El liberalismo de Vargas Llosa

El liberalismo de Vargas Llosa
Por:
  • mario-vargas

Este libro (La llamada de la tribu) es una autobiografía política, intelectual: desde mi juventud muy cercana al marxismo, al socialismo, luego un proceso de gran entusiasmo por la Revolución Cubana —un proceso que creo que vivió mi generación en toda América Latina de una manera muy parecida—, luego un gran desencanto con la Revolución Cubana, con el socialismo, un interregno de mucha confusión e incertidumbre, una revalorización de la democracia, y finalmente un entusiasmo con las doctrinas vinculadas al liberalismo.

He escrito este libro, por una parte, para defender al liberalismo de las mentiras, de las calumnias, de las desfiguraciones que se han tejido respecto a esta doctrina, que, creo, está visceralmente unida a la idea de la democracia, que representa su forma más reformista —el liberalismo, creo, representa la forma más extrema y radical dentro del esquema democrático que ha traído mayores reformas—; y, en segundo lugar, para rendir un homenaje y manifestar mi agradecimiento a un grupo de pensadores que me han ayudado muchísimo a defender las cosas que defiendo, a ver claro en donde veía algo muy confuso, y a situarme dentro del liberalismo, que es un espectro muy amplio y muy diverso, como se ve en este libro a través de los siete pensadores que figuran en él.

[…] Durante los años 60 viví un proceso de reivindicación de la democracia, pero fue en realidad a partir de los 70 —yo vivía en Inglaterra, me había ido de Francia a Londres—, durante los 11 años de la señora Margaret Thatcher en el poder, años en los que se produjo una gran revolución no solamente desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista político en Inglaterra, que a mí me empujó a leer fundamentalmente a los pensadores que aparecen en este libro. Algunos de ellos eran pensadores a los que la señora Thatcher reivindicaba. Personalmente ella confesaba que había consultado muchas veces a Friedrich Hayek, que aunque era austriaco, vivía y enseñaba en Londres.

Declaraba que el libro más importante que había leído en su vida era La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper, lo que me llevó a leer a Popper. Fue una experiencia que a mí me deslumbró. Creo que es el libro que políticamente más me ha marcado en toda mi vida, un libro de una enorme erudición y al mismo tiempo asequible —Popper tenía la idea de que los libros tenían que ser asequibles y que los escritores tenían que hacer un esfuerzo de claridad, lo que me recordaba una célebre frase de José Ortega y Gasset, que decía que la claridad es la cortesía del filósofo—, era una idea en la que coincidían totalmente Popper y Gasset.

Esos fueron los años en los que me convertí en un liberal y desde entonces lo que he defendido, dicho y criticado, de alguna manera expresa convicciones liberales. Creo que el liberalismo no es una ideología —la ideología es una religión laica: el marxismo, el fascismo, el nacionalismo—, no, el liberalismo es una doctrina que parte de algunas pocas convicciones, sí, muy firmes, y dentro de las cuales hay enormes discrepancias y diferencias entre unos liberales y otros. Y creo que eso se ve de manera clara en este libro.

Entre un Isaiah Berlin y un Hayek hay enormes diferencias. Hayek cree muchísimo más que el mercado en sí mismo puede resolver los problemas si se le deja funcionar con extrema libertad, mientras Berlin dice que cuando un mercado funciona de manera irrestricta y sin limitación, entonces las minas se llenan de niños, como ocurrió en Inglaterra durante la Revolución Industrial.

Hay muchísimas discrepancias entre los liberales, pero una idea compartida: la de que el peligro para la libertad viene principalmente del Estado y si se le deja crecer inmoderadamente, se verán restringidas las libertades. Que la libertad es indivisible. Que no puede haber libertad política sin una libertad económica. Que no puede haber libertad económica sin una libertad social, individual y cultural. Que la libertad es indivisible y debe avanzar simultáneamente en todos los campos para ser eficaz y para que la democracia verdaderamente funcione en una sociedad.

Que no es verdad que un Estado grande sea más eficiente. Que muchas veces un Estado pequeño es más eficiente precisamente porque es más pequeño y manejable. Que las ideas son fundamentales para que una sociedad avance, y, al mismo tiempo, que la libertad política y la libertad social de ninguna manera, por sí mismas, significan el progreso social y económico. Que la libertad en el campo económico significa el funcionamiento del mercado, pero que el funcionamiento del mercado es una mojiganga y una farsa si no existe una justicia independiente y eficaz.

Es un pequeño número de convicciones el que establece un común denominador entre los siete pensadores de este libro y los pensadores que se llaman liberales. Es un común acuerdo y hay enormes discrepancias, pero esas discrepancias no producen una guerra civil entre ellos, porque otro principio fundamental, básico, irrenunciable del liberalismo es la tolerancia: aceptar la posibilidad del error en las propias convicciones y el acierto en las convicciones de los adversarios. Y esos pensadores, aunque discrepan tanto y de tantas cosas, están todos de acuerdo.

¿Por qué ha sido el liberalismo tan sistemáticamente atacado por la derecha, fundamentalmente en el pasado, y por la izquierda en el presente? ¿Por qué ha habido esas encíclicas papales, por ejemplo, y por qué tantos sermones de los curas, en los púlpitos, por qué han atacado con esa ferocidad el liberalismo?

Yo recuerdo desde chiquito haber oído muchas veces a mi abuelita y a una tía abuela decir de una persona: “ése es un poco liberal”. ¿Y qué querían decir exactamente con “es un poco liberal”? Que tenía varias mujeres, que engañaba a su mujer. Ésa era la idea que venía de los púlpitos, fundamentalmente, y que impregnó a muchísima gente y la llevó a desconfiar del liberalismo y pensar que el liberalismo era una doctrina que los llevaba al abismo, que llevaba a conductas inciviles.

Pero en la época moderna ha sido sobre todo la izquierda la que ha atacado al liberalismo con gran ferocidad, caricaturizándolo, convirtiendo el liberalismo en el llamado neoliberalismo —que yo todavía no sé qué cosa es— y presentándolo como una doctrina fundamentalmente conservadora y reaccionaria. Yo insisto mucho, por ejemplo, en un ensayo de Hayek que se titula “¿Por qué no soy conservador?”, que establece muy claramente las diferencias entre un conservador, que cree que el modelo de sociedad está en la tradición y en el pasado, y un liberal, que cree que el modelo de sociedad ideal está en el futuro y hay que construirlo poco a poco a través de reformas que serán siempre mediatizadas, porque son reformas que se hacen en un marco de libertades, y en las que inevitablemente habrá concesiones, porque es el principio mismo de la coexistencia democrática en una sociedad.

Creo que el liberalismo y la democracia son inseparables, pero el liberalismo es el motor que ha llevado a la democracia a realizar las mayores reformas y transformaciones que han hecho la vida más civilizada y menos injusta en las sociedades que han vivido profundamente la doctrina liberal: los derechos humanos, la separación de la Iglesia y el Estado, las grandes reformas sociales, la creación de sindicatos.

La idea básica del liberalismo es esa igualdad de oportunidad, que haya un mismo punto de partida y que esto se consiga en una sociedad libre donde habrá distintos patrimonios, distintos ingresos, a través de una educación pública de muy alto nivel, que garantice para cada generación esa igualdad de oportunidades: un mismo punto de partida. Ése es un principio absolutamente liberal que está en Adam Smith, o sea, en el siglo XVII, cuando nace realmente el liberalismo como una doctrina: la idea de la igualdad de oportunidades es un principio profundamente social y que preserva la libertad, es una idea central que diferencia al liberalismo de otras doctrinas o ideologías, y fundamentalmente de las más conservadoras.

SOBRE MÉXICO Y VENEZUELA. Para juzgar a América Latina conviene comparar la América Latina de hoy con la del pasado, y no compararla con el ideal de América Latina. Si la comparamos con el ideal nos vamos a desmoralizar. En cambio, si comparamos la América Latina en nuestros días con la del pasado yo creo que vamos a tener que reconocer que hay un progreso muy notable. La América Latina de las dictaduras militares, por ejemplo —que yo viví en mi juventud—, prácticamente ha desaparecido. Lo que tenemos son democracias corruptas, ineficientes, efectivamente. Pero dictaduras-dictaduras sólo tenemos Cuba y Venezuela, y en prácticamente el resto de América Latina hay democracias imperfectas, algunas mucho más imperfectas que otras y algunas que van en el camino de la prosperidad, de la civilización, afortunadamente.

(En) El caso de México, sí, digamos que hay una posibilidad, y las encuestas dicen que grande, de que México retroceda de la democracia hacia una democracia populista, a una democracia demagógica. ¿Van a ser tan insensatos los mexicanos teniendo el ejemplo trágico, horrible, de Venezuela al frente, de votar por algo semejante? Mi esperanza es que no. Mi esperanza es que haya suficiente lucidez en México como para ver a dónde conduce ese suicidio que es votar por el populismo, por la demagogia, por recetas que están absolutamente fracasadas en el mundo entero.

Los venezolanos tuvieron cinco veces la oportunidad de votar por la democracia y rechazar la demagogia populista, y votaron por la demagogia populista, hasta que a la sexta ya no había libertad de votar: ya las elecciones están fraguadas. Y hoy en día probablemente el 90 por ciento de los venezolanos quisiera salir de esa sociedad frustrada, fracasada, muerta de hambre, a la que ha conducido el Socialismo del Siglo XXI. Lo que ocurre en Venezuela es una tragedia por supuesto espantosa, debería servir de ejemplo preventivo a los países latinoamericanos. Algunos prefieren suicidarse, como los venezolanos en la época de Chávez, pero yo espero que no ocurra en México. Sería verdaderamente trágico para México, donde hay muchas cosas que andan mal, pero unas que andan bastante bien. Entonces sí hay que esperar que el populismo no gane en esas elecciones; no, más bien que retroceda.