16 de agosto

16 de agosto
Por:
  • valev-columnista

Que nueve mujeres sean asesinadas todos los días en México es menos importante que los recursos que se utilizarán para reparar un monumento y una estación de Metrobús. Eso han expresado muchos que suponen una apología de la violencia en el apoyo incondicional a la marcha de mujeres del 16 de agosto pasado.

Parecen no empatizar con ellas, aunque las desaparezcan y las maten todos los días en todos los rincones del país. Por si no fuera suficiente, las agrede el ejército y la policía. Dicen: “Así no se marcha, esas mujeres no me representan, son feminazis, han muerto más hombres que mujeres en el país”. La lista de insultos y descalificaciones ha sido grande, empezando por la cobertura mediática, parcial y escandalosa en lo general.

Qué difícil construirnos en la mente una crónica completa de los hechos y narrarlo todo en orden y proporción. Pedirle a las mujeres llenas de rabia y cansadas de tener miedo de que las maten, que protesten tranquilas como si no lo hubieran hecho desde hace más de 20 años en todas las formas posibles, también es una forma de la violencia.

Las mujeres hemos tocado fondo: el miedo omnipresente por la vida de nuestras hijas, amigas, hermanas y la de cualquier mujer que cometa la rebeldía de andar sola por la calle. El horror de ver cómo desaparecen niñas y jóvenes que aparecen días después cortadas en pedazos, en barrancos, en basureros, o en la regadera de un motel asesinada por su pareja, que le cortó la garganta y la dejó desangrándose. ¿Es un exceso exigir justicia y protección?

No más mesas de diálogo entre amigas de la jefa de Gobierno ni programas placebo para decirnos que están trabajando en el asunto. No más palabras y sí acciones radicales. El problema de la violencia contra las mujeres es estructural, profundo, ciego. Es el machismo que repudia y castiga a la mujer que se viste, se relaciona, habla, baila, estudia y trabaja como quiere. Es el rencor hacia mujeres autónomas que sólo piden respeto e igualdad de oportunidades.

Soy la terapeuta por Skype de una paciente que vive fuera de México hace algunos años. Durante la última sesión sólo habló de la marcha y la emoción que sentía al ver las imágenes de la protesta. Esta mujer sufrió abuso sexual en la infancia y vivió una relación de pareja a los 15 años con un hombre que casi la mata. Dijo que contara su historia si servía para que otras mujeres supieran que sanar las vejaciones del pasado es difícil pero posible, porque la vida vale la pena. Hoy es una profesionista con un trabajo retador y gratificante, encontró una pareja que le ha regresado un pedazo de la confianza que había perdido, quiere ser madre, tiene ilusiones presentes y futuras. El movimiento feminista que vio el pasado 16 de agosto la hace pensar que las mujeres estamos menos solas ahora, que visibilizar y nombrar la violencia sirve para generar conciencia y para presionar al Estado para actúe ya. Que fuimos y seguiremos siendo todas y que nadie nos va a detener.