Carlos Olivares Baró

La música de Joaquín Gutiérrez Heras

LAS CLAVES

Carlos Olivares Baró
Carlos Olivares Baró
Por:

Quiero compartir con los tres o cuatro lectores de esta columna, el universo sonoro de uno de los fundadores del grupo Nueva Música de México. Las tonalidades/atonalidades, señas minimalistas, goce y reposos oscilantes de Joaquín Gutiérrez Heras (1927-2012) me acompañaron durante toda la semana, entre los amagos de lluvia y la perplejidad que todavía persiste en las derivaciones de esta pandemia.

Arquitecto de profesión, que abordó la música de manera autodidacta, ingresa en el Conservatorio Nacional de Música en 1950 para ser alumno de Blas Galindo y años después, estudiar en el Conservatorio de París bajo la tutoría de Nadia Boulanger y Olivier Messiaen.

Becario por la Fundación Rockefeller, concluye en 1961 la licenciatura de Composición Musical en la prestigiosa Academia Juilliard de Nueva York. Compositor conocido, más que todo, por sus partituras para cine, Gutiérrez Heras abordó con maestría la Música de cámara y la Música orquestal.

Me sumerjo en algunas piezas de su catálogo de Música de Cámara: Variaciones sobre una canción francesa, la escucho interpretada por el pianista Carlos Barajas que acota un sosegado diálogo de arropada sensualidad de nueve minutos de íntima propuesta neorromántica. / Dos piezas: I. Continuo (Homenaje a Ravel). II. Con moto. Apego al músico impresionista francés desde los retumbos de la composición El niño y los sortilegios (Continuo); remate —Con moto— de contrastante expresividad con el Continuo desde costuras de vivaz conversación instrumental.

Trópicos. Atiendo la grabación del Ensamble Tamayo (violín, clarinete, violonchelo y piano) en una ejecución de diapasones repetitivos de sereno Allegro y Largo (se aprecian ciertos guiños a la habanera) que rematan en gamas de imaginativas inflexiones armónicas (Allegro). Para muchos, una de las obras más personales y representativas de Gutiérrez Heras.

Entro a los espacios de los índices de su Música orquestal. Postludio (1986-1987), tríptico orquestal de contrapunto formal que acaricia figuraciones tímbricas del formato Réquiem. Despliegue formal de “espacialidad arquitectónica” desde concepto de textura polifónica modal y contrapunto (canon renacentista). Destacan los solos de violín y violonchelo, y el acatamiento recitativo a las propuestas rítmicas en tresillo de la sección de cuerdas de una de las piezas más conocidas y celebradas de Gutiérrez Heras. Incitante canzona de recóndita belleza armónica.

Sinfonía breve (1992): Madurez del autor de Los cazadores. Sinfonía estructurada en un solo movimiento que inicia en lenta enunciación y va, progresivamente, en crecendo hasta alcanzar todas las gamas sinfónicas, sobre todo en pasajes de las percusiones y el apogeo final protagonizado por los metales. Pujante el solo rubateado (aceleramiento) del violonchelo.

Divertimento para piano y orquesta (1950). Lucidez orquestal transparente donde todo se conjuga en pos de proporcionado enunciado sonoro. Tres movimientos (Allegro, Adagio y Allegro marziale), quizás con ciertas señas de Moncayo, pero en bordados impresionistas de ágiles trazas en armonías tonales donde nada es superfluo.

Escucho un disco de la pianista Ana María Tradatti en que glosa clústeres solícitos y puntuales. Contrapunteo de acusadas sugerencias visuales y Adagio de hermoso motivo melódico. Expresivo Allegro marziale. Gutiérrez Heras es un músico que sabe transferir emociones: este Divertimento lo demuestra fehacientemente. He gozado hasta la saciedad a este compositor emblemático de la música de concierto mexicana del siglo XX. He viajado por el desvelo del eco clamoroso de sus partituras. Amén.

Gutiérrez Heras
Gutiérrez Heras
Música Gutiérrez Heras
  • Artista: Sinfónica Universidad de Guanajuato
  • Género: Orquestal
  • Sello: Universal