Durante muchos años el PRI gobernó sin interrupciones todos los estados del país. Era el partido en el poder que controlaba todo: el Congreso de la Unión, el Senado, gubernaturas, alcaldías, congresos locales; tenía todo y todo era de él. En 1989, todo ese exceso de poder lo llevó al exceso de confianza, ese exceso de confianza le hizo creer que todo seguiría así.
Pero desde el centro se decidió imponer como candidata a Margarita Ortega Villa, una figura cercana al régimen, pero sin arraigo ni respaldo popular en el estado. La decisión causó molestias, tanto dentro del PRI local como entre el pueblo, que se sintieron ofendidos por la falta de representatividad y la centralización de las decisiones.
Mientras tanto, el PAN postuló a Ernesto Ruffo Appel, un empresario de nacimiento estadounidense, pero con arraigo en Ensenada, ciudad que gobernaba y que pidió licencia al cargo para contender por la gubernatura. Ruffo conquistó a los bajacalifornianos con un discurso antisistema, localista y profundamente identificado con el sentir del pueblo. Su campaña apeló al hartazgo y encontró eco entre la gran mayoría que estaba cansada de ver cómo desde el centro se decidía todo.

Coscorrón a desbocados de Morena
El resultado: por primera vez en la historia del PRI se perdió una gubernatura. El triunfo de Ruffo en Baja California marcó el principio del fin del invencible partidazo y con ello se abrió una grieta en la hegemonía del partido que parecía invencible.
Morena y su exceso de poder, de confianza y de soberbia ha concentrado las decisiones de su partido —aunque simulen usando encuestas— escogiendo perfiles que no son idóneos para competir. En Veracruz, por ejemplo, se dio el lujo de desdeñar a candidatos que molestos y resentidos encontraron cobijo en los partidos “aliados”, como el PT y el PVEM, por cierto, los que al final ganaron bajo esas siglas. En Durango, el caso más significativo y sonado es el de José Ramón Enríquez, un personaje cuestionado y que nunca tuvo el respaldo de las bases de su partido. El resultado fue una estrepitosa derrota, una que lo mandó al tercer lugar de la elección y, con ello, demostró que no importa que quien se encuentre atrás operando y tomando las decisiones tenga el nombre y apellido del expresidente más popular de la historia moderna de México.
El pueblo no perdona la soberbia. En las elecciones locales de Veracruz y Durango, Morena se comportó como el PRI de 1989: impuso candidatos, ignoró las señales y menospreció a sus propias bases. Hoy, como entonces, la factura ha llegado. Con el proceso electoral de 2027 en el horizonte, Morena haría bien en saber que quien traiciona al pueblo que dice defender, abre una grieta y la grieta se vuelve brecha, y la brecha se convierte en abismo.
Reenviado. “El que se convierte en príncipe por el favor del pueblo debe conservar su amistad…”
- Nicolás Maquiavelo (1469-1527)
