Letalidad y credibilidad

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Para enfilarnos hacia la desconocida normalidad debemos conocer primero el saldo del inédito confinamiento. En México se monitoreó la pandemia con el método Centinela, una estrategia barata y efectiva en la cual la precisión no es prioritaria. La decisión de no aplicar pruebas masivas por complejidad y costos, trajo incertidumbre y un nutrido debate político-social sobre la estadística oficial.

¿Cuántas muertes ha provocado el nuevo coronavirus SARS-CoV2 en México? Al conteo que cada noche actualiza el Dr. Hugo López-Gatell, se podría sumar el “excedente estadístico de mortandad nacional”, es decir, con base en los folios de las actas de defunción expedidas, se infiere cuántos decesos por arriba de la tendencia histórica ocurrieron. Así, aun sin conocer la causa de cada fallecimiento, supondría que los muertos serían víctimas del Covid-19.

El Presidente López Obrador se pelea contra un ranking global cimentado en el números de casos, sobre muertes, conforme a cifras oficiales. AMLO afirma que esa información es amarillismo. No, sólo es consecuencia de una decisión gubernamental para tener el panorama epidémico y actuar en consecuencia; el resultado carece de color o filia neoliberal.

Si el número de muertes se divide entre el total de casos confirmados, resulta la tasa de letalidad. La tasa de letalidad en México es alta. Muy alta, pero así se eligió medir.

Ayer Hugo López Gatell, en ríspida comparecencia ante senadores, aceptó sin cortapisas el subregistro que tanta polémica provoca y lo hizo global, afirmó que ningún país sabe a ciencia cierta el número de contagios y víctimas; ratificó su criterio, hacer pruebas por millones sería un desperdicio de recursos.

Las cifras oficiales se ajustarán con insumos matemáticos como el de las anomalías estadísticas sobre mortandad y morbilidad. Un proceso necesario y políticamente doloroso; ajustar cifras al alza cuando los esfuerzos cotidianos de la 4T van por una narrativa de éxito sin mucha humildad, para luego decir que finalmente fue peor de lo que se reconocía, polarizará aún más la relación del Presidente, sus fanáticos y la prensa.

Nadie acusa dolo en la imprecisión, acaso triunfalismo, improvisación e inconsistencia, pero hablará bien de nuestra autoridad transparentar la cifra roja del Covid-19, aunque cueste.

Sólo entonces se podrá evaluar y calificar la actuación de cada uno, de la sociedad y de los gobiernos en cada ámbito y orden de responsabilidad. La letalidad es motivo de debate, pero habrá datos precisos, la credibilidad dejará de ser asunto de porristas-porros y la falsedad no se verá justificada como una necesidad circunstancial.

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