8M en tiempos de la 4T

CONTRAQUERENCIA

Eduardo Nateras
Eduardo NaterasLa Razón de México
Por:

El lunes pasado se llevaron a cabo diversos actos en conmemoración del Día Internacional de la Mujer, los cuales se desarrollaron de manera sui generis por el prolongado confinamiento que impidió una participación masiva de mujeres en las marchas y —en el caso de nuestro país— por el desdén con el que, desde la tribuna presidencial, se trató a esta relevante fecha.

La primera condición fue común a las manifestaciones llevadas a cabo alrededor del mundo. Pero la segunda fue impuesta por quien, desde el inicio de su gestión, se ha empeñado, ya no digamos en minimizar, sino en invisibilizar los legítimos reclamos de millones de mujeres mexicanas que exigen una sociedad más equitativa y paritaria; sin machismo, sin acoso ni violencia de género; y con garantía de derechos, seguridad y acceso a la justicia ante los miles de casos de abuso sexual y feminicidio.

Frente a estas demandas, el Presidente prefirió montar muros de protección en torno a Palacio Nacional e instalar controles de acceso a la plancha del Zócalo, como si se tratara de una abierta provocación a quienes decidieran participar en las marchas. El argumento fue la salvaguarda del patrimonio histórico de la Ciudad de México, ante la posibilidad de que las manifestaciones no se llevaran a cabo de forma pacífica y ordenada como, de acuerdo con su manual, deberían de realizarse —un manual muy diferente al de hace unos años, por cierto.

Cabría preguntarse, entonces, si resulta un exceso la forma en que, desde hace relativamente poco, las diversas colectivas de mujeres conmemoran este día, ahora caracterizado por pintas a cuanto muro se les pone enfrente. Visto desde el privilegio de la sociedad profundamente patriarcal en la que vivimos, no cabe duda de que se trata de una verdadera afrenta y no menos que un atentado en contra de inmuebles y monumentos históricos.

Sin embargo, tal parece que ésa ha sido la única manera en que las mujeres de nuestro país han podido incomodar lo suficiente, para que el resto de la sociedad las volteemos a ver —brevemente— y nos demos cuenta —fugazmente— que la situación que enfrentan diariamente no está bien. Una situación cotidiana en la que sus reclamos no encuentran eco, sus exigencias no derivan en garantía de derechos y sus denuncias no terminan en condenas. Tratan, pues, de que, al menos por un día, no tengan que toparse de frente contra un muro aparentemente imposible de derribar —tal y como el que se montó en torno a Palacio Nacional.

Ser mujer en el mundo conlleva enfrentar una serie de desventajas y desafíos impuestos por la amplia persistencia de sociedades patriarcales. Ser mujer en nuestro país implica, también, soportar acoso, violencia y el riesgo de perder la vida por una cuestión meramente de género.

Puesto así, un muro pintado es nada —verdaderamente nada— contra lo que implica en México ser mujer.