Quizá ninguna generación en la historia de la humanidad ha vivido tantos cambios y tan profundos como la mía. Los que ahora tenemos más de sesenta años nacimos en un mundo tan diferente al actual que parece que entre éste y aquél no median unas cuantas décadas, sino siglos o incluso milenios.
En su libro más reciente No soy un robot, Juan Villoro ofrece un testimonio sobrecogedor de lo que ha significado para los miembros de nuestra generación ese tránsito que hemos vivido de un mundo a otro. Su argumento es cultural, social, pero, sobre todo, existencial. “Somos los primitivos de una nueva era”, afirma Villoro. Tenemos que usar analogías con realidades del pasado para referirnos al presente. Por eso hablamos de la “nube” del internet o del “escritorio” de las computadoras. En la primera parte de su libro, como si fuera el cronista de un territorio recién descubierto, Villoro hace un recorrido por esa realidad a la que hemos sido arrojados sin advertencia: la de los teléfonos celulares, la inteligencia artificial, las redes sociales, el comercio electrónico, la identificación facial, los hikikomoris, los drones, las selfies. El recuento que hace el autor es impresionante, no sólo por la cantidad de información que nos ofrece, sino porque pone los puntos sobre las íes de esas nuevas realidades que no sólo nos asombran, sino nos inquietan. ¿Cómo distinguir lo humano en medio de esos fenómenos que nos desbordan? ¿Cómo afirmar que seguimos siendo humanos y que no nos hemos convertido en algo semejante a un robot? La pregunta no es retórica. Cuando entramos a un sitio web a veces se nos pide que hagamos clic sobre un cuadrito que lleva al lado la declaración de “No soy un robot”. Todos hacemos ese juramento sin detenernos a pensar en sus pasmosos presupuestos y en sus inquietantes repercusiones.
En la segunda parte de su libro, Villoro aborda la problemática desde la perspectiva de la práctica de la lectura. ¿Qué significa leer en los tiempos actuales? ¿Qué significa ser un lector? Lo que nos ofrece Villoro en esas páginas brillantes es una manera de repensar lo humano en los tiempos que corren a partir de nuestra condición única de seres-que-leen. Diríase que loque se propone Villoro en la segunda parte de su libro es un estudio fenomenológico sobre la lectura entendida como una categoría existencial de lo humano. Pues bien, los lectores que más interesan a Villoro son los lectores de libros, en especial, de libros de literatura. Y cuando habla de los libros no habla de los libros electrónicos que se consultan en pantallas luminosas, sino de los libros impresos en tinta sobre papel. Ese tipo de libros, que adquirió su forma entre los siglos XII y XIII, antes incluso de la invención de la imprenta en el siglo XVI, generó una manera de leer que corresponde a una manera de ser. El elogio de la lectura que hace Villoro en su libro es, por lo mismo, un elogio de esa manera de ser que ahora está en riesgo, no sólo por las imágenes en movimiento, sino por otro tipo de lectura, de otro tipo de objetos, de otro tipo de obras. Como se sabe, leer libros requiere de una concentración prolongada y de una paciencia que cada vez resulta más escasa. No se ha dejado de leer, pero ahora se lee de otra manera: a medias, a brincos, apresuradamente, por lapsos muy breves. La civilización fundada en la lectura de los libros en papel fomentó ciertas virtudes que ahora están en decadencia: el criterio individual, la capacidad de elección, el sentido de lo importante. Es así que los cambios en nuestra manera de leer afectan nuestra vida individual y colectiva. Donde antes imperaba el juicio ahora impera el algoritmo. No debe extrañarnos, por lo tanto, la expansión global del populismo.
Villoro señala que las computadoras escriben cada vez mejor, pero que no leen como nosotros, es decir, no lo hacen dentro del espacio de las interpretaciones. Ese espacio intangible es enorme porque cada lectura es una interpretación y cada interpretación es un tema de conversación. Leer un libro es abrirse a las interpretaciones, prestarse al diálogo. Como nos hace ver Villoro en su admirable ensayo, en la lectura florece lo humano.