Bernardo Bolaños

Nuestra cabezota y los otros animales

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
Bernardo Bolaños
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Me abruman a veces tantas relaciones laborales, familiares, políticas, incluso de libre amistad, multiplicadas por chats y redes sociales. Lo propio de nosotros, primates superiores, es un cerebro grande que ha evolucionado porque han crecido nuestras poblaciones. Entre Lucy, nuestra tatarabuela Australopithecus, y los primeros Homo Sapiens, lo que más cambió fue el tamaño de sus respectivas hordas y el de sus respectivos cerebros. Somos el mono de la multitud con su correspondiente cabezota.

Insomne, abro los ojos hoy de madrugada, pensando en los varios conocidos que las recientes elecciones han dejado en duelo, porque apostaron sus ideas, tiempo y dinero. Candidatos que se la jugaron con un partido y por un proyecto; que perdieron y que ahora deben recomenzar. La política es una actividad humana extremadamente compleja.

Mi insomnio pasa revista, después, a mi familia extendida y sus problemas. No pocas de nuestras tensiones vienen, como entre los chimpancés, de la aceptación de pirámides “naturales”: ¿tenemos un hermano alfa, una tía alfa, etcétera? Luego pienso en mi trabajo: el reparto de cargas, las alianzas con los afines, la renovación de puestos. Uff, es difícil ser un ser humano; ni con la supercomputadora que cargamos sobre los hombros podemos calcular siempre las soluciones sociales correctas.

Pero esta madrugada, en mi insomnio, suena el canto de una primera ave cantora. Su silbido es claro y complejo. Desde el árbol llama a otras o marca su territorio, no sé. Más tarde se suma un bullicio enorme de graznidos y piopíos que anuncian el amanecer.

Anoche, antes de irme a dormir, regué las plantas con el agua cosechada de la lluvia en una simple cubeta. Y sentí orgullo por ver al puñado de caracoles que ha crecido en mi humilde huerto urbano. Huerto urbano es mucho decir: entre mis macetas. Es una satisfacción, para alguien que aspira a ser ecologista, presenciar las hazañas de la naturaleza. Entre la lavadora de ropa y el tendedero, patinando sobre el techo impermeabilizado del edificio de departamentos, los caracoles se pasean. No digo “mis caracoles”, no los compré, ni los traje. Ellos vinieron a habitar este pedacito de tierra y plantas.

Pero es muy difícil ser un caracol en el Antropoceno. Cuando algún vecino sube a su cuarto de lavado puede aplastar a los caracoles patinadores. Si yo colocara un letrero que dijera “¡Cuidado con los caracoles!”, es probable que algún vecino exigiría expulsarlos, llamándolos plaga o asociándolos con una supuesta humedad del techo. Ser animal no humano es vivir bajo amenaza permanente de ser desterrado o aniquilado.

Escrita hasta aquí mi columna, descubro en Netflix la serie Sweet Tooth. No es la propaganda de un grupo animalista, sino una obra artística. Viene de un cómic exitoso, es decir, de la cultura popular (que se conecta con el imaginario colectivo). Trata de una pandemia y de higienismo histérico, de ecologistas radicales y de personas no violentas conectadas con el mundo animal. Sí la recomiendo.