Arturo Vieyra

Los límites del pesimismo

BRÚJULA ECONÓMICA

Arturo Vieyra*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Vieyra
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En la más reciente encuesta de expectativas de Citibanamex el consenso de analistas puso un freno al descenso continuo de su pronóstico de crecimiento económico para este año fijándolo en 2.0%, después de haber caído desde 2.8% desde principios de año.

Hay bases objetivas que sustentan el mayor pesimismo entre los analistas, pero también considero que, a la luz de indicadores recientes y de la actual coyuntura, no es despreciable la posibilidad de que se esté sobreestimando el desencanto.

La incertidumbre actual es considerable, lo que se observa en la importante dispersión que hay entre los pronosticadores: hay cálculos del crecimiento hasta 2.6% mientras que los más pesimistas lo ubican ligeramente arriba del 1.0%.

Factores internos y externos han ensombrecido el panorama económico de México y el mundo. El primero de ellos se refiere a la pérdida de dinamismo económico sufrida al final del año pasado que mermó las expectativas de crecimiento para el 2022. Cifras de demanda agregada para el cuarto trimestre del año pasado confirmaron el estancamiento productivo de la economía en el cuarto trimestre. Este mal desempeño fue promovido por una caída trimestral de la inversión —pública y privada— y del consumo público que anularon el repunte de las exportaciones y del consumo de las familias. Asimismo, la incertidumbre en torno a la cuarta ola del Covid cuya rapidez y fuerte expansión del contagio pusieron en entredicho la recuperación productiva esperada para principios de este año.

Un factor de vital importancia que ensombrece la perspectiva es el reciente conflicto Rusia-Ucrania que ha venido afectando las expectativas de crecimiento mundial, particularmente de Estados Unidos y de Europa debido al impacto de los altos precios internacionales del petróleo y de los alimentos.

Finalmente, y no menos importante, es la vorágine inflacionaria que recorre el mundo, que conlleva a sendas políticas de restricción monetaria y, por tanto, a un freno en el crecimiento económico global en el mediano plazo.

Como se aprecia, no son despreciables las razones para suponer que el crecimiento sería menor que el pensado a principios del año. Sin embargo, habría que poner en relieve algunos hechos importantes que podrían matizar el pesimismo.

Destaco en primer lugar el fuerte crecimiento de las remesas nacionales, que en enero avanzaron a una tasa de 19.6% anual y para febrero podría esperarse un dinamismo similar. Si bien es correcto suponer que este importante flujo de remesas se va a desacelerar en los próximos meses, no es descabellado que promedien al menos 10% en el año, con lo que, por sí solas las remesas contribuirían al avance del PIB con medio punto porcentual. Asimismo, a pesar de la mayor inflación, hemos visto repuntes firmes en indicadores de empleo y consumo como las ventas ANTAD y del Inegi.

Una promoción adicional al crecimiento podría venir de los mayores precios del petróleo que, si bien una parte de estos excedentes se gastarían en subsidios a fin de mantener el precio de los energéticos, cálculos propios apuntan a que existen posibilidades de que parte de estos excedentes podrían —si los gasta el Gobierno— incentivar el crecimiento en otro medio punto del PIB. Finalmente, y quizá el elemento más importante, es la reactivación de la industria automotriz, cuya producción actualmente estancada, podría reactivarse hacia la segunda mitad de este año.

Por tanto, considero que el pronóstico de 2.0% para este año tiene un carácter precautorio y razonable; no obstante, las posibilidades de superarlo no son despreciables, esperemos que sea cierto.