Carlos Urdiales

El ajedrez y la contrarreforma eléctrica

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Carlos Urdiales 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Al Presidente López Obrador no le conocemos gusto por el juego del ajedrez, pero por naturaleza y práctica, debería. Resulta que su iniciativa de reforma constitucional en materia de generación, transmisión, distribución y venta de electricidad, no prendió.  

En el PRI hacen fiesta, la determinación que anunció la bancada de diputados de Morena con apoyo de sus aliados PT y PVEM, los salva de quemarse en la hoguera que miraban de frente cuando de votar, a favor o en contra de la reforma ampliamente criticada fuera y dentro de México, se tratara.

Contrarreforma mal planteada, aunque bien publicitada y sin embargo, el apoyo popular que presume en sondeos y encuestas, no se traduce en votos de legisladores —algo no anda bien— en la Cámara de Diputados ni en la de Senadores.

Pretensión de cambio de reglas que valió críticas incluso de estadounidenses de aquel Congreso. Así como una visita no cabalmente aclarada del embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, a Palacio Nacional.

Pero el Presidente López Obrador ha demostrado en repetidas ocasiones que la crítica publicada no lo amilana, que los periodicazos no lo orientan; conoce su aprobación, robusta, alta. No, la reversa para esa iniciativa que parecía prioritaria ocurrió por razones multidimensionales.

Del lado del Poder Legislativo la reforma no transitaba, con el PRI atrapado en la disyuntiva que AMLO les impuso para elegir su futuro a partir de su pasado presidencial —con Lázaro Cárdenas o con Carlos Salinas— y con un Senado sin oportunidad para enchufar la voluntad del poder, lo de menos era hacer cuentas y echar cuentos sobre proyecciones y cálculos de validación constitucional en congresos locales, tal como quiso enredar el presidente de la Comisión de Energía, Manuel Rodríguez González, de Morena.

Del lado de los intereses particulares —nacionales y extranjeros—, la Cuarta Transformación requiere de echar mano de más tiempo y mayor espacio para derrotarlos.

Por eso los foros y el parlamento abierto, para llevar los argumentos de los tecnócratas a la arena pública y ahí contar con el apoyo siempre imponente del jugador número doce que es la opinión popular.

Ante este escenario, la estrategia echa mano de la táctica. Aplazar la contrarreforma eléctrica hasta abril o incluso hasta después de las elecciones del 5 de junio de 2022, permite traslapar campañas.

La ratificación, que no revocación de mandato que ocurrirá el 27 de marzo, contará con otro estandarte electoral adicional; que López Obrador continúe en el poder para que la luz baje de precio. Simple, poderoso, convocante, completo.

Cierto que la oposición política y económica puede fortalecerse. Pero doblar la voluntad presidencial demanda de algo más, hasta ahora, inédito en el ajedrez nacional.

Con todos los recursos que el poder otorga, el tiempo también puede ser su aliado para encontrar, puntualmente, los 57 votos que en San Lázaro les hace falta para aprobarla.

El enroque. Ciertamente, el beisbol encanta al mandatario, deporte que mucho planea y especula contra el adversario, pero esta épica batalla ideológica por la contrarreforma que busca sepultar al neoliberalismo, es más propia del ajedrez. Trasciende, sienta jurisprudencia de Estado y quedará en los anales de la historia.

La Reforma Electoral irrumpe en el tablero para acompañar, despistar. Sumar a la ofensiva por la ratificación, la Reforma Eléctrica y la reconfiguración del Consejo General del INE o con suerte, cerrar puertas a partidos rémoras del erario, mercaderes legislativos y efímeros usurpadores de voluntades populares, pero desinformadas.

La Reforma Electoral puede ser un gran ajuste, acotar el costo de la democracia por el lado de los partidos y sus prerrogativas, las cuales no pueden extinguirse de un día a otro por el riesgo que implica el financiamiento del crimen organizado —de por sí—, pero sí apretar el umbral para ser y aparecer.

Puede alinear calendarios para provocar concurrencia y participación, darnos menos citas con las urnas, pero hacerlas más relevantes, de mayor interés y compromiso. Puede también inyectar lógica al esperpento de norma para tiempos oficiales en medios y campañas.

Puede, en resumen, ser una buena reforma que no se circunscriba, como las más recientes, a ser reformas de cuchillos largos, de cobro de facturas y fiesta de fobias. Así el Presidente junta piezas y cambia el rumbo del juego sin perder de vista su objetivo prioritario, el jaque definitivo al neoliberalismo.