El agua, la moral y la democracia

El agua, la moral y la democracia
Por:
  • guillermoh-columnista

Este fin de semana se suspendió el sistema de abasto de agua de la Ciudad de México. Las reparaciones que requería el sistema hídrico exigían un corte total que no se había podido realizar antes.

Con mucha anticipación se anunció la medida extrema. La gente se preparó de diversas maneras: compró tinacos, baldes y cubetas para almacenar el líquido; se organizó en su casa para reducir el consumo al mínimo, e incluso aprendió a satisfacer sus necesidades personales con menos agua de la que normalmente usa. La necesidad es la madre de las invenciones y, como siempre sucede en México, la gente encontró fórmulas creativas e ingeniosas para resolver el problema.

Los capitalinos hemos descubierto que podemos vivir con menos agua de la que normalmente gastamos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Seguir dilapidándola como antes o cambiar nuestros hábitos para siempre?

Las preguntas, en este caso, son acerca del agua, pero a lo largo de nuestra vida nos enfrentamos con este tipo de interrogantes.¿Qué es lo correcto? ¿Seguir haciendo lo mismo o cambiar de proceder? Estas cuestiones tienen una ineludible dimensión moral. Lo que se nos plantea ahora es la necesidad de una moral del agua, moral que quizá partiría de la interpretación más literal del mandamiento: “Agua que no has de beber, déjala correr”.

No se trata sólo de ahorrar agua de manera individual, sino de participar en la organización colectiva para tal efecto. Por ejemplo, los vecinos de un edificio pueden ponerse de acuerdo para cortar el suministro a ciertas horas de la noche para evitar el desperdicio. O pueden instalar un sistema de recolección de agua de lluvia en su azotea para usarla en la limpieza de áreas comunes.

Como siempre sucede en este tipo de situaciones, habrá quienes se resistan a colaborar con los demás en una buena causa. Recuerdo que en alguna ocasión increpé a un vecino que dejaba la manguera abierta y él me contestó muy ofendido: “No se meta en lo que no le importa. Es mi agua, yo la pago”. Una nueva actitud ante el agua no sólo puede ser moral, sino que debe ser, además, democrática. Vivir en una comunidad nos obliga a tomar decisiones colectivas acerca de cómo usar el agua. Una democracia del agua debe estar fundada en la norma suprema de la moral del agua, pero también debe tomar en cuenta otros principios sociales. ¿Cómo repartir de manera justa el agua disponible? ¿Quiénes deben tener preferencia?

Uno de los recursos estilísticos para reemplazar la palabra “agua” por un sinónimo es utilizar la frase “el vital líquido”. Esa fórmula lingüística nos parece ahora anticuada, pero enuncia una verdad que no podemos olvidar jamás. Cuidar el agua es cuidar la vida: la nuestra, la de los demás, la de todo el planeta.