Armando Chaguaceda

Zeitgeist

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda
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La polarización y pobreza del debate van in crescendo en las sociedades del área cultural que denominamos Occidente. Los tradicionales clivajes de coyunturas electorales sufren el impacto del cambio de época y paradigmas. Pero ciudadanos, opinadores e incluso académicos acuden a etiquetas ajadas para calificar al actor, sea gobierno u oposición, de su desagrado.

Se confunde cada mañana lo normativo con lo analítico: escuchamos simplismos como “este gobierno no es verdaderamente de izquierda” o “la oposición es conservadora”. Abundan reducciones sustentadas en criterios unidimensionales —políticos, ideológicos o culturales— que caricaturizan al objeto de mi desafección. La política realmente existente, sin embargo, es más compleja que los binarismos. Más bien, habita en cuadrantes donde se intersectan diferentes ejes, donde se combinan diversas variables. Exploremos sus dimensiones.

La polaridad política atiende los principios organizativos del poder, contraponiendo democracia y autocracia. La democracia es un tipo de régimen —y sociedad— que abriga un poder distribuido entre instituciones, abierto a la competencia de grupos y agendas. La autocracia remite a un poder concentrado, donde un polo —persona o élite— monopoliza prerrogativas e impone la agenda a los subalternos. Los grados de concentración o dispersión de esos poderes configuran regímenes que abarcan el totalitarismo, en su extremo autocrático, y la república liberal de masas, como culmen democrático. En el medio, proliferan formas híbridas, que combinan el Poder del Uno con la Participación de los Muchos.

La polaridad ideológica alude a nociones redistributivas, diferenciando izquierda y derecha. La izquierda tiende a combatir la pobreza y desigualdad socioeconómicas, confiando al Estado un rol regulador y redistributivo. La derecha concibe a la iniciativa privada, realizada en el Mercado, como motor para la producción y acumulación de riquezas. Hija de la Modernidad, la contraposición izquierda y derecha asumió en el siglo XX modalidades extremas: economías centralmente planificadas versus economías capitalistas. Hoy la disputa se reduce a elegir entre tipos de capitalismos —liberal tecnocrático vs. estatal autoritario— diversamente regulados.

La polaridad cultural diferencia posturas valorativas, conservadoras y progresistas. El polo conservador considera naturales —y constitutivas de un orden estabilizador— las jerarquías entre naciones, clases, razas, géneros, religiones y culturas. El progresista concibe la necesidad de reconocer y empoderar a sujetos considerados oprimidos, emergentes o minoritarios por el poder establecido. A medio camino entre los impulsos reaccionarios o revolucionarios, las posturas liberales acomodan agendas reformistas varias.

Conviene evitar, en ciencias sociales, los recetarios magros en ingredientes. Lo político (institucional), lo ideológico (redistributivo) y lo cultural (axiológico) se combinan en formas diversas en nuestro mundo. Hay tiranos representativos de una izquierda conservadora y autoritaria, en las antípodas de lideresas izquierdistas, progresistas y democráticas. Nicolás Maduro frente a Jacinda Ardern. También existen formaciones de derecha liberal y democrática —como la República en Marcha de Emmanuel Macron— distantes de aquellas derechas conservadoras y autoritarias representadas por grupos como Rusia Unida de Vladimir Putin.

El zeitgeist antiliberal avanza globalmente. Atraviesa territorios, poblaciones e ideologías. Es frente a aquel —ante su antipluralismo masificado y viral— donde deberíamos esforzarnos por diagnosticar las amenazas que se ciernen sobre nuestra convivencia civilizada. Bajo las configuraciones propias de cada país. Y corregirlas a tiempo, si es que lo conseguimos.