ayudar a los damnificados y colaborar con el rescate de cuerpos, vivos o muertos. A pesar de que la marina, el ejército y la policía tomaron la dirección de las operaciones, la sociedad civil mostró orden para manifestar su empatía y solidaridad voluntaria, especialmente los jóvenes: mujeres y hombres, chilangos, paisanos y extranjeros. Y también algunos restaurantes que ofrecieron comida gratis a los rescatistas y algunas pequeñas empresas que donaron lo que tenían a su alcance para contribuir con la recuperación.

No faltaron los zopilotes y los ratas que quisieron aprovecharse de la situación para lucrar con la desgracia de los demás. Y por supuesto algunos políti-cos que, con miras en las elecciones del año que entra, también quisieron hacer su agosto en septiembre y dirigir la ayuda con los sellos de sus partidos. Está por verse si ese dinero que le damos a las instituciones políticas se corta y se aplica a reconstruir la ciudad y a auxiliar a quienes salieron más afectados. Mientras, creo que queda al descubierto que la sociedad civil va a exigir mayor claridad en las cuentas que rindan sus gobernantes, que una vez más mostraron no estar a su altura.