¿Política plebeya?

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando ChaguacedaLa Razón de México
Por:

Se ha puesto de moda, en cierto segmento de la academia y política regionales, invocar un viejo término latino: lo plebeyo. Aludiendo sociológicamente a grupos desfavorecidos por la agenda neoliberal o a la experimentación política democrática, la condición plebeya ocupa hoy cientos de páginas impresas y foros online. El capitalismo globalizado y los populismos de derecha son blanco predilecto de esta invocación. Pero también se le usa para fusilar, sin distingos, todo el andamiaje y legado de la democracia liberal.

Aceptemos que los gobiernos representativos sufren procesos de corrupción, derivados del funcionamiento del modelo. Que hay oligarquización del poder, con minorías que abusan de las reglas del juego para perpetuar sus privilegios en el sistema capitalista. Todo ello dentro de un respeto formal por el estado de derecho. Pero aun con semejante degradación, la experiencia indica que éstas resultan más contrarrestables dentro de las repúblicas liberales de masas que en las alternativas ensayadas en su contra.

Lo plebeyo ha sido, en Latinoamérica, ropaje retórico del populismo iliberal. Los liderazgos, movimientos y partidos populistas, portadores de una narrativa de empoderamiento plebeyo han derivado en claros procesos de desdemocratización. Las decisiones tomadas por sus liderazgos han precipitado el deterioro institucional (Bolivia, Ecuador, Venezuela, en varios momentos), conflictividad política (Bolivia 2019) o quiebre de la democracia (Venezuela pos 2015). Lo plebeyo retórico ha sido suplantado, mediante una degradación del populismo, por lo despótico concreto.

La mirada plebeya cuestiona la democracia liberal por ignorar lo social. A veces es así, pero no siempre. Comparemos la situación de los trabajadores venezolanos durante la madurez de la democracia puntofijista y en el clímax madurista del chavismo. Contrastemos los derechos de todo tipo -sociales, civiles, políticos y económicos- que pueden gozar y, más claramente, reivindicar, los subalternos de Costa Rica y Cuba. ¿Dónde hay más ingresos, más derecho a huelga, menos represión patronal y mejores prestaciones?

La propuesta plebeya esgrime una supuesta superioridad participativa y refundacional frente a las osificadas democracias liberales. Evaluemos el decurso de las protestas ciudadanas de los últimos años contra las élites de Chile y Nicaragua. En el primero, la movilización fue canalizada, vía deliberación parlamentaria y ejercicio de la democracia directa, a una refundación constitucional. En la segunda se aplastó toda posibilidad de ejercicio cívico y resolución democrática del conflicto. Y donde las oligarquías y cacicazgos conservadores atentan contra lo popular -en Brasil y Colombia- los activistas y organismos de derechos humanos usan el marco demoliberal para sostener su resistencia.

Salgamos del continente. Tomemos la situación de los plebeyos de la India y China, dos naciones gigantescas sacudidas por miles de acciones de protesta popular. Sólo la existencia en la primera de un régimen democrático liberal permite que las reivindicaciones particulares -por vivienda, servicios y corrupción- se transformen en candidaturas, programas y partidos políticos que disputan el poder. Mientras en la China de leninismo de mercado, sólo es posible negociar con el todopoderoso Partido Comunista mejoras parciales. Que no empoderan políticamente a la ciudadanía.

Desde el advenimiento del voto universal y los movimientos sociales contemporáneos, lo plebeyo se encuentra incorporado -de modo imperfecto pero real- en el seno de las repúblicas liberales de masas. La ventaja de disponer de un régimen poliárquico - contentivo de instituciones y derechos para el ejercicio de la política popular, institucionalizada y de calle- resulta decisiva para los subalternos del mundo. Aunque las modas intelectuales, de progres clasemedieros, nos impidan darnos cuenta.