Armando Chaguaceda

El despotismo y los silencios

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando ChaguacedaLa Razón de México
Por:

En el país donde me tocó nacer, a donde muchos viajan a disfrutar hermosas playas y ciudades coloniales, el gobierno se ha ensañado obsesivamente contra un grupo de ciudadanos. A algunas de esas personas las conozco hace veinte años: son poetas, escritores, raperos, activistas de barrio. Gente noble y humilde, como cualquier luchador social en cualquier parte del mundo. Pero como pasa en la “Cuba revolucionaria”, y no en el Brasil de Bolsonaro o la Colombia de Duque, algunas luminarias progresistas hacen una mueca de desagrado, miran al lado y callan. Cuando no intentan justificar el salvajismo.

Durante el fin de semana, decenas de jóvenes activistas han sufrido represión en La Habana. Son apenas la punta del iceberg de una razia masificada y sistemática. Esa que como una hidra voraz se ceba sobre los más desamparados -en un pueblo todo desamparado y humilde- bajo la actual pandemia. Porque son notorios los reportes de restricciones a la libertad de expresión, información, movimiento y actividad económica, dentro de la respuesta oficial al Covid-19.

Según el Índice CIVICUS (Monitor de la vigencia de las libertades de asociación, expresión y reunión pacífica, 2019), el espacio cívico cubano califica como “cerrado”: el peor del continente. Para Freedom House (2019), el país tiene la menor libertad de Internet de las Américas y la cuarta peor a nivel mundial. El Relator Especial sobre la libertad de opinión y de expresión de Naciones Unidas y la Relatoría de Libertad de Expresión del Sistema Interamericano denunciaron este año la persecución sistemática a periodistas independientes. Cuando esas mismas organizaciones señalan las flagrantes violaciones a derechos humanos cometidas por gobiernos neoliberales -incluidos las administraciones de Fox, Calderón y Peña Nieto- sus denuncias las consideramos válidas. Razón, pues, para hacerlo también ahora en casos como el cubano. Si somos, claro está, coherentes por encima de ideologías y utopías.

Los perseguidos en Cuba no son “gente que se lo buscó” o, como repite la propaganda estatal cubana, “mercenarios del Imperio”. Los reprimen, como en otras partes del mundo, por exigir derechos a un régimen abusivo. No sólo los activistas políticos pueblan las atestadas cárceles de uno de los países con más población penal per cápita del mundo. En una Cuba de bajos salarios y desabasto crónico, sobrevivir diariamente supone comprar casi todo en el mercado negro, lo que basta para tener causa pendiente con el sistema. El Código Penal vigente contempla la peligrosidad social predelictiva, por la que pueden apresarte sin causa abierta. Una versión caribeña de Minority report y Presunto culpable.

El Estado cubano está vulnerando ya altos estándares internacionales de derechos humanos, sino incluso su precaria legislación en materia de procesos y garantías judiciales. Quienes buscan relativizar el despotismo porque “allá la gente no protesta” ignoran u ocultan la naturaleza de un régimen que controla a la población a niveles orwelianos. Incluida la represión dentro de la familia, el chantaje a los emigrados, la ruptura forzada de tus vínculos afectivos y laborales. La condena a ser un paria, un preso o un muerto civil o real.

Esa mezcla de coacción, adoctrinamiento y despolitización resultante explica también el conservadurismo de parte de la comunidad cubana en EU. Se trata de gente pobre, nacida en la “Cuba socialista”. Sus valores, dolores, rencores y temores son hijos del sistema que les arrojó a escapar. El trumpismo fanático de un segmento del exilio cubano, al que he adversado públicamente, es también un daño colateral del castrismo. Como lo son la idea y futuro maltrechos de una izquierda democrática. Necesaria para las causas de justicia que deben ser defendidas. En la Cuba actual y en la que, pese al despotismo y los silencios, vendrá.