Festival de San Sebastián premia a Sigourney Weaver

Festival de San Sebastián premia a Sigourney Weaver
Por:
  • gonzalo_nunez

Cuando Sigourney Weaver dice que San Sebastián está en su corazón, es obligado creerle. No es una simple frase protocolaria ante el auditorio de un festival que le está entregando el Premio Donostia. El Zinemaldia fue su primer contacto con el rutilante mundo de los festivales.

Y ella aún recuerda “aquellos soldados vascos con espadas” que custodiaban su entrada en aquel 1979 en el que, jovencísima, inexperta pero ya cuajada, fue con sus padres a presentar Alien, el octavo pasajero: “Fue especial que un gran festival acogiera esta pequeña película de ciencia ficción”. Y continúa hablando del teatro Victoria Eugenia de tal modo que conforta pensar que desde el Nueva York natal de Susan Alexandra Weaver se piensa de forma tan cálida en esa parte de España.

Además del premio la actriz está en ese lugar para presentar A Monster Calls, filme del el español Juan Antonio Bayona.

Ella está, ante todo, agradecida. “Es un gran reconocimiento y un impulso”, confiesa. Antes sólo había tenido una rápida aparición en Annie Hall. Era una estudiante de Literatura con ínfulas shakespearianas: “Quería ser una actriz de teatro, pero me alegro de la carrera que he tenido”.

Con Alien se convirtió en una de las primeras heroínas del cine de género; supo subvertir con su carácter el rol de eterna secundaria destinado a la fémina: “Las mujeres que he interpretado no se sientan y esperan a que el hombre tome el control, porque así no funciona la vida real. He tenido la suerte de trabajar con directores que creen mucho en el poder de la mujer”.

A uno de los primeros, el nunca bien ponderado Peter Weir (con quien trabajó en El año que vivimos en peligro), lo recuerda con especial cariño: “Me ayudó a entender cómo rendirte al caos de una película, frente al teatro, de donde yo provenía. Él tenía una visión muy marcada y es importante tener a un director muy fuerte para llevarte al final del camino”. Luego vendrían Polanski, Mike Nichols, Ang Lee, de nuevo Ridley Scott… “Miro hacia atrás y no sé cómo he tenido tanta suerte de trabajar con gente tan extraordinaria”.

Weaver, con su 1. 82 metros y su eterna media melena es memoria sentimental de los 80 y 90.

Y siempre un carisma arrollador, una tierna adustez en su rostro, esa rara belleza alejada de los cánones y quizás por ello siempre interesante: “¿Belleza? –duda–. Siempre he tenido grandes directores de arte, que me hacían parecer así”. Descree de los tópicos asociados a la mujer en Hollywood, ya sean de apariencia como de edad o roles: “Creo que es un excelente momento para las mujeres. El paisaje ha cambiado y hay mujeres en la vida real de alto perfil y eso se refleja en el cine. Yo jamás he tenido tanto trabajo. En mi país parece que finalmente va a haber una

mujer presidenta”.