Góngora, Quignard y Carter

En estos días discurro por los libros que me han marcado durante buena parte de mi vida. Sigo la ruta de Odiseo. Releo imágenes de Garcilaso de la Vega (“¡Oh dulces prendas por mi mal halladas, / dulces y alegres cuando Dios quería, / Juntas estáis en la memoria mía / y con ella en mi muerte conjuradas!”), Fray Luis, San Juan de la Cruz (“En una noche oscura / con ansias de amores inflamada”), Lope de Vega, Quevedo (“soy un fue y un será y un es cansado”)... / Camino por la ruta de Cervantes. Llego a Lorca. Vallejo, Neruda, Gonzalo Rojas. Entro a los adagios de Juarroz. En estos plazos me unto del amor de Bach, Vivaldi, Haydn y Mozart. En estas estaciones de oscuros resplandores: en esta perplejidad que parece interminable leo y escucho música.

Tres autores me acompañan en este noviembre otoñal de tímido sol y aroma teñida de pérdidas: el poeta español Luis de Góngora, la narradora británica Angela Carter y el ensayista francés Pascal Quignard. Poesía, del primero; Quemar las naves. Los Cuentos completos, de la escritora inglesa; y Pequeños tratados del prosista galo. Sonetos morales, letrillas, romances y fábulas de uno de los más grandes representantes del barroco español. / Reyes, gatos, hombres lobos, barcos fantasmas, hadas, pabellones, tigres, Alicia, gabinetes y cenicientas, de la irreverente, barroca y fascinante fabuladora inglesa. / Argumentos, contradicciones, aporías, vestigios, axiomas, leyendas, retornos, círculos, soflamas, agonías, señuelos y lloviznas, del provocativo autor de Las sombras errantes.

Gongorinas. “¡Oh niebla del estado más sereno, / Furia infernal, serpiente mal nacida! / ¡Oh ponzoñosa víbora escondida / de verde prado en oloroso seno!” (De A lo celos). “Rey de los otros, río caudaloso, / que en fama claro, en ondas cristalino, / tosca guirnalda de robusto pino/ ciñe tu frente, tu cabello undoso” (De Al río Guadalquivir). “De pura honestidad templo sagrado, / cuyo bello cimiento y gentil muro / de blanco nácar y alabastro duro / fue por divina mano fabricado; / pequeña puerta de coral preciado, / claras lumbreras de mirar seguro, / que a la esmeralda fina el verde puro/ habéis para viriles usurpado; / soberbio techo, cuyas cimbrias de oro / al claro sol, en cuanto en torno gira, / ornan de luz, coronan de belleza; / ídolo bello, a quien humilde adoro, /oye piadoso al que por ti suspira, / tus himnos canta, y tus virtudes reza” (Descripción de las partes de una dama).

Carterianas. “Todos los artistas, dicen, están un poco locos. Esta locura es, hasta cierto punto, un mito de creación propio ideado para mantener a la multitud al margen de la extraordinariamente unida comunidad creativa” (De El hombre que amaba a un contrabajo). “Los pétalos de una rosa roja en un cuenco de plata cayeron sobre la mesa de caoba —baja, redonda, color sangre— con un ruido extenuado, suave, leve como el pelo de una paloma” (De Una señora muy señoreadas y su hijo en casa). “Entonces oí cantar a una muchacha. Su voz trazó una trayectoria de sonido mucho más ornamentada que la del mirlo, que dejó de trinar al punto, pues no era capaz de competir con la sinuosidad ricamente carmesí de una voz que atravesaba los sentidos del oyente como una flecha en un sueño” / (De Reflejos).

Quignardianas. “Todas las mañana del mundo carecen de retorno” * “El pasado es una ‘parte de nuestra vida que está como consagrada’” * “Era como un pez que muere. Se podían acariciar las pocas escamas blancas de su piel” * “La amistad —más o menos como el odio— es una imantación irresistible que atrae hacia lo que se ignora” * “Una lengua es un sacrificio que cada uno cumple al nacer. Víctima que crece con” * ¡Qué lepra la de nuestros rostros!” * “Estoy casi convencido de que la lengua, a través de quien escribe, no desea escribirse”.

Tres escritores: tres cadencias: tres noches: tres avideces. Sílabas que me acechan en estas frecuencias de vacilación cifrada como un perturbado deseo que emigra.