En 1983 Argentina salió de uno de sus periodos más oscuros y trágicos: la sangrienta dictadura militar que asesinó, desapareció, torturó y aterrorizó a decenas de miles de sus conciudadanos y dio pie a una incipiente democracia que hoy, 40 años después, se enfrenta a uno de sus mayores desafíos, pues a partir de hoy se ha unido de lleno a la oleada global del populismo y la polarización extrema.
“Con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”, fue una de las frases más memorables del discurso con el que el primer presidente después de la dictadura, Raúl Alfonsín, tomó posesión y dio inicio al restablecimiento de los civiles en el poder. En la enorme esperanza depositada en los frutos de un régimen democrático, también quedaron sembradas las semillas de su propia crisis, pues las elecciones limpias no generan en automático a un Estado eficaz.
La esperanza desbordada dio pie rápidamente a una desilusión crónica, pues uno tras otro resultaron electos personajes que, entre su incapacidad y los desafíos propios de un país en crisis económica permanente, mostraron que la democracia es un prerrequisito para una sociedad más justa, más no una varita mágica para que los problemas públicos se resuelvan. De acuerdo con la última medición de Latinobarómetro, 61% de los argentinos no se encuentra satisfecho con la democracia (una cifra igual a la de México). Y no es ninguna casualidad, pues con una inflación que supera 140% y con uno de cada cuatro argentinos en situación de pobreza es muy difícil lanzar vítores de apoyo al sistema.
Paradójicamente, esto ha abierto la puerta a una nueva esperanza, pero basada en los mismos errores fundamentales. El populismo es un instrumento extremadamente potente porque instrumentaliza el hartazgo ante la falta de resultados de los gobiernos democráticos, pero con una respuesta todavía más simple: lo que se necesita para que todo cambie no son elecciones ni instituciones democráticas, sino que el líder populista llegue al poder. “Yo soy el elegido para representar los verdaderos intereses del pueblo y sólo yo puedo resolver todos los problemas del país”, es el discurso que lo mismo hemos escuchado en boca de Trump, que de Bolsonaro, Erdogan y Milei. En su simpleza, así como en la desilusión provocada por un sistema que le ha fallado a millones de personas, vuelve a crear una esperanza, así eso pueda significar lanzarse por el barranco.
Milei se enfrentará a un Gobierno sin mayoría legislativa y sin estructura política propia, por lo que una buena parte de sus promesas chocarán con una realidad que no podrá cambiar mágicamente. Incluso su propuesta más repetida de dolarizar la economía enfrentará grandes dificultades, comenzando porque las reservas internacionales de Argentina son insuficientes para realizar semejante cambio de manera abrupta. Sin embargo, al alejarse de la discusión sobre la importancia de las instituciones y valores democráticos, comenzará una erosión con pronóstico reservado. Argentina enfrenta su crisis de los 40 con un populista dispuesto a dinamitarlo todo. Veremos qué tantas de sus promesas podrá cumplir y qué nacerá de la desilusión cuando las mismas no puedan materializarse.