Carlos Urdiales

¡Hasta nunca!

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales
Carlos Urdiales
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El año viejo deja lecciones, dolor y retos como ningún otro en tiempos modernos. Cicatriz global infligida no por un atentado terrorista, una guerra, terremoto o huracán; la pandemia nos lastima a todos sin importar dónde estemos ni que tan a salvo nos pensemos.

Hace un año éramos felices y no lo sabíamos. El nuevo coronavirus surgido en China nos contagió en cámara lenta. La crónica informativa contó cómo nacía la epidemia en Wuhan. En enero, nos maravillamos al ver en vivo y directo como se construyó un hospital completo en sólo dos semanas. Iban 17 mil casos y 300 fallecidos.

La miramos lejos, a pesar que la ciencia auguraba su galope por fronteras y continentes. Así fue. Nos impactó lo que ocurría en Europa, noticias increíbles. De una convención en Bérgamo, Italia, volvieron tres ingenieros mexicanos. Caso uno en CDMX; segundo en Coahuila, mientras vigilábamos al tercero en Tamaulipas.

Después los esquiadores mexicanos de Colorado. La Convención Bancaria de Acapulco atendió lo suyo y se preocupó por los suyos. Quedó claro: la pandemia haría llorar a ricos y pobres.

Sin embargo, los cuatroteístas pecaron de soberbia. En marzo, las mañaneras presidenciales presumían la antelación con que se preparó al sistema de salud pública; nada haría falta. Faltaron batas, guantes y hasta cubrebocas. Misiones aéreas fueron a China para recomprar lo que habíamos regalado.

Lamentables y perenes pretensiones por delimitar los alcances de la pandemia al estrato socioeconómico. Los pobres no se contagian. Con un molito te curas. Detente, enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo. AMLO no es fuerza de contagio, es fuerza moral. Estaría bien que se enferme para quedar inmune. Habrá entre seis mil y ocho mil muertos.

López-Gatell alcanzó portadas en revistas del corazón. Rockstar 4T. Frente al primer confinamiento el mandatario nos animaba a salir, abrazar y ser felices. Fuchi el miedo. Guácala los cubrebocas. Todo por la razón, nada por la fuerza.

En 2020, el zar anti-Covid-19 se acabó. 123 mil muertos oficiales y contando, subregistro, exceso de mortandad estadística y millones de casos anónimos hacen que la palabrería del galeno valga nada.

Gobernadores pelearon, Gobernación medió; el país despide el año resignado y quebrado; administrando políticamente el cementerio nacional, la devaluación económica y educativa.

Con la vacuna todos lucran. Unos porque llega, otros porque falta. Campaña de vacunación y campañas electorales marchan de la mano.

En 2020 comparamos impúdicamente pueblos y penas a la hora de cuantificar el luto. Bolsonaro, Trump y López Obrador se clonaron en su desprecio por la ciencia. Unos pagaron, otros no.

Termina 2020, el año cuando la necesidad se confundió con imprudencia y la ignorancia con arrojo. Pandemia como anillo al dedo para un proyecto sexenal confinado. Año de muertes en solitario, partidas sin despedida. Sacudida que transforma nuestra capacidad de mirar y entender. O intentarlo.

Que 2021 sea un año menos duro, más benévolo con nuestras penas y penitencias.