Bayona exorciza temores infantiles en nuevo filme

Bayona exorciza temores infantiles en nuevo filme
Por:
  • gonzalo_nunez

En Un monstruo viene a verme: Connor O’Malley, el joven protagonista, ve en la televisión —con algo parecido a la envidia— cómo King Kong, en el clásico de 1933, moviliza toda su fuerza destructora para liberarse del asedio de los humanos. Él observa en lo monstruoso un reflejo de lo que palpita en su interior, una proyección necesaria e inevitable. Porque, al cabo, “el monstruo somos nosotros mismos”, como diría Díaz-Plaja, y a veces, lejos de rehuirlos, los llamamos.

Un monstruo viene a verme, la cinta de J. A. Bayona que aspira a atrapar de un manotazo la cartelera y apoderarse de toda la taquilla –no duden que recaudará millones y brillará de alguna manera en los Oscar–, se suma a esa corriente alternativa de lo que podríamos llamar la teratología (la disciplina que estudia a las criaturas anormales) en el cine: la de los seres benéficos y cómplices por más que sean terribles en apariencia.

Para Connor, un chico de apenas 12 que, además de lo complicado de la adolescencia, está viviendo un momento emocionalmente estresante con la inexorable consunción de su madre, aquejada de cáncer, el bullying al que está sometido en el colegio, y la llegada de una abuela inflexible que intenta desapegarlo de la madre para evitarle el trauma de su muerte, un enorme hombre-árbol (surgido frente a su casa) se convertirá en su aliado para intentar entender todo lo que bulle en su interior y aceptar la verdad última de la condición humana, necesaria para el proceso de maduración.

Bayona, etiquetado por la crítica como el Spielberg español, no anda lejos del Mi amigo, el gigante (de este mismo año) del rey midas del cine norteamericano.

Aunque aquel ser de enormes proporciones presentaba una apariencia mucho más amable que el hombre-árbol de Un monstruo viene a verme, la pareja de niño-monstruo funciona de igual manera en ambas películas.

De hecho, si existe una especie de cándido cómplice de los seres extraños esos son los niños. Precisamente quienes más los temen, más abiertos están a entenderlos. Spielberg también marcó el camino con una cinta canónica en este binomio niño-monstruo: ET (1982). Desde entonces, los extraterrestres (esos monstruos del espacio) dejaron de ser omnipotentes, maquiavélicos y despiadados.

Todos los psiquiatras y especialistas varios que se han aproximado al sentido de los monstruos asumen que lo extraño es un arquetipo de fuerzas e ideas atávicas, salidos del inconsciente colectivo que, “lejos de expresar una banalidad ridícula, revela, por el contrario, la fuerza de los instintos más fundamentales”. Por eso un monstruo puede dar miedo pero también puede explicarnos, guiarnos, ayudarnos incluso. El cine lo ha entendido desde el principio, porque ya antes la literatura había reformulado la función, el carácter de este colectivo.

“¿Qué quieres de mí?”, pregunta Connor en la novela de Patrick Ness que ha dado pie al filme de Bayona. “No es lo que yo quiera de ti, Connor O’Malley —El monstruo pegó la cara a la ventana—. Es lo que tú quieres de mí”. Ahí está condensada la filosofía de esta película y la utilidad de estos seres que llegan para aterrarnos y acaban por seducirnos.

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