El país contiene el aliento ante el largo rescate de niña Frida

El país contiene el aliento ante el largo rescate de niña Frida
Por:
  • carlos_jimenez

Los ojos de aquel rescatista de pronto parecieron salir de su órbita. El rostro empolvado y desencajado tras seis horas continuas de trabajo, cambió ayer pasadas las 9:30 de la mañana. A esa hora, su voz despertó la expectativa, y revivió los ánimos de las centenares de personas que estaban aquí, en el derrumbado colegio Enrique Rébsamen.

“¡Si nos escuchas, mueve la mano!”, gritó el hombre.  El silencio invadió por segundos el lugar; todas las miradas se clavaron en él… y en un instante vino un nuevo grito: “¡La movió, la movió!”

Así recargaron fuerzas todos los que estaban aquí, y revivieron las esperanzas de encontrar a alguien con vida bajo los escombros, esas esperanzas que hasta el cierre de esta edición, —a la 1:00 de la mañana de este jueves—  no terminaban y mantenían en vilo a todos los que buscaban salvarla.

Horas después del hallazgo, se difundiría un nombre: Frida Sofía, de 12 años, alumna de secundaria.

Durante todo el día así se le llamó; sin embargo, ayer a la medianoche, el nombre fue puesto en duda. El motivo: a esa hora ningún padre, ninguna madre, nadie se había acercado a la escuela a buscar o pedir informes de alguien llamada Frida Sofía.

“No estamos seguros de cómo surgió el nombre. Decían que ella lo había dicho, pero puede ser que escucharon mal o que se confundieron en el momento de la emoción de tener contacto con ella”, comentaba anoche uno de los rescatistas.

Una mujer que aseguró ser hija de la directora del lugar dijo esta madrugada que no estaba segura de que la niña se llamara Frida Sofía. Contó que ya había hablado con ella, y que le había dicho que estaba muy cansada. Pero no pudo confirmar quién era la pequeña.

Por la mañana, cuando se tuvo la primera confirmación de vida, cuando la niña movió la mano, los aplausos y gritos estallaron; hubo quien lloró.

Y es que acababa de descubrir que ahí, bajo toneladas de escombros, donde ya habían hallado más de 22 cuerpos sin vida, una mesa de granito alcanzó a cubrir y proteger el cuerpo de una niña.

Estaba  ahí, al fondo de un “túnel” de más de seis metros de profundidad y apenas 45 centímetros de ancho, que escarbaron los rescatistas.  No podía moverse, apenas podía hablar, pero estaba viva.

Aprisa, un perro de rastreo fue llevado al lugar, y de inmediato dio la señal de confirmación de vida: ladró para avisar lo que había percibido.

Una manguera fue introducida al lugar entre el concreto destrozado. Por ahí, los rescatistas escurrieron agua que le enviaron a la pequeña que para ese momento llevaba ya más de 20 horas sepultada.

“Es con  la esperanza de que pueda hidratarse, para que le ayude a vivir”, explicaba Miguel Fuentes, uno de esos rescatistas.

Una mujer de cuerpo menudo, y un hombre delgado al que todos llamaban “el de la sudadera de Houston”, por la ropa que llevaba puesta, fueron los primeros que entraron y salieron por el pequeño túnel.

Tenían que ir de cabeza y regresar sin poder girar. En un principio, debido a lo reducido del espacio, sólo ellos podían  acceder por ahí de esa manera.

Todos los que estaban aquí comenzaron a trabajar para abrir más y más ese túnel. Serrucharon maderos para hace polines que lo sostuvieran, y taladraron pequeños pedazos de concreto con el cuidado necesario para no provocar un derrumbe mayor.

En una hoja, una maestra hizo un croquis para explicarles cómo era la escuela. Y les detalló que ahí, donde buscaban a la niña había una cocina. Los puños arriba pedían silencio. Una y otra vez. Sólo se escuchaba a un hombre que gritaba.

“¡Mi´ja, tranquila, ya vamos por ti… chiquita, no te me desesperes mi amor, ya te vamos a sacar!”, le gritaba de vez en vez.

Al cierre de esta edición, los elementos de la Marina encabezados por el almirante José Luis Vergara, reportaron que tenían ya un túnel de mayor tamaño para poder entrar por ahí para rescatar a la niña… y quizá a dos o tres niños más.

Y es que los escáners de calor, esos aparatos que permiten detectar movimientos debajo de muros de concreto, marcaron que cerca de Frida, había más niños aparentemente con vida.

Además, un par de rescatistas aseguraron que la pequeña les había dicho que junto a ella había algunos otros compañeros.

“No sabemos si hay dos o tres o más, nos han dicho que las pruebas de los escáners demuestran que son tres. Pero hasta ahora no podemos confirmarlo con certeza”, comentaba uno de  los rescatistas.

Mientras ellos trabajaban, en los salones que no se vinieron abajo quedaron las mochilas de los niños que estudiaban aquí. Las de figuras de princesa, las de Hello Kitty, las de Cars… todas estaban ahí.  También sus cuadernos y sus loncheras.

En la parte alta de la escuela alguien colgó una manta en la que escribió: “La Unión hace la fuerza, ¡Viva México!”, y debajo la bandera tricolor.

