“Hace mucho que en mi casa sólo se come dos veces al día”

“Hace mucho que en mi casa sólo se come dos veces al día”
Por:
  • gabriela_pereira

En Caracas

Según pasan los días, las aglomeraciones que se forman en las puertas de los supermercados y las farmacias de Venezuela se multiplican. Pese a que el presidente Nicolás Maduro decretó el estado de excepción y de emergencia económica, con los que pretende controlar la crisis social y política que corroe el país, en las calles las necesidades tienen nombre y apellido: conseguir comida y medicinas.

De este a oeste, en el interior del país y hasta en las zonas fronterizas, las filas son interminables, llegando a ocupar más de tres manzanas. A esto se suma que los venezolanos pueden comprar a través de su teléfono móvil dos veces por semana o la cesta de comida subsidiada por el Gobierno cada 15 días.

Algo que los ciudadanos consideran intolerable. No hay harina de maíz para las tradicionales arepas, no hay leche en polvo ni líquida, tampoco aceite, azúcar, detergentes, toallas sanitarias ni pañales.

A la escasez de jabón, cuchillas de afeitar y champú se suma la de pan por falta de materia prima para hacerlo. En cuanto a las medicinas faltan antibióticos, antihipertensivos, antigripales, anticonvulsivos, antiretrovirales y algunas medicinas oncológicas.

El escenario de escasez y desabastecimiento se vuelve más complejo con los cortes constantes de luz y la falta de agua en las principales zonas de Caracas y en el interior de Venezuela.

Es por ello que la oposición insiste a diario en que se celebre cuanto antes un referéndum revocatorio que logre un cambio que permita mejorar las condiciones de los venezolanos.

El decreto de estado de excepción, publicado en la Gaceta Oficial el 16 de mayo, le otorga poderes a Maduro para utilizar el Tesoro Nacional sin previa autorización de la Asamblea Nacional, en manos de la mayoría opositora, y controlar los precios de algunos productos e, incluso, para administrar la distribución de alimentos.

La desesperación de los ciudadanos es insostenible y el estallido social es evidente. Josefina Losada, una mujer de avanzada edad, padece dos enfermedades crónicas: diabetes e hipertensión. Ahora su preocupación es doble, pues no consigue las medicinas para controlar la tensión desde hace al menos dos semanas y no puede llevar un régimen nutricional propio de un diabético.

“No puedo darme el lujo de dejar de comer carbohidratos, la carne está muy cara y apenas ingiero proteínas. No puedo comprar edulcorante porque es carísimo”, explicó a La Razón.

Losada vive de una humilde pensión tras trabajar durante años para una institución pública y, pese a sus 69 años, aguanta el tipo durante horas en la fila.

Cuando por fin la atienden, el responsable le dice que para poder suministrarle lo que pide deberá esperar otras cinco o seis horas. Decide buscar en otros lugares y, pese a que camina con dificultad, encuentra el apoyo de su nieto de 16 años, quien la sigue en busca de productos de primera necesidad.

Por su parte, Carolaa Olivares tiene un hijo con autismo. Ella y su esposo viven con sueldo mínimo y con lo poco que ganan tienen que pagar comida, transporte y los servicios básicos.

La crisis económica les ha golpeado fuertemente porque “desde hace tiempo en casa sólo hacemos desayuno y cena, se acabaron las tres comidas diarias”.

“Comemos en la mañana a eso de las diez, luego a las cinco de la tarde cenamos y no ingerimos nada más hasta el día siguiente. Antes comíamos con guarnición, ahora es imposible. Me da pena y siento vergüenza al tener que llevar al trabajo sopa de sardinas o plátano asado”, destacó la joven madre.

Como ella viven miles de venezolanos, a los que no les alcanza el sueldo. Las arepas, empanadas y postres son los más costosos. Marco Gouveia tiene un puesto de arepas y justifica a su manera la carestía de ingredientes básicos como la harina de maíz, el jamón, el queso, o el pollo: “No puedo hacer nada. La verdad es que nadie quiere trabajar a pérdida”, revela.