Guerra de Bolsonaro ya impera en favelas

Guerra de Bolsonaro ya impera en favelas
Por:
  • angel_sastre

En Río de Janeiro, Brasil.- Huele a sudor en el Caveirão, el vehículo blindado, uno de los “Calaveras” de la Tropa de Élite carioca, la temida BOPE, reza mientras posa la frente en su fusil KSK. Al lado, el compañero coloca su arma, que asoma por una pequeña ranura, los únicos orificios por los que se cuela la luz. Encima, en una especie de torreta, la artillería pesada, una ametralladora que repentinamente escupe fuego. “¡Voy por ti desgraciado!”, grita sin cesar de disparar.

El dato: Sólo en Río se registran 13 tiroteos al día, incluso existen aplicaciones que registran los incidentes para advertir a los usuarios.

Viajamos empotrados con un grupo de siete hombres. El sargento Zezhino no oculta sus intenciones. “En nuestro cuerpo es así, es victoria sobre la muerte, no hay misión perdida”. Los narcos devuelven la jugada, sus disparos rebotan en esta furgoneta transformada. Parece sacada de “la película Mad Max”. Algo rústico, una bestia de hierro que aguanta el embate de las balas, que avanza derribando las barricadas que se cruzan a nuestro camino. Continuamos hacia lo más alto de la favela Rocinha, uno de los barrios que supuestamente fue pacificado hace años. Otro sueño truncado de la era del expresidente Luiz Inàcio Lula da Silva.

La BOPE es sin duda el grupo más sanguinario de los que componen las Fuerzas de Seguridad brasileñas, superando incluso a la ROTA, la que sería su símil en Sao Paulo. Son conocidos por disparar primero y preguntar después, tienen licencia para matar. También, como muestra la película brasilera Tropa de Élite, utilizan la tortura e intimidan a los pobladores de los cerros. Este batallón es solo uno de “los brazos inquisidores” con los que cuenta el Estado en su guerra contra la inseguridad.

A esta tarea se suman los “escuadrones de la muerte”, como se denomina a varios grupos de exterminio que actúan en la periferia de las grandes ciudades, dedicados a eliminar a supuestos delincuentes o a meros sospechosos. Prostitutas y gente sin techo, incluso niños, casi siempre de color, son sus víctimas.

Detrás de estos paramilitares con pasamontañas, estarían agentes y “renegados” que buscan venganza y tienen sed de sangre. A todo esto hay que sumar los 10 mil militares desplegados desde febrero después de que el presidente Michel Temer firmara el decreto que “autoriza el empleo de las Fuerzas Armadas”. Por último, aparecen las UPP, la famosa policía pacificadora. Su misión es mostrar la cara más amable. Pero sucumbieron, se han vuelto igual de sanguinarios y corruptos que el resto.

Del otro lado, los delincuentes, secuestradores y narcos, un ejército de “olvidados” que portan armas de alto calibre, sin escrúpulos, capaces de cercenar miembros con machetes y motosierras. Convirtieron a la Ciudad Maravilla en un territorio donde impera la ley del plomo.

Bolsonaro aboga por combatir la inseguridad con leyes menos estrictas para el control de armas y defiende la tortura.

Volvemos al blindado que se arrastra entre callejones angostos, serpentea hasta llegar a la cima. Suena otra ráfaga, los “Calaveras” bajan, intentamos seguirlos pero Zezinho nos agarra el hombro. Nos los prohíbe. Vemos un relámpago de furia afuera, fogonazos de pólvora antes de que todo se calme, de que el portón se cierre. Silencio. Nos permiten bajar, muestran su botín, la presa. Tres delincuentes con caras asustadas a los que amarran con fiereza. A su lado, algunas armas y bolsas de coca. “Esperamos que Bolsonaro nos dé más medios, más dinero para limpiar las mil favelas que rodean mi ciudad”, afirma el sargento. Me quito el chaleco, la pesada armadura, y pienso: esta historia ya la escuché en el pasado, en otra parte…