Primer encuentro. El presidente electo de Estados Unidos habló por primera vez con la Presidenta de México. De esa llamada hay dos narrativas.
Donald Trump posteó en su red social que sostuvo una gran conversación con Claudia Sheinbaum Pardo. Fiel a su estilo —el que avisa no traiciona—, afirmó que en ese diálogo telefónico la mexicana se comprometió a cerrar la frontera a los migrantes y a controlar el trasiego de precursores químicos hacia su país.
Claudia Sheinbaum informó que, en la llamada, ella precisó que las peregrinaciones multinacionales que cruzan México con destino a Estados Unidos ya no arriban a la frontera norte como antes, que ahora se atienden —lo que sea que eso significa— aquí.
La unidad cuatroteísta cruje
Y la Presidenta le dijo algo más. Que el tema del consumo de fentanilo y otras drogas sintéticas está allá, no acá. Para evitar la literalidad y la paja detractora, hay que decir que Sheinbaum nunca ha negado el problema de las adicciones aquí, lo sustantivo en el contexto de la relación México-Estados Unidos, es la proporción y el volumen.
Claro que en nuestro territorio se consume fentanilo. Hay registros de decesos por sobredosis, así como por la violencia criminal que su contrabando implica. Lo que sucede en el vecino del norte es otra cosa.
Por factores múltiples, los hábitos de dependencia farmacológica allá son mayores. Por capacidad económica per cápita, el acceso a drogas duras y blandas también es más denso arriba del río Bravo. No en vano son el mercado más grande de consumidores.
Aclarado lo anterior, volvamos a las dos narrativas que una sola llamada tuvo.
Que el electo Donald Trump presuma que sometió al Gobierno de México o cualquier otro en un santiamén, está en su ADN. En su libro publicado en 2021, Our journey together, el magnate contó que, al entonces canciller, Marcelo Ebrard, lo había sometido en cinco minutos, obligando a México a poner a miles de soldados en las fronteras.
Y en reiteradas apariciones ante la prensa, cuando despachaba en la Casa Blanca, Trump se refería al expresidente López Obrador como “un buen amigo”, uno que hacía un gran trabajo desplegando a su Ejército para impedir la llegada de los indeseables al sueño americano.
El fenómeno de la movilidad social es un revulsivo global. Las dinámicas poblacionales y económicas producen éxodos por diversos motivos, salvar la vida, se ha convertido en el principal.
Por eso, la Presidenta mexicana ha reiterado que no habrá cierre de fronteras, que no será eso lo que alivie las tensiones humanitarias que afectan a ambas naciones.
Lo más destacado de las dos crónicas, la de Trump y la de Palacio Nacional, fue que hablaron del consumo de drogas, y que quien ocupará de nuevo la Oficina Oval, a partir del próximo 20 de enero, escuchó y asumió.
Reconocer el problema, aunque pretenda fanfarronear con el mismo espejismo de su primer mandato, es lo sustantivo.