Eduardo Marín Conde

El Enorme López Tarso

CINEBUTACA

Eduardo Marín Conde
Eduardo Marín Conde
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Ayer cumplió 96 años Ignacio López Tarso. Para mi, el mejor actor mexicano de la historia. Su trayectoria abarca casi 70 años y lo más admirable es que sigue en plena actividad. De gran personalidad, cada actuación suya transmite magnetismo, vitalidad, intensidad de sentimientos y emociones, con pleno dominio histriónico.

En 2007 recibió un merecidísimo homenaje de la Academia Mexicana que le entregó el Ariel de Oro por su carrera. Su filmografía es la más brillante, en variedad y constancia de calidad, de la cinematografía nacional. Pocos como él consiguieron sobrevivir, al mismo nivel, la difícil transición de los albores de la llamada Edad de Oro del cine mexicano al Nuevo Cine de los 70. Destacó con los directores más diferentes. También desarrolló una larga y digna carrera en televisión, manteniéndose alejado del cine por dos décadas, al que ha regresado en los últimos tres años. Nunca aceptó interpretar películas burdas.

Desde fines de los 50, con “Feliz año, amor mío,” de la novela de Stefan Zweig, al lado de Arturo de Córdova y Marga López, forjó una figura emblemática en pantalla. Trabajó con Luis Buñuel en esa joya que es “Nazarín”; brilló en “Macario”, de Roberto Gavaldón, basada en la popular obra del misterioso B. Traven; actuó con María Félix en “La bandida” (con quien volvería a reunirse en “La generala”); sorprendió con su impactante rol en “El hombre de papel”, de Ismael Rodríguez; estelarizó la relevante “Tarahumara”, de Luis Alcoriza; protagonizó la muy decorosa versión de Carlos Velo del “Pedro Páramo” de Rulfo; interpretó al compositor y cantante Gabilondo Soler en “Cri Cri, el gallito cantor”, de Tito Davison, y encarnó a Pito Pérez en “La vida inútil de Pito Pérez”, de Gavaldón, según la novela de José Rubén Romero.

Estelarizó dos filmes malditos del cine nacional en los 60: la mítica y brillante “La sombra del caudillo”, dirigida por Julio Bracho, adaptación de la espléndida novela de Martín Luis Guzmán, que apanicó al Ejército y fue prohibida durante 30 años, y “Rosa blanca”, de Gavaldón, basada en la novela de Traven, inexplicablemente también censurada por un gobierno ultra sensible, asustado por las reacciones de protesta sindical que la película podría ocasionar, cuando era una defensa de la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas. Detrás de estas prohibiciones en el gobierno de López Mateos, se encontraba la mano dura y autoritaria del poderosísimo secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz.

Con la irrupción de la nueva ola cinematográfica con Echeverría, que implicó una revolución temática, López Tarso mostró su grandeza y versatilidad, en filmes como “El profeta Mimí”, de José Estrada, que le valió el Ariel a mejor actor, y “Los albañiles”, que dirigió un joven Jorge Fons, basada en la obra de Vicente Leñero.

Es un privilegio que esta enorme figura, la representación de la calidad actoral, siga vivo y entregado a la profesión que tanto ama y que tanto ha engrandecido.