Eduardo Marín Conde

Forzada inclusión social

CINEBUTACA

Eduardo Marín Conde *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Eduardo Marín Conde 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Bajo la dictadura de la corrección política, películas y series están aplicando forzadas medidas para mostrar una supuesta inclusión, aunque a veces las consecuencias sean la manipulación y la descontextualización temática. Aquí hemos reiterado que es imperativo asegurar equidad y evitar discriminación en las condiciones laborales. Pero imponer cuotas en premiaciones, como ya existen de facto en la Academia de Hollywood, y distribuir personajes entre actores de grupos minoritarios poco contribuye a la inclusión social y en cambio, limita la libertad creativa. Es una postura hipócrita y esa sí, en el fondo, racista.

Pasamos del extremo vergonzoso de que, incluyendo filmes de gran trascendencia histórica como “El nacimiento de una nación” o “The jazz Singer” (la primera película hablada de la historia), actores blancos se pintaban la cara de negro para interpretar a sus personajes, a la intolerancia actual de ser tachados de racistas si en el elenco, independientemente de la historia, no se incluyen actores de raza negra y grupos minoritarios.

Al fallido musical “En el barrio”, sobre jóvenes de la comunidad latina neoyorquina, que tronó en taquilla, con las insípidas letras y música del compositor de moda Lin Manuel Miranda, se le acusó de no incluir personajes de origen asiático. Ya en la serie de Netflix “Bridgerton”, sobre la aristocracia británica de inicios del siglo XIX, personajes centrales son de la comunidad negra, aunque ello no era lo común en ese contexto social. Sólo falta que en una historia de vikingos se exija incluir este tipo de personajes.

Ahora, el drama de fantasía británico “Come Away”, exhibida en el festival de Sundance a inicios del año pasado y que se estrenará comercialmente el próximo noviembre, aborda una nueva versión de los personajes infantiles de Peter Pan y Alicia, en una historia previa a las aventuras que nos narran las célebres obras literarias, presentándolos como hermanos que ayudan a sus padres a caer en la depresión tras la muerte de su hermano mayor. Los británicos Lewis Carroll y James Barie escribieron, en un derroche imaginativo, “Alicia en el país de las maravillas” y “Peter Pan” en 1865 y 1904, respectivamente. La novedad es que ahora ambos personajes son de raza negra (los jóvenes Keira Chansa y Jordan Nash).

Si esta nueva película, dirigida por Brenda Chapman (realizadora de los filmes animados “El príncipe de Egipto” y “Brave”), fuera una adaptación a la época actual como reflejo del mosaico social, sería innegablemente válida, como Jerome Robbins hizo a fines de los 50 en el legendario musical “Amor sin barreras”, adaptando al Nueva York de los 50, el “Romeo y Julieta” de Shakespeare, por cierto ahora retomado por Steven Spielberg en una arriesgada versión a estrenarse el próximo diciembre. No he visto “Come Away” y no descarto sus cualidades. Pero es un reflejo del nuevo giro de la industria cinematográfica anglosajona, que no deja de tener tintes impositivos. Cualquier opinión contraria es asumida como negativa y tachada de racista.