Con pintura en aerosol rayaron “Silencio retírate”.  Y es que en un principio decenas de personas sin preparación intentaron entrar al lugar.

Por eso hubo una especie de división en el rescate. El túnel que se abrió para llegar a los niños fue en el interior de la escuela. pero afuera hubo uno más.

“Nosotros no venimos con la gente  de la Marina, nosotros tenemos nuestro propio plan de rescate, pero sabemos que la niña está dos pisos debajo de donde pensábamos en un principio y seguramente tardaremos mucho más”, dijo el rescatista Roberto.

Él formaba parte del grupo de rescatistas que hicieron su propio túnel. Pusieron polines y acomodaron maderos para evitar que el balcón de la escuela cayera por completo. Una camioneta quedó  aplastada ahí.

“¡SACAMOS A OCHO NIÑOS!”. Precisamente esa camioneta de una señora que la tarde del lunes, cuando se registró el sismo, acababa de llegar por sus hijos a la escuela, les dio unos minutos más de tiempo... y de vida a otro grupo de pequeños.

La camioneta aún destrozada, permitió que al menos ocho  niños del colegio se salvaran de quedar bajo los escombros.

La losa de la escuela cayó sobre la unidad, y eso dejó un espacio de unos 50 centímetros por donde una pareja de hermanos pudo sacarlos.

Roberto y su hermana, Isabel Miranda de Wallace, fueron los primeros en llegar al colegio derrumbado. Su oficina está a metros del Rébsamen y estaban en una junta.

“¡El gas se está escapando, rápido, el gas se está escapando, necesitan sacar a los niños, saquen a todos, el gas se está escapando…!”, gritaba Roberto apenas unos segundos después de que todo se viniera abajo.

El hombre corrió de un lado a otro mientras las maestras sacaban a algunos niños.  De pronto salió de la escuela y vio a su lado izquierdo una mujer llorando. Tenía la cara empolvada y acababa de salir de su camioneta, de esa camioneta que aguantó por instantes la estructura del edificio.

Roberto e Isabel corrieron hacia allá.

“¡Maestra, ¿cuántos hay, maestra cuántos hay?!”, gritaba la señora Isabel a una profesora que como pudo le pasó a ella y a su hermano a los niños.

“Me metí por el hueco porque lo que quería era sacarlos, pero luego la estructura se empezó a caer y tuvimos que irnos. Sacamos a ocho niños antes de que se cayera”, contó ayer Roberto a La Razón.

La maestra que estaba bajo los escombros que aún no colapsaban les pasó a los pequeños, pero cuando la camioneta comenzó a doblarse,  Roberto e Isabel tuvieron que salir de ahí.

“Tuvimos que dejarla ahí, intentamos sacarla pero el hueco era muy pequeño y ya no pudimos ayudarla. Se estaba ya cayendo todo y tuvimos que dejarla ahí, parece que después la sacaron los rescatistas”,  recordó Isabel.

LA NOCHE Y LA LLUVIA LLEGARON. Pasaban de las 19:30 horas de ayer cuando aquí comenzó a llover. Primero fue un aguacero, después una leve llovizna, los rescatistas corrieron a colocar algunas lonas para cubrir la zona en la que estaban escarbando.

“Tenemos que proteger la zona. Si continúa lloviendo esto se puede reblandecer y el trabajo de horas puede venirse abajo. Esperemos que ceda la lluvia para que nos permita trabajar”, dijo el rescatista Marco Morales.

Y así sucedió. Después de la llovizna el cielo se aclaró en medio de la noche. Las plantas de luz iluminaban ahora la zona de trabajo.

De pronto los gritos comenzaron de la nada: “Salgan, salgan…”, gritó un hombre.  Bájense de ahí, bájense en chinga todos para afuera”, gritó otro. “Alerta sísmica, alerta sísmica”, explicó uno más.

“Tuvimos el reporte de una alerta sísmica, y tenemos que desalojar y parar los rescates para evitar cualquier derrumbe mayor y daño para los propios rescatistas, o para las víctimas que intentamos aún recatar”, explicó uno de los hombres de casco.

Al final, nadie pudo explicar qué fue lo que sucedió. Hubo quienes dijeron que sí tembló y que por eso se dio la alerta. La realidad es que  nadie sintió ningún movimiento más.

Apenas volvió la calma, los rescatistas regresaron al lugar de búsqueda. De nuevo encendieron las plantas de luz y una vez más se metieron por aquel túnel que ya tenían taladrado en el lugar.

Los puños arriba ordenaban de nueva cuenta el silencio. Los rescatistas que estaban en el túnel necesitaban explicar lo que veían al fondo y necesitaban silencio en el lugar.

A la 1:00 de la mañana de este jueves la esperanza continuaba en el Rébsamen. Nadie se quería ir de aquí.

Los rescatistas, encabezados por la Marina en el interior, y los  rescatistas independientes en el exterior. Cada quien con su túnel, cada quien con su trabajo. Todos con un solo fin. Rescatar con vida a aquella niña que, sin estar seguros, todos llaman ya Frida Sofía.