El túnel del tiempo y la Constitución de 1917

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La pretensión de volver al texto original, al espíritu de la Constitución de 1917, es tan reaccionaria como imposible. Está en la agenda, porque Andrés Manuel López Obrador ha señalado que así lo hará, si gana la elección.

Sería una tarea descomunal y requiere de mayorías absolutas; pero vale la pena detenerse en lo que esto significaría.

México cambió, y mucho, en un siglo. A pesar de los enormes desafíos que enfrentamos, estamos en una situación mucho mejor.

En 1910 el país tenía 15 millones de habitantes; 71 por ciento vivía en zonas rurales, 29 por ciento en urbanas y el analfabetismo alcanzaba 72 por ciento. El Producto Interno por habitante rondaba los 3 mil pesos.

Para el 2000, 77 por ciento de la población vive en ciudades, grandes o pequeñas y el analfabetismo es de 9.5 por ciento. El Producto Interno por habitante: 15 mil pesos. (México y el mundo 1917-20017, Instituto Nacional de Estudios de las Revoluciones de México).

El movimiento revolucionario se profundizó por el golpe de Estado de Victoriano Huerta en contra del presidente Francisco I. Madero.

La construcción de instituciones fue un proceso arduo y que si bien tuvo como guía a la propia Constitución, tuvo que variar en el tiempo.

Algunos ejemplos de esto son:

El ejido y su propiedad, ya que se necesitaban de mejores herramientas para propiciar el desarrollo del campo.

Por lo menos a partir de 1977 se han hecho esfuerzos para transitar de un esquema de partido dominante a un régimen de partidos, con elecciones competidas y vigiladas.

Transitamos a una reforma energética que permite la inversión privada y, sobre todo, actualiza y genera oportunidades, dejando atrás el estatismo, que en el caso del petróleo ya no aplica ni en Cuba.

Pero quizá, la principal diferencia entre el texto original de la Constitución de 1917 y el actual sea el que se refiere a los derechos humanos. Antes se garantizaban y ahora se reconocen.

Esto implica, por ejemplo, que contemos con el sistema de protección de derechos más robusto del mundo. ¿Y eso para qué sirve en un momento de alta violencia? Para que las cosas no estén todavía peor.

La ilusión del pasado funciona, y más cuando el debate es poco riguroso. Tiene la virtud, sin embargo, de que genera una narrativa atractiva en la que puede establecer una suerte de cruzada por la vuelta al origen, al viejo Camelot, donde todos éramos felices.

Pero también responde a esquemas ideológicos afianzados en el viejo nacionalismo revolucionario y en su corporativismo. Los tiempos del presidente todopoderoso, quien tenía el futuro del país en sus manos.

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