La informalidad presidencial no ayuda

La informalidad presidencial no ayuda
Por:
  • Carlos Urdiales 1

La tregua se acabó. Zopilotes llamó el Presidente a periodistas que cuestionan a autoridades sobre el número de fatalidades que proyectan durante la pandemia. Despropósito afirmar que la emergencia sanitaria nacional nos cae “como anillo al dedo” porque reafirma a la cuarta transformación. Fustiga la renta ajena y presume la propia.

A nadie fortalece el colapso de sistemas de salud mejor preparados que el nuestro —Italia, Francia, España— ni el golpe a economías más robustas que la mexicana —Estados Unidos y todas las anteriores— que registran ya tasas de desempleo históricas e histéricas.

El “como anillo al dedo” del Presidente evidencia una vez más cómo los gestos informales de AMLO vulneran la formalidad que se demanda de un Gobierno. La costumbre de ser opositor forjó a un líder cuyo pecho no es bodega ni su mente, contenedor.

La investidura presidencial no ha impedido —y debería— a López Obrador ser espontáneo o auténtico como él se define. Su papel institucional lo circunscribe a formalidades que, por mucho que le choquen, debe guardar por la salud política y económica de su mandato.

Por ejemplo, cuando dijo que no conocía los precriterios que la Secretaría de Hacienda —a nombre de su Gobierno— envió al Congreso sobre el límite del plazo legal para hacerlo, pero que no coincidía con la perspectiva del equipo de Arturo Herrera, el Presidente devaluó a su ministro a grado tal que su potencial renuncia inunda planas y redes.

La frecuencia con la que el Presidente asume sus actitudes, como la denostación diaria a quienes no comulgan con su doctrina, la justificación para saludar de mano a la madre de uno de los mayores criminales de nuestra historia por “humano”, su inaudita resistencia para acatar protocolos de sanidad pública, la franqueza de sus convicciones personales sobre fortalezas espirituales, étnicas y culturales para soportar las actuales crisis mundiales de salud y económica, lastiman no sólo la investidura sino a la nación entera.

Sus dichos, silencios, muecas y gestos se interpretan como los de nadie más y repercuten en la confianza del pueblo. Y de los empresarios. Y de las calificadoras. Y en el costo de los créditos. Y en las finanzas del país.

Hoy Andrés Manuel López Obrador no puede hacer lo que siente, cree, imagina o piensa con la libertad de antes de encabezar al Gobierno federal; si eso lo obliga a reconvertir su pecho o su mente debe hacerlo por el bien de todos, los pobres incluidos y por delante. Está obligado a ser prudente y calculador cuando de asuntos públicos —todos— se refiera.

Por eso su “como anillo al dedo” distrae. El golpe que viene para el sector salud por la demanda extraordinaria de servicios que puede —ojalá achatemos la temible curva en las gráficas al extremo— darse no le viene bien al Gobierno de la 4T para consolidar nada. Al contrario, la presión social ante la enfermedad y la debacle económica ponen contra las cuerdas un proyecto transformador de muchas cualidades y beneficios. No capitán, la tormenta no nos cae “como anillo al dedo”.

Es de Perogrullo afirmar que de esta saldremos adelante. Como mexicanos y como humanidad es obvio que iremos por mejores momentos; las historias local y universal dan fe de que efectivamente nos repondremos. No hay otra, el tema es a qué costo y tras cuánto daño estructural. Y cuanto menos, mejor.

El domingo el Presidente tiene la obligación y la oportunidad de anunciar acciones concretas, formales, llenas de técnica económica y financiera que rescaten a quienes generan empleos y riqueza —con acento en los informales— para que este año no sea una debacle general.

Así como en materia de salud cede los trastes a los científicos, AMLO está obligado a ser serio en lo económico. Para nada viene al caso invocar el Fobaproa de los 90, las frases que pretenden revelar conceptos ideológicos no son bienvenidas ahora. Los fifís y el pueblo dependen por igual de la salud económica del país para que los más vulnerables accedan a un desarrollo negado por décadas so pretexto de circunstancias globales o de caprichos locales. Toca asumir la investidura, no sólo cuidarla —a veces—